Hagámoslo fácil
Dramatis Personae
Pedro, padre de familia.
Beatriz, esposa de Pedro.
Margarita, la hija mayor, 16 años de edad.
Conrado, el hijo, 12 años de edad.
Las Amigas de Beatriz.
Las parcas.
Coro de ancianos tebanos, ancianos de Colona, niñas traquinias, marinos de Neoptólemo y soldados salaminios. Dirigidos por un corifeo. (Sófocles, Tragedias completas. Siglo V A.C.)
Régaler: vocablo francés. Significa divertir. Disfrutar, festejar.
Beatriz en su casa.
Me llegó un whatsapp de Pedro que dice: “Tus amigos secretos son Paula, Josefina, Fernando y Antonia.” Todavía miro mi teléfono celular y ardo de ira. Ni siquiera tengo claro quién es Antonia. De hecho no le respondí y cuando me dijeron que por la tarde me había llamado varias veces, hice oídos sordos y seguí con las galletas de Navidad. Este año me salieron más duras no sé si por culpa del jengibre, la miel o el whatsapp.
Cuando Pedro llegue a casa me encontrará recostada en cama, metida en Facebook e intentando no descargar mi ira contra algún inocente internauta. Lo conozco, sé perfectamente la actitud que adopta cuando comienza a maquinar. Entrará a mi habitación con ese aire inocente haciendo gala de su tino. Luego de saludarme con un beso imperceptible en la frente, lo primero que me dirá es por qué no he respondido. Que su hermana espera la confirmación de los regalos para los amigos secretos. Y que especifique lo antes posible la comida que llevaremos el día veinticinco para la celebración con su familia.
A ver, para el que no nos conozca, esto de la familia en nuestro caso es una ecuación desbalanceada. Por mi lado somos mis papás, mi hermano, mi cuñada y mis sobrinitas encantadoras, en total seis. Una cifra manejable. Por su lado, en cambio, es preferible pensar en términos de abarrotes, digamos una familia a granel. Todos los años sigue creciendo gracias a los sobrinos que ya se casaron, de modo que mantener la cuenta requeriría de un censo independiente.
Pedro debiera saber que las peores tormentas están por descargar. Bueno, mi lengua y mi estado anímico están gestando una tragedia. Lo espero con presagios de odio, lo espero y todo lo peor de estos años se ha vuelto a hacer presente.
CORIFEO: ―Dura cosa es, por cierto, ¡oh forastera!, restregar heridas de hace tiempo.
Hace más o menos un mes conversamos sobre el estado de nuestra situación actual. Las encuestas en política, según dicen, cada vez sirven menos. Pero compararse con las amigas es sumamente útil para mantener la objetividad y hacer prevalecer la sensatez. Vamos al meollo: Esta vez la situación no se presenta tan difícil comparada con otras que hemos sorteado con relativo éxito. Según le entendí, ahora sus ingresos son menos predecibles porque incrementaron el componente variable de su sueldo. Componente variable, palabreja extraña que retuve luego del martilleo de adoctrinamiento al que me sometió. Entonces a mayor incertidumbre, con los mismos ingresos, menor gasto. Me hice la que no entendí, porque en esto, como en todo, la gradualidad hace toda la diferencia.
Dicen que la discusión del presupuesto nacional es compleja. La palabra dieta parlamentaria siempre me ha parecido una ironía de nuestros políticos, porque con esos sueldos sus discusiones se centran en donde apretarnos al resto. Sencillamente incomparable. Ellos dictan una ley de presupuesto y se acabó. Lo nuestro se parece más bien a la guerra fría. Requiere sintonía fina y ajustes sobre la marcha. Cualquier acercamiento a uno de esos aparatitos electrónicos que a él tanto le gustan se debe responder con un ataque preventivo, algo suave pero aleccionador. Digamos una pasadita por Zara, el paraíso de la moda barata y pasajera. Es la única manera que tengo de ponerle un cable a tierra.
Dentro de la larga lista de restricción de gastos nos pusimos algunas prioridades, las que denominamos los intransables. Porque luego la cosa deja de llamarse vida. Es como volver a comprar boletos en la barca de Caronte, el botecito ese que conduce al Hades. Mínimos de mi lista: queremos seguir viviendo donde y como lo hacemos, y más o menos como todo el mundo. Para ello enumeramos una serie de superficialidades que serían las primeras que desecharíamos. Se acercaba la fecha y fue lógico comprometer la moderación mutua en los regalos navideños.
