Venezuela en el camino de la redención
La mayoría de los que han hecho política o activismo social en una sociedad democrática –siempre hay depredadores y corruptos que son los que hacen posible las autocracias y dictaduras– son personas comprometidas con la paz social, con la gobernabilidad y en la procura de un entendimiento con sus adversarios por encima de las diferencias.
El compromiso de estos hombres y mujeres es evitar traumas que afecten a la población. Fortalecer las instituciones del estado y la sociedad, y procurar un equilibrio que beneficie a todas las partes.
Están formados en la confrontación democrática, donde las reglas son básicamente iguales para todos los sectores, tanto para los que ocupan el poder como para la oposición. Se esfuerzan por cumplir determinadas pautas de conducta, y hasta cuando se confrontan como contendientes, se miran como adversarios y no como enemigos.
El político de formación democrática es partidario del diálogo o el debate, pero siempre en un ambiente de respeto y conciliación que permita a las partes cuando termina la contienda electoral trabajar juntos en la procura de beneficios para la comunidad que representan, sin que eso implique el fin de las desavenencias o desacuerdos.
Sin embargo, aquí la paradoja, hay otros políticos o activistas sociales que aunque igualmente comprometidos con los valores democráticos, son conscientes de que las dictaduras de terciopelo legitimadas en el despotismo electoral, demandan soluciones diferentes que en muchas ocasiones exigen situarse sobre la propia línea de la precaria legalidad que concede el régimen a los que se les oponen.
Comprenden casi instintivamente que las reglas de juego para enfrentar