Venezuela: ¡Estoy feliz! ¡Me dieron mi limosnita!
Hay reacciones increíbles que corren el riesgo de parecernos normales, a cuenta de presenciarlas con indeseada frecuencia. Y si nos descuidamos, corremos el riesgo de aceptarlas como naturales y no como lo que son, conductas que terminan justificando y perpetuando la situación que las origina.
Sólo en esta semana, fui testigo de algunas de ellas. Gente sonriendo feliz con sus paquetes de harina Pan y azúcar en un automercado de clase media, luego de haber soportado la humillación de una larga cola al final de la cual se levantaba el infaltable letrerito de "sólo 2 paquetes por persona, no insista". Colegas y hasta uno que otro estudiante agradeciendo que "al fin" se había activado el cupo electrónico para permitirles comprar unos pocos dolaritos para transacciones electrónicas. Un grupo grande y variopinto de hombres y mujeres frente al Mercal de la Zona Industrial de La Trinidad, con rostros de satisfacción y hasta de alegría mientras padecían una inmensa cola bajo un solazo inclemente, porque había llegado "una leche". ¿Cuál? Nadie sabía, pero al parecer por lo menos era leche.
Los esclavos agradecían el sobrante de la mesa de los patrones, y muchas veces lo comían felices porque lo interpretaban como una muestra de generosidad y de preocupación del "buen explotador" por ellos, al dejarles comer de sus restos. No se les ocurría que las migajas de la mesa, sobre todo comparado con la opulencia de lo que estaba sobre ella, no eran generosidad, sino un obsceno signo de injusticia. Sin una conciencia de explotación, cosa que se logró mucho tiempo después, era imposible siquiera que se despertara la necesidad de liberación, y mucho menos que ésta motivara a luchar por alcanzarla.
La historia ha demostrado hasta la saciedad que la acumulación de problemas económicos y sociales, por muy graves que sean, no tiene por sí sola impacto político. El impacto político depende de la interpretación que la gente haga sobre las causas y los responsables de esos problemas. Es por ello que una de las variables claves que pueden incidir en el rumbo del escenario político actual venezolano, es la percepción que la población finalmente tenga sobre los causantes o responsables de sus múltiples penurias.
Los manuales de guerra psicológica ("psy war"), tan utilizados por los organismos de inteligencia de los regímenes fascistas, y de uso común por nuestro muy cercano G2 cubano, se plantea la necesidad que la población sea "sometida psicológicamente" mediante la generación progresiva de 4 estadios emocionales: incertidumbre (frente al rumbo de los acontecimientos y de su propio futuro), angustia (que provoca paralización), desesperanza (convencimiento de que no hay nada que hacer) y, finalmente, resignación y entrega. Ciertamente que muchas de las reacciones ante las situaciones que nos agobian son en el fondo mecanismos de defensa frente a la angustia y la frustración que caracteriza nuestra cotidianidad, pero el peligro de ciertas conductas tan comunes como las descritas arriba es que terminen siendo un mecanismo de adaptación y resignación disfrazadas.
La Psicología Social ha demostrado cómo muchas veces terminamos convirtiéndonos en aquello que reflejan nuestras reacciones y conductas. Por eso lo que hacemos no es sólo un asunto de imagen, sino que termina moldeando nuestro propio yo, lo que verdaderamente somos. De igual manera, no percibirse a sí mismo como sumiso no equivale a no estarlo, especialmente cuando la persona -aún sin darse cuenta- actúa como tal.
Cuando ante tanta desdicha convertida en país, la gente pregunta qué hacemos, la primera respuesta es no resignarse, y tampoco comportarse como si lo estuviera. Reclame, proteste, alce la voz, deje que le oigan, aunque quien lo haga esté pasando por lo mismo que usted. Que sepan que usted se cala su cola y su maltrato, pero que no lo acepta y que siempre reclamará contra ello en nombre de su dignidad. No asuma conducta de sumiso. Pregunte en voz alta por qué estamos así, como el mendigo Lázaro a los pies de la mesa del rico Epulón, quien se ríe complacido cada vez que usted acepta callado alguna de sus migajas sobrantes. Exija en voz alta que le expliquen por qué usted no tiene dólares y los cubanos sí. Por qué usted vive de penuria en penuria, y quienes nos gobiernan lo hacen de bonche en bonche. Por qué usted enflaquece, y los burócratas del gobierno cada vez están más gordos. Recuerde siempre que la lucha por la liberación popular pasa porque nuestro pueblo interprete correctamente las causas y los responsables de sus carencias y aflicciones, porque entienda que tiene derecho a más que miserables limosnas.
El primer paso para no perder la dignidad es nunca dejar de mostrarla. El día que usted baje la voz, que deje de reclamar, que acepte en silencio su limosnita, ese día ya lo sometieron, aunque usted no se dé cuenta.
- 23 de enero, 2009
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