No es lo mismo hacer un regalo que cinco, no es lo mismo hacer cinco que veinte. Pero lo que nunca ha logrado entender es que no es lo mismo hacer regalos a mi familia y quedar como reyes, que cumplir con los regalitos de amigo secreto en la suya. La verdad es que en su familia un regalo o veinte no alcanzan a mover la aguja.
Este año el acuerdo significó sangre. A cambio de abstenernos de hacer regalos en su familia, por primera vez no haremos regalos en la mía. ¡Sin regalos en mi familia! Pensé que él apreciaría la magnitud de este sacrificio, hasta que me llegó el whatsapp.
CORO: ―Cuitada, ¡vives de cuitas!
Pedro camino a casa.
Llegar a la fiesta navideña ―la única ocasión en que mi familia se reúne en grande― sin ese mínimo de regalos para el amigo secreto, es no entender nada. El regalo del amigo secreto en realidad no es un regalo. A ver, no es un regalo como los que hacemos a mis suegros, a mis cuñados y a las sobrinitas de Beatriz. No es lo que podríamos denominar un ítem presupuestario, porque se comparan con el valor de un almuerzo de oficina, de esos livianos y al paso. Es el precio para participar de una gran fiesta, del encuentro anual con mi familión, que crece saludable y cada año abarca a más personas, a desconocidos que se van sumando a la tribu, a chiquitos que pasan de brazo en brazo. Es también una lección indispensable para Magarita y Conrado, que no terminan de salir de su asombro porque la palabra primos adquiere una dimensión desconocida para ellos.
En mi familia desde hace tiempo funciona un fondo solidario. Mis hermanas son de personalidad vigorosa y saben navegar aguas turbulentas. De modo que todos los años funciona una comisión informal y eficiente que resuelve el tema en forma discreta. Se asignan los amigos secretos a cada grupo familiar, se envía el whatsapp al jefe o jefa del grupo, y luego esperan el incierto llamado telefónico. No se requiere explicar demasiado, basta con declarar que este año no podremos hacer regalos. Resuelto, los regalitos correspondientes quedan agregados al pie del árbol. “De” y “Para” debidamente rotulados. Sensación extraña no saber por qué cosa a uno le van a dar las gracias. Pero se mantiene la normalidad.
En todas las familias hay historia y jurisprudencia. En la mía uno está exento solo si no tiene plata. Pero nunca he escuchado que alguien diga que no puede porque tal vez, eventualmente, no la tenga en un futuro. De modo que sumando y restando, me pareció más importante ahorrar en mi almuerzo y sumarme a la normalidad.
Debo decir antes de terminar que me gusta caminar el largo trayecto desde mi oficina. Es un ahorro que me sirve para hacer ejercicio, para ordenar mis pensamientos. El silencio de radio de Beatriz me invadió el ánimo, como un lastre en mi caminata, como una nube gris en este día veraniego.
CORIFEO: ―Hombre que maquina algo grande gusta de andar despacio.
Ambos discuten en casa.
Ella: ―¿Cómo se te ocurre? ¿En qué cabeza cabe mandar este whatsapp? ¿Ya se te olvidó lo que hablamos hace un par de semanas?
―¿Cuál whatsapp? Te noto enojada, no entiendo mi amor. Sonríe un poco por lo menos.
―No te hagas el idiota. El único que has mandado. Logras ponerme furiosa. Rompiste nuestro acuerdo. Claro, a la casa de mis papás podemos llegar sin regalos y no pasa nada. Pero a la casa de tu hermana hay que llegar cargados. No vaya a ser que en el templo del éxito y de los nuevos ricos alguien pudiera pensar que este año no te fue todo lo bien que te tiene que ir.
―Está bien, veo que no entiendes nada. Pero tienes un punto. Yo también prefiero la verdad, ya estamos grandes y Conrado y Margarita entenderán por qué no hay regalos para ellos. Llamaré a mi hermana para pedirle que nos saquen de la lista y problema resuelto. El sacrificio lo iba a hacer yo, pero es mejor la verdad. Ya somos grandes ―seamos coherentes. Este año no haremos ni un solo regalo, ¿de acuerdo? Ni uno solo. Sin excepciones.
―Pero Conrado aún es muy chico, no va a entender. Y Margarita necesita ropa.
