Es la corazonada, estúpido
Un profesor de la Universidad Estatal de la Florida nos viene a dar la razón sobre algo que cualquiera que alguna vez ha estado enamorado ha intuido: esa corazonada que al principio se tiene de la pareja es una suerte de augurio de lo que se puede esperar de la relación. O sea, la intuición primaria que nos produce desazón o nos reconforta plenamente es, en muchas ocasiones, la hoja de ruta de un viaje sentimental abocado al desastre o a la felicidad.
Un equipo de sicólogos encabezado por el investigador James Mc Nulty siguió durante cuatro años a 135 parejas desde el inicio de sus matrimonios. La técnica era relativamente sencilla: por ejemplo, les mostraban por separado fotografías del otro que en cuestión de segundos debían relacionar con términos como “genial” o “espantoso”. También les hacían preguntas sobre su cónyuge cuyas respuestas eran más elaboradas y menos intuitivas.
Contrario a lo que cabía esperar, en el transcurso del tiempo las reacciones más apegadas a la intuición fallan menos que las reflexiones más elaboradas a la hora de expresar lo que verdaderamente sentimos por el otro. Es decir, merecería la pena prestarles atención a esos primeros encuentros en pleno fragor romántico, en los que algo hace saltar la alarma en lo más profundo de nuestro ser o sencillamente las mariposas en el estómago son la certeza de que estamos con la persona idónea. Resulta ser que los planteamientos más cerebrales, en los que muchas veces sopesamos los pros y contras como si se tratara de elegir el mejor auto en el concesionario, pueden ser más engañosos que esa sensación casi animal que se traduce en pura atracción o esconde un reparo intangible pero real.
A la luz de este nuevo hallazgo de la sicología social especializada en el resbaladizo terreno de las leyes de la atracción, podemos repasar el historial amoroso y seguramente, rebobinando en la memoria como quien da un salto atrás, rescataríamos ese preciso instante en el que la punzante corazonada nos anticipó inconscientemente si el romance tendría futuro o acabaría en un estrepitoso fracaso. Golpes de intuición que a veces nuestro cerebro registra y nos sirven de guía para evitar el batacazo sentimental. No obstante, la mayoría de las veces tendemos a suprimir esa visceral voz interior que nos invita a huir a la vez que nos dejamos seducir por el ruido de una relación condenada desde el principio. Así suele ser el amor. O lo que queremos creer que es amor.
Si sólo pudiéramos sentarnos frente a la pantalla que proyectara la película de nuestras vidas, con la capacidad de detener la escena del enamoramiento cuando la sacudida de la intuición más íntima es nuestro Pepito Grillo: fueron a ver uno de sus filmes favoritos y al poco tiempo la otra persona se durmió en su hombro. Por un momento pensó, “alguien que se duerme viendo un clásico no es para mí”. De pronto el otro dijo, “Si me dejaras, me mataría” y le recorrió un ligero escalofrío ante tan drástica declaración de amor. En el primer encuentro hablaron animadamente y todo era cálido, pero en su corazón aquella tibieza le supo a poco aunque no le dio mayor importancia al soplo de aprensión. Y así milésimas de segundo en las que el anuncio de lo que está por venir pasa como una profecía viajando en un cometa. A veces lo captamos al vuelo y evitamos el volantazo de dos en la carretera.
Como si se tratara de un bestseller, el profesor Mc Nulty ha titulado su trabajo “Aunque lo desconozcan, los recién casados conocen de forma implícita si su matrimonio será grato”. O si será un sonado fiasco. Al final es la corazonada, estúpido.
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- 23 de julio, 2015
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