El civilizado gusto por la libertad
Pero el hombre es libre solamente si él sabe que lo es. Se puede también, en general, hablar mal del saber, como se quiera; empero, solamente este saber libera al hombre. G. W. F. Hegel
Todos los hombres nacen libres, pero la incultura les impide apreciar esta condición. La naturaleza no ha pronunciado ninguna sentencia que disponga su cautividad. Es indiferente lo que hayan pensado Aristóteles y Tomás de Aquino; nadie fue concebido para ser explotado por sus congéneres. Nuestro advenimiento al mundo no consiente la imposición de grilletes, cepos o vasallajes que condenen a una vida sin autonomía. Desde un primer momento, nos acompaña la posibilidad de pulverizar cualquier determinismo, puesto que somos únicamente nosotros quienes decidiremos cuántas transformaciones queremos consumar. No se trata de quitar valor a las circunstancias que nos rodean; el punto es que, hasta en los escenarios más adversos, podríamos construir opciones, evitando un destino decretado por otros. Tomar consciencia de esta realidad, vigente desde que comenzamos a existir, nos permitirá batallar contra variadas injusticias.
Para que su ejercicio no resulte perjudicial, la libertad nos exige relegar todo estado de salvajismo. A lo largo de los siglos, hemos trabajado para levantar un orden en el cual ésa y otras facultades sean protegidas. Así, se crearon instituciones que, sin salvedades, tienen como piedra de toque su favorecimiento. Pese a los malsanos empeños de tiranos, las sociedades avanzaron en ese afán. La obra que defienden hoy países de Occidente revela esta lógica. Sin embargo, para su conservación y pertinente mejoramiento, los individuos deben esforzarse en conocer esa gesta. No es posible advertir el esplendor de algo que se ignora. Debe advertirse lo difícil que ha sido abandonar las sangrientas tinieblas del pasado; porque, si bien no se puede glorificar el presente, hubo épocas peores, plenas de infamia. Tenemos que acabar con esta miseria. Cuando no hay esa formación, lo más seguro es que se adopten actitudes contrarias, nocivas, funestas para la convivencia.
Las ansias de subyugar al prójimo denotan barbarie. Generalmente, las personas que idolatran el poder físico, cuya expansión les parece necesaria, no sienten simpatía por los cánones de la civilización. Esos mortales prefieren un cuerpo de normas que tenga como base la violencia, pues no encuentran otro medio para justificar una jefatura. Mientras cumplan funciones de mando, el respeto al semejante no se hará efectivo por principios, sino debido a la utilidad que pueda traer consigo este acto. Su máximo anhelo es edificar un sistema en el que podamos encontrar amos y esclavos. Desde esta perspectiva, lo que despierta mayores deseos es el crecimiento de las potestades. Nociones como el control externo de sus medidas, la responsabilidad por los abusos o un reconocimiento al derecho a contradecir las resoluciones que se aprueben, verbigracia, son estimadas absurdas. Esas invenciones de la modernidad obedecen a razonamientos que su ordinariez les vuelve imposible digerir.
Gracias a la cultura, esa mentalidad que propicia el surgimiento de dictaduras y demás proyectos retrógrados puede ser contrarrestada. Ser ilustrado aumenta las probabilidades de resistir tentaciones bárbaras, así como censurar a los que sean sus abanderados. En busca de la verdad, aclaramos dudas e iluminamos rutas que habían sido vetadas por el cretinismo cavernario. Muchos intelectuales contribuyeron a producir un refinamiento de las relaciones sociales que, indiscutiblemente, debe considerarse provechoso. La educación nos dejará percibir el esfuerzo que fue desplegado para conquistar nuestra soberanía individual, un bien tan preciado; por consiguiente, ampararemos esos avances, pues la coexistencia pacífica depende de ello. De esta forma, es viable construir murallas éticas que, por su firmeza, se mantengan imperturbables frente a las embestidas del enemigo. Es sabido que son incontables los partidarios de un marco en el cual las brutalidades sean festejadas; con todo, aun esas almas poco delicadas pueden superarse.
El autor es escritor, filósofo y abogado.
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