―Y pueden aprender que unas veces se puede y otras no. Eso es mejor que un regalo. Depende de nosotros para que ellos entiendan y esto no se convierta en tragedia. Este año no regalaremos y verás mi amor como no pasará nada. ¿Tenemos un acuerdo? Mejor llama tú a mi hermana y le dices que nos saquen de la lista, que nadie se dará cuenta.
CORO: ―¡Oh espectáculo desgarrador para todo mortal, oh cuadro el más lastimero que mis ojos han presenciado! ¿Qué locura, infeliz, qué locura te ha asaltado? ¿Cuál es el maligno espíritu que con brutal ímpetu se ha abalanzado sobre su ya insufrible desgracia? Nada extraño que, en tan horribles desdichas, dobles sean los males que lamentas, dobles los que sufres.
Beatriz llama a su cuñada.
―Mira Beatriz, te agradezco el llamado. Pero en realidad no tienen nada de qué preocuparse. Compraré los regalos que les corresponden, y si insistes en, ¿cómo dijiste? ¿vivir tu verdad sin apariencias? En ese caso no recojas el tuyo, el que te espera bajo el árbol. Pero como comprenderás no voy a rehacer la lista, que no es chica, todo por cuatro regalos que ustedes no traerán. De verdad estás haciendo una tormenta de un vaso de agua. Ah, y no te olvides de traer las bebidas, que es lo que les tocó este año. Espera, reviso. Sí, son cuatro docenas de bebidas light de dos litros. Besos.
Sabía que llamar a mi cuñada no serviría de nada. Ni siquiera somos libres de no regalar. Me revienta que me agradezcan algo que no elegí, y conociéndola sé que serán baratijas made in China, de esas que yo jamás compraría.
CORO: ―Ten cuidado y no prosigas. ¿No reparas por qué caminos vienes a dar, ya ahora, en esos tormentos voluntarios? Tú misma te acarreas desmedidos males, metiendo incesante guerras en tu desolado corazón. A los poderosos no les es gran molestia encontrarse con tal conducta.
El almuerzo de Beatriz con sus amigas.
Comuniqué por whatsapp a mis íntimas que no participaría del sorteo de la amiga secreta. En lugar de dedos tienen ametralladoras que disparan miles de palabras por segundo. No sé qué habrán contestado, ya que me perdí en la hemorragia de mensajes. Llegué ligeramente tarde al local de siempre con algo de aprensión. Ellas, arregladas con ese desgaire propio de las mujeres que quieren verse informales dentro de una apariencia cuidada, ya estaban instaladas en el bar con una copa de champagne. Más tarde pasamos a la mesa del restaurante donde me cedieron una cabecera. Fue entonces cuando percibí las poco sutiles miradas que se posaron sobre mí, cuan portadora de alguna enfermedad terminal. Comenzaron hablando de las peripecias que habían tenido que sortear para llegar a horario a esta cita ineludible, subrayando así la importancia de la amistad entre nosotras.
CORO: ―¡Oh generaciones de los mortales! ¡Cómo vuestra vida no monta para mí más que la nada! ¿Quién es, quién es el hombre que roba a la dicha otra cosa que parecer, y en pareciendo desaparecer?
La conversación derivó a los asuntos típicos de esta época del año. Los menús navideños, los exámenes de nuestros hijos, los premios académicos que llegaron y los que se resistieron para otra ocasión. Javiera, ingeniosa como de costumbre, comentó que por estos días salen de su anonimato los parientes ermitaños, esos que durante el año profesan una especie de culto agradecido a la soledad en la que están inmersos. “Es mejor hacerse el ánimo e invitarlos para la cena, porque si los ignoramos es posible que entre Navidad y Año Nuevo se oficie un funeral”, dijo.
El tema fue encajonándose en las compras navideñas y lo que suponen bajo el sol y el tráfico agobiante de finales de diciembre. Toda sutileza se fue al carajo cuando Josefa a bocajarro me espetó: “Beatriz, no existe no hacer regalos. Quiero que sepas que aunque respeto tu decisión, no me parece apropiado adoptar posiciones tan extremas y fuera de toda realidad.” Luego de repetirle mis motivos me di cuenta que era mejor callar, más que nada porque me conozco y no quería levantar la voz. Noté que todas esperaban su turno, que nada era casual. Temporada de patos, pensé resignada recordando a Bugs Bunny.
