¿Solo la ayuda elimina la pobreza?
El Colombiano, Medellín
“Yo creo que el mejor medio de hacer bien a los pobres no es darles limosna, sino hacer que puedan vivir sin recibirla”. Benjamín Franklin.
En mi columna de la semana anterior dije: “Cualquier persona sensata y que haya vivido más de unas horas sabe que la solidaridad que ayuda temporalmente a quien lo necesita, pero al mismo tiempo le exige responsabilidad, es más productiva y es la palanca para que la sociedad avance más rápido, sea viable y equitativa, que es distinto a igualitaria”.
Como suponía, algunos que solo les alcanza el cerebro para repetir el discurso mamertoide que se aprendieron mientras tiraban piedra y quemaban buses, ataviados con camisetas del Che, concluyeron que decir esto era una manifestación típica de “neoliberales” despiadados. Nada más torpe y simplista.
Una prueba de que solo repartir dinero no es la forma de combatir la desigualdad son los hallazgos y reflexiones que se han hecho sobre los exiguos efectos de la ayuda internacional a los países pobres.
El más reciente libro de Angus Deaton, “El gran escape: salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad”, presenta algunas conclusiones importantes, aunque duras a los ojos de algunos. Define Deaton “la ilusión de la ayuda”, como “la creencia errónea que la pobreza en el mundo se podría eliminar si sólo los ricos o los países ricos dan más dinero a los pobres o a los países pobres” y dice que “dar más ayuda de la que actualmente damos haría las cosas peores, no mejores”.
Confirmando que el camino a la solución de la pobreza no transita solo por el volumen de la ayuda sino por el de la eficiencia, y que el fracaso para eliminar la pobreza no proviene de una debilidad moral de los países o de la gente rica, que sin duda alguna son parte de la solución, pero teniendo en cuenta que una parte de su aporte, y tal vez más importante que el monto de la ayuda, es la asignación inteligente de los mecanismos y destinos de la ayuda.
La ayuda que solo es la respuesta a un sentimiento de culpa o a una reacción del corazón, puede servir momentáneamente y en algún momento será necesaria en caso de emergencia, pero normalmente no resuelve el problema en el mediano y largo plazo, incluso en algunas ocasiones termina empeorando el problema si la ayuda no obliga al receptor a mejorar sus capacidades y asumir la parte de las responsabilidades que le son suyas, si lo que se busca es una solución definitiva. En África mucha de la ayuda internacional lo que ha logrado es adicción a la misma y que funcionarios de estados cleptócratas se hayan enriquecido y hayan encontrado la manera de desprenderse de su obligaciones.
Entre otros asuntos, empieza a quedar claro que el fortalecimiento y efectividad de las instituciones u organizaciones que se encargan de ejecutar los presupuestos puede ser tan o más importante que el monto, así como la necesidad de conocer, priorizar y poder medir los verdaderos factores detonantes de desarrollo, aunque los síntomas pueden parecer más apremiantes e inviten a enfocarse en ellos.
Las buenas intenciones no bastan cuando no se sabe ni el cómo, cuándo, dónde, a quién y hasta cuándo se ayuda.
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