Siete segundos de oscuridad
Doce segundos de oscuridad. Así se titula una hermosa canción del cantautor uruguayo Jorge Drexler que trata sobre el desamor. En esta ocasión recurro a su título, le cambio los segundos y, sobre todo, me aparto de la temática de los corazones rotos para ir hacia un terreno más árido, que es el páramo de la realpolitik.
Así podría describirse el momento en el que el presidente Barack Obama le dio un apretón de manos al dictador cubano Raúl Castro en las exequias de Nelson Mandela. El instante duró siete segundos de oscuridad, pero los medios y redes sociales lo estiraron hasta convertirlo en una eternidad que se prestó a las interpretaciones más peregrinas. Tal parecía que durante ese breve intervalo se cristalizaría el fin de la Guerra Fría entre dos viejos enemigos. Dieron para mucho y sirvieron de comidilla para los tertulianos de turno.
Obama, que saludó efusivamente a la presidenta de Brasil Dilma Roussef (con el consiguiente espanto de ésta en caso de que le plantaran un chip para espiarla) no podía evitar al hermano pequeño de Fidel, que era un convidado de piedra junto a la mandataria brasileña. De hecho, el presidente estadounidense, muy en la línea del espíritu de su admirado Mandela, lo que manifiesta es el gesto magnánimo de un jefe de Estado de altura frente a un tirano que el tiempo y la historia se encargarán de poner en su sitio. Es Raúl el que sonríe y desde su baja estatura lo mira hacia arriba y con cierto embeleso.
Desde la tribuna y arropado por el entusiasmo de los sudafricanos, Obama dijo lo que tenía que decir: ahí se habían congregado muchos que no siguen el ejemplo de Mandela y encierran en las cárceles a los disidentes. Aquello iba por los Castro, Mugabe y Obiang del planeta. Y ese mismo día, mientras en Cuba las turbas de repudio acosaban a los disidentes y las pacifistas Damas de Blanco, en Washington el secretario de Estado John Kerry decía tajantemente que el gobierno cubano viola de manera flagrante los derechos humanos. El mismo gobierno que mantiene encarcelado al contratista estadounidense Alan Gross por contactar a las comunidades judías en la isla. Kerry echó por tierra las hipótesis descabelladas en torno al saludo, aclarando que fue fortuito pero que el presidente es, cómo no, un hombre educado.
De un apretón de manos presuroso y de rigor no se puede deducir que nos hallamos ante un hecho de la magnitud del encuentro de Roosevelt y Stalin en Yalta, donde, por cierto, se sellaron décadas de Guerra Fría y el desamparo de Europa del Este bajo el yugo soviético. Es evidente que Obama, quien recientemente se reunió en Miami con opositores prominentes de la isla, no va a levantar el embargo a cambio de la tímida sonrisa de Castro, especialmente tras la noticia de la ola represiva en Cuba el Día Internacional de los Derechos Humanos. No subestimemos, por favor, a Washington.
A los líderes democráticos que asistieron al adiós obligado a un político de la talla de Mandela, no les quedó otra que tropezarse con los déspotas que dominan una parte de la Tierra. Después de rozar su mano con la de Castro, Obama se sentó junto al primer ministro británico y la primera ministra de Dinamarca. Mandatarios del primer mundo, libre y próspero. Los tres hasta se hicieron unos muy comentados Selfies con el iPhone. En esa foto entre amigos no había sitio para Raúl Castro.
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