Hablaron sin interrumpirse y en forma relativamente ordenada, evidenciando así la seriedad del asunto. Se fueron sucediendo las conjeturas sobre nuestra decisión, todas dando por sentado que la verdadera razón distaba mucho de mi historia oficial. Si se hubiera tratado de desconocidas sus hipótesis me habrían resultado risibles, pero viniendo de mis íntimas no tenía ninguna gana de reír. Una arguyó que en épocas anteriores ―las de la malaria económica que nos azotó inclemente― habíamos estado peor y habíamos hecho regalos, aunque fueran baratos. Luego escuché que me había invadido la pereza, que no quería someterme al martirio de entrar a un shopping para esquivar el hormiguero. Que estas fechas son momento para demostrar interés y afecto por el otro, y la manera tradicional de hacerlo es con un presente. “Poco importa el valor, excepto el del marido o en su defecto el del amante” creo que agregó María, no sin su qué.
CORO: ―Palabras vagas, sospechas inciertas, sino que ofende aun lo que es infundado.
Magda me hizo notar que no tenía derecho a obligarlas a enfrentar una situación completamente inédita. Jamás en todos estos años se habían visto obligadas a discutir hasta el cansancio si me hacían un regalo entre todas, o si ―como finalmente decidieron― era mejor ser consecuentes y respetar mi decisión. “Un desagrado, Beatriz. Y se te ocurrió justo en esta época.”
CORO: ―Nadie se hace reo de castigo porque pague en la moneda en que le pagan. Engaño que responde a otro engaño, venganza es de una injuria y no favor prometido.
Josefa se ganó las preferencias unánimes del jurado cuando, con la parsimonia que se emplea para decir cosas largamente meditadas, comentó que una amiga de una amiga había caído en una especie de limbo del no consumo. Negándose a participar en celebraciones que requieren abrir la billetera. Esnobismo sublime, ya que lo único que persigue es diferenciarse de la masa consumista. “Despierta Beatriz, tú perteneces al mundo de los vivos. Deja que Pedro siga con los aires intelectuales que ha adoptado últimamente. ¡Ponte los pantalones, mujer, e imponte en tu casa!” ―sentenció. El silencio tribal que mantuvo el resto señaló que el jurado no necesitaba más tiempo para deliberar.
Quedé atragantada. Por momentos tuve ganas de llorar, pero no supe si por rabia o por algo que se parecía más a la pena. En el fondo algo de razón tienen, pensé.
Regelare. Vocablo latino que viene de descongelar. Obsequiar para romper el hielo.
La oficina de Pedro.
En toda oficina el poder informal, ese que no responde al organigrama, está en manos de un grupo de dos a tres personas, por lo general mujeres, y nuestro caso responde a la norma. Ellas son quienes determinan el tono de las fiestas, el tamaño y origen de la torta de cumpleaños. De los que emigran a un nuevo trabajo, ellas deciden a quien se debe despedir con una comida espontánea.
La fiesta de Navidad es de la empresa y el aguinaldo también. Pero el amigo secreto es dominio exclusivo de las parcas. Así les decimos desde que Eduardo, con mucho humor, nos dio un barniz de mitología. Ellas son quienes deciden el destino y trenzan los hilos, dorados o negros, que marcan los momentos de gloria o pesadumbre al que estamos sometidos sus compañeros de trabajo. Porque bromas aparte, nadie se expone voluntariamente a cruzarse en el camino de cualquiera de ellas.
Por eso cuando ella asomó por mi puerta me dispuse a jugar mis cartas con la máxima prudencia. Llamémosla Nona, ella entró llevando en su mano una bolsa con los nombres de todos nosotros. No pude evitar pensar que la bolsa aquella tenía mucho más densidad que una casual figura literaria.
El rito es sencillo. Se saca un papel y queda sellado a quién corresponde hacer el regalo del amigo secreto. Con todas las garantías de la confidencialidad que acarrea este sagrado encargo. Yo había preparado y repasado el discurso. Ya sabía por experiencia que lo primero es los intereses del grupo, y por ello zafar es como tirar una moneda al aire, cara o cruz. Si mi nombre aún está en la bolsa, asunto arreglado, pero si ya fue asignado me debo sumar al juego, comprar el regalo y no decir nada a Beatriz. No entendería tanta sutileza.
Bueno, la diosa Fortuna sonrió. Con el papelito con mi nombre ya rescatado de la bolsa, le pedí a Nona que simplemente me dejara fuera, que este año no participaría y en el jolgorio nadie tomaría nota. Nona, que hasta ese momento había permanecido de pie, cerró la puerta de mi oficina, se sentó y mirándome fijamente me preguntó por el motivo. Respondí que éste es personal y no se lo revelaría. Eso selló mi suerte.
