Venezuela: Nuestra oposición socialista
La oposición, a pesar de la propaganda de guerra de los revolucionarios, es socialista.
Algunos directores de la llamada MUD (una coalición de partidos de centro-izquierda), Capriles, López, Aveledo, Allup, García (hago la excepción de María Corina Machado, quien, a pesar de ser de derecha, ha encontrado términos de convivencia entre esos dirigentes), son del campo socialista, de hecho, una buena parte de ellos son exfuncionarios y exsimpatizantes de la revolución.
El chavismo es un claro producto del socialismo venezolano; fue incubado en el seno de los gobiernos de esos “40 años de democracia” con que distinguimos los quinquenios adecos y copeyanos, que siguieron luego de la dictadura y que llegan hasta el primer gobierno de Chávez.
El chavismo se nutre, en mucho, de los programas, ideas y discursos de esa narrativa socialista, inspirada en enseñanzas de la iglesia, en el espíritu democrático derivado de la socialdemocracia y de la democracia cristiana, de algunos principios desarrollistas elaborados por el CEPAL, de las ideas sobre nuestro crecimiento petrolero hechas en aquella época. Venezuela se ha distinguido por ser un país socialista y democrático, nuestro pueblo se siente y se piensa como socialista, y una de sus causas es que nunca hemos experimentado nada diferente, no hemos tenido alternativa.
Y este socialismo ha sido, por decir lo menos, flojo y fatuo, escondido siempre detrás de su máscara de estatismo a ultranza, celebrando lo electoral como único valor formal de la democracia, haciendo de las prácticas del estado benefactor el fin último, sin poder sacudirse la mala costumbre del culto al líder. Todo lo que somos, incluyendo nuestro lugar en el mundo, se lo debemos a esa “visión socialista” que, para sus exégetas y publicistas, fue lo más grande que nos ha podido suceder.
Esta impronta socialista la hemos sufrido y cargado como una cruz, nos ha impedido evolucionar políticamente, y toda esta nueva camada de políticos sufre de más de lo mismo, no hay ideas propias, no hay originalidad, el lenguaje que usan es antediluviano; los pobres jóvenes chavistas queriendo emular a la Cuba de Fidel Castro, ese carcamal de la era de las cavernas, y los nuevos partidos de la oposición no pasan de reconocerse como eficientes conserjes, hábiles administradores de la cosa pública, sin otro horizonte político que repetir las interpretaciones de la doctrina Betancourt y Caldera, buenas en su tiempo, no cinco décadas después.
La terrible experiencia del chavismo, que ha debido servirnos de aldabonazo, nos espolea hacia cambios impostergables. Pareciera, sin embargo, que la intención es involucrarnos en un largo período de transición, un interregno socialista moderado, y como no hay en Venezuela un verdadero programa político de cambio y hay gente interesada en que todo permanezca igual, la MUD, a pesar de lo que nos ha pasado, no muestra la menor intención de mudar de pelaje y los chavistas son inconmovibles en su ilusión milenarista.
Esta lucha entre chavismo y oposición trata de quién es más socialista que el otro (cualquier cosa que esto signifique). Los chavistas, en el engaño de que logran “justicia social”, son imbatibles; además, nuestra población de más bajos recursos todavía se emociona con los uniformes militares, muchos de los cuales parecen haber enloquecido con el socialismo, o eran castro-comunistas y no lo sabían al momento de tomar el juramento de defender la soberanía nacional.
Es mi opinión que la MUD debe pensar en una reingeniería de sus principios y valores, en extraerse de ese hueco profundo de la quimera socialista, dejarse de colaboracionismos con el chavismo, de tirarle salvavidas a un régimen colapsado, que ha barrido el piso con la dignidad nacional, y salir definitivamente del closet, convertida en un verdadero movimiento de unidad nacional, con aportes importantes de la derecha que cada día que pasa se hace más importante, para hacer de la unidad un movimiento verdaderamente plural y con ganas de hacer futuro.
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