Los orígenes del FMI
No pocos consideran al Fondo Monetario Internacional como una institución característica de un orden económico liberal. Esta percepción resulta curiosa una vez que se analizan sus orígenes y las ideas que lo inspiraron.
Benn Steil hace precisamente eso en su libro, La lucha por Bretton Woods (Princeton, 2013). El autor recuerda que “los años entre 1880-1913 constituyen la gran era de laissez-faire en la historia económica mundial –el reinado del patrón oro clásico–, en virtud del cual los gobiernos alrededor del mundo habían permitido que un grado sin precedentes de actividad económica dentro y entre sus naciones sea regulada por la transferencia de obligaciones en oro –determinada por el mercado– a través de las fronteras”.
Steil se concentra en las figuras principales detrás de la creación del FMI: Harry Dexter White de la Tesorería de EE.UU. y John Maynard Keynes del Banco de Inglaterra, quienes compartían la visión de que la Gran Depresión había sido causada por fallas de mercado. Sabemos hoy que eso no fue así gracias a los aportes de Premios Nobel de Economía como Milton Friedman y Friedrich A. Hayek.
White deseaba un fondo internacional de estabilización que fuese parte de un sistema en que las autoridades monetarias nacionales tengan el poder de fijar las tasas de interés y las internacionales en dicho fondo tengan el poder de coordinar los tipos de cambio, creyendo que esto evitaría que dictadores en el futuro utilicen las barreras arancelarias a las importaciones y a los flujos de capitales como herramientas de agresión económica. El patrón oro de antes de 1914 había evitado justamente eso, aunque no había permitido los amplios poderes discrecionales que White añoraba para las autoridades monetarias de EE.UU. ni aquel que Keynes deseaba para los bancos centrales en general.
Keynes creía que los bancos centrales debían, en momentos de crisis, proveer al sistema con dinero para forzar las tasas de interés hacia abajo. Si las empresas privadas no invertían lo suficiente, el Estado tendría que hacerlo, y no debería preocupar que se generen déficits presupuestarios a causa de los grandes proyectos de inversión pública dado que los nuevos gastos se pagarían por sí solos a través de una reducción del gasto en beneficios de desempleo y una recuperación de la actividad económica. Todo esto requería que se sepulte el patrón oro y Keynes veía en la creación del nuevo fondo de estabilización el potencial de crear un sistema basado en una moneda internacional sin relación alguna con el oro.
Lo que resultó de las negociaciones de Bretton Woods fue un FMI encargado con la responsabilidad de velar por la permanencia de un sistema internacional de tipos de cambio fijos, administrado por autoridades monetarias nacionales con amplios poderes discrecionales y supervisado por una burocracia internacional. Algo muy distinto al orden económico liberal que había prevalecido bajo el patrón oro clásico antes de 1914.
Ambos “padres intelectuales” del FMI eran abiertamente sospechosos, incluso tal vez hostiles, del orden liberal económico que precedió a la Primera Guerra Mundial y albergaban grandes expectativas acerca de lo que las autoridades monetarias, armadas con la nueva “macroeconomía” de Keynes, podían lograr. Resulta sumamente extraño e incorrecto considerar hoy al FMI como una institución propia de un orden liberal. No lo ha sido ni en papel ni en la práctica.
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