CORIFEO: ―Tiempo hace, ¡oh rey!, que me está diciendo el corazón si no andará en todo la mano de los dioses.
Las parcas son capaces de abarcar un destino más amplio que el de la oficina, de hilar una hebra negra y explicarse así tamaña anormalidad. Pero difícilmente perdonarán omitir una explicación razonable como para condonar el no sumarme a su ritual, lúdico y voluntario, expresión máxima de la solidaridad y unidad de todos nosotros.
Una confesión total, tal vez el brillo de una lágrima, hubiesen logrado el objetivo. Fui torpe.
CORO: ―Muchas, por cierto, son las cosas que sola la experiencia descubre a los mortales, y hasta pasadas, nadie puede adivinar las venideras ni cómo les irá en ellas.
El Cocktail de Navidad en la oficina.
Cada año mejor servido, estábamos en amena conversación con dos de mis mejores amigos. A nuestras espaldas se acumulaban los regalos, los de la oficina y los del amigo secreto. Teníamos varias copas de champagne en el cuerpo cuando Nona, escoltada por las parcas, tomó la palabra y comenzó su labor de maestro de ceremonias.
CORO: ―¿Quién será el designado por la roca de Delfos, la dictadora de oráculos? ¿Quién, el que con ensangrentadas manos osó cometer lo indecible de lo indecible? Hora es ya que huya agitando sus pies con la precipitación de los corceles del huracán; pues ya se echa encima, armada la diestra de fuego y de rayos, el hijo de Zeus, al que siguen las irresistibles y certeras Parcas.
Con toda la pompa y suspenso, eligió al azar en primer lugar el regalo secreto de nuestro líder y accionista mayoritario. Risas, jolgorio, aplausos. Luego eligió otro, todo normal. Para entonces ya me había relajado. Fue entonces cuando Nona tomó nuevamente la palabra.
―Antes de abrir el tercero, debo decir que Pedro no recibirá un regalo. No por nuestra responsabilidad, ya que nunca privaríamos a nadie de este momento en que todos nos sabemos queridos. Debemos aclarar el motivo para que a nadie le resulte extraño. ¡Pedro no quiso hacerle un regalo a su amigo secreto!
Mirándome fijamente dejó que el silencio calara hondo en la sala. Elevé mi copa y saludándola agradecí su pública aclaración. La incomodidad de todos fue palpable, y de inmediato se hizo como una isla a mi alrededor. El dueño dijo algo tranquilizador en voz alta. Para romper el hielo pidió que me entregaran mi regalo, el de la empresa se entiende. Todo, más o menos, recobró la normalidad.
Unos quince minutos más tarde las parcas procedieron a rematar la ceremonia. Tres regalos sorpresa y una bolsa con números. La máxima imparcialidad. Nona, dirigiéndose a Valentina ―la hija de cuatro años de Claudio, un compañero de trabajo― le pidió que sacara un papel. “El nueve”, dijo con voz infantil, y luego de consultar una lista, Nona levantó su vista y con cara de sorpresa dijo: “¡Es Pedro!”
Nona es formidable. Esperó a que iniciara mi acercamiento desde la esquina más remota en que me había refugiado, cuando con gesto dramático nos dejó a todos congelados diciendo: “¡Al agua, el nueve se va al agua! ¡El Grinch no puede recibir regalo!”
Debo decir que cuando me vi privado de mi nombre comencé a caer en la cuenta del abismo de deshonra que yo mismo cavé. El desconcierto e incomodidad de todos los presentes fue aún mayor, pero con impecable ritmo político las parcas se sumaron a Nona y reclamaron, con aire festivo, un nuevo número. Nada como un nuevo referéndum para amagar cualquier asomo de rebelión.
CORIFEO: ―Extraño en tierra extraña, ensáyate, ¡oh mísero mortal!, en odiar cuanto mira con horror la ciudad y en venerar cuanto ella venera.
Regalis: Vocablo latino. Real, del rey. Digno de un Rey. Regio.
Beatriz acompaña al shopping a una amiga caída en desgracia.
