El timo del multitasking
Hoy en día los que buscan trabajo enfatizan en los resumés su capacidad de multitasking. O sea, se presume que uno puede multiplicarse como una virtud que nos hace incansables y ubicuos en las oficinas. Y precisamente los jefes aplauden a los empleados que parecen hacer mil cosas a la vez como consumados malabaristas.
Sin embargo, sería recomendable que el competitivo mundo corporativo le prestara atención a las investigaciones de Clifford Nass, un profesor de Stanford que falleció recientemente a la temprana edad de 55 años. El obituario que el New York Times le dedicó a este sociólogo que enseñaba Comunicación en la universidad de Stanford, resalta la importancia de sus estudios. Tras años conduciendo investigaciones, llegó a la conclusión de que cuando las personas están constantemente expuestas al estímulo de los ordenadores, teléfonos, televisiones y el intercambio en las redes sociales, contrario a lo que cabía esperar, el rendimiento de los multitaskers acaba por ser deficiente.
Es tanto el bombardeo de información indiscriminada, que el cerebro es incapaz de discernir y desechar la información irrelevante: una suerte de basura o ruido molesto que acaba por atascar el disco duro y merma la capacidad de pasar de una función a otra de manera eficiente. A la conclusión a la que llegó Nass es que cuando se les exige a los niños y a los adultos que realicen tantos desempeños, lo que se está generando es un ejército de personas incapaces de pensar con claridad.
No sin cierta melancolía, el profesor Nass muy pronto comprendió que el poder de seducción de las computadoras y las imágenes en los plasmas es tal, que los usuarios llegan a confundir los aparatos con criaturas de carne y hueso. Toda la parafernalia tecnológica se convierte en un entorno más acogedor que el propio ámbito de los amigos y la familia. En suma, la ingente cantidad de datos que cada día absorbemos termina por ser una nube negra que nos puede transformar en individuos simplones y víctimas de una indigestión de trivia.
No conocía los estudios de Clifford Nass, pero al leer acerca de su importante labor académica entendí su preocupación y pesar frente a un mundo que parece desarrollarse en el confinamiento de las pantallas. Nass advirtió de los peligros de esta sobresaturación, pero en una era dominada por el déficit de atención que provoca navegar a todas horas en el proceloso mar de Internet, casi nadie repara en la rapidez con que nuestros cerebros se han adaptado a un cortocircuito que nos impide concentrarnos más allá de los mensajes de texto y los tuits. Sentarse a leer una voluminosa novela de Dostoievski ya es una rareza del pasado.
En el escrito del NYT se menciona el último trabajo de este estudioso de las relaciones del hombre con la tecnología. En él se planteaba si las redes sociales minan el desarrollo emocional y social. Una vez más, las conclusiones de Nass fueron pesimistas y reforzaron su certeza de que algo tan sencillo como conversar cara a cara es lo que nos confiere profundidad. Merece la pena hacer un alto en el camino mientras los demás corren de un lado a otro como gallinas desmochadas. El cuento del multitasking resultó ser un timo.
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