Están pasando por un momento atroz. Nunca se sabe, pero en el diario dice hoy que pende sobre la cabeza de su marido una sentencia de hasta diez años de cárcel. Por mucho tiempo él fue parte del exitoso equipo de ejecutivos de la multi-tienda, la que estuvo durante todo el año pasado en el tapete noticioso. Ella me dijo por teléfono que todos sus bienes, incluidos sus paquetes accionarios, están incautados. Cuando agregó que este año iban a pasar las fiestas en la playa, pensé para mis adentros que, al menos hasta aquí, conservan las casas y los autos. Su voz sonó depresiva, con un tono pausado por demás. En realidad sonó angustiada, e hizo que dejara de rumiar el almuerzo con mis amigas.
Me preguntó si podía pasar por mi casa. Supe que me haría bien acompañarla a comprar los tres regalos para sus hijos. A pesar del embotellamiento infernal que habría que sortear para llegar al centro comercial a esa hora, y de las hordas de gente cargadas de bolsas y pujando por avanzar en dirección contraria. Sabía que pasar del calor agobiante de la calle al aire acondicionado del shopping me dejaría con un intenso dolor de garganta.
Ella sabría comprenderme. Lo nuestro son situaciones diferentes pero convergen en un punto común: la escasez, el miedo, el aislamiento.
Ya teníamos los regalos de Agustín y Sebastián, solo nos faltaba el del mayor. Había sido bastante ágil el trámite y esperaba el momento para sentarnos en una terraza con un café fuerte para terminar. Con paso cansino y disperso, típico del vitrineo, derivábamos hacia la cafetería cuando vio un lindo sweater en una vidriera. Entramos y se enamoró. Dio todo tipo de argumentos para aplacar la culpa y justificar el gasto innecesario en el que iba a incurrir. Habló de la miseria en la que se encontraba el guardarropa de su marido, y que le vendría bien para las tardes en que se pone más fresco el clima en la playa.
Si este sweater de algodón azul ultramar la hace feliz y no desequilibra su presupuesto, está todo bien. Cuando nos encontramos al frente de la tienda que tiene por logo un tilburí, un caballo y un señor en perfectos breeches, sonrió y me dijo con voz cómplice que entráramos a mirar. Salimos de ahí con tres bolsas de color anaranjado intenso, portando en su interior tres cajas envueltas como tesoros en papel de seda, cada una con un pañuelo para complementar su ya envidiable colección. “Nada que haya que inventariar” ―me dijo para restarle importancia a esta parada fuera de libreto.
A esas alturas yo había enmudecido y trataba de disimular mi mal humor. Sospecho que se dio cuenta porque varias veces preguntó por mi mutismo. Traté de disimular, más que nada para que no confundiera mi rabia por envidia. Miré el reloj, puse cara de estar tarde, y nos encaminamos al estacionamiento dejando el café y la charla íntima para después de su veraneo.
CORIFEO: ―¡Malditos los malvados! Digo, no todos, los que a traición tramen lo que no deben.
Pedro y Beatriz, de nuevo en casa.
―Beatriz, ¿qué te parece si canjeo las millas acumuladas en la tarjeta por un buen equipo de música, con conexión por Bluetooth como el de Mario? Todos podríamos usarlo, se conecta no importa si desde un celular o el notebook o el I-Pod. Y no nos costaría un peso, será como un regalo familiar. Además no tendríamos que movernos de casa, se hace por internet y lo despachan a domicilio.
―¿Tú le explicarás a tu hija que gastamos las millas de su viaje de graduación en un aparato electrónico? Esas millas no se tocan si no quieres que se vea postergada. Esta tarde vi un vestido que le encantaría, baratísimo. Y nuestro Conrado, ¿has pensado cómo se va a sentir cuando le diga a tus sobrinos que este año no recibió un regalo?
―Una sola condición. Para mí no habrá regalos, ¿está bien? Salir hoy nuevamente a la calle y meterse al shopping es una locura, pero te acompaño. No le digas nada a los niños.
CORO: ―Y a la más venerada de las diosas, a la Tierra, la va él fatigando con el ir y el venir de los arados, año tras año, trabajándola con la raza caballar.
Beatriz sabe exactamente el vestido que comprará para ella, una bicoca. Toma las llaves del auto y ya anticipa el momento en que se unirá a la masa. El último día de compras, el peor horario, acompañada de su marido. Una sensación de inmenso alivio la invade mientras lo abraza y lo llena de besos. Su Pedro de siempre ha vuelto de un largo exilio.
CORIFEO: ―Ahora tienes, señora, motivos de franca alegría, ya por lo que estás viendo, ya por lo que te han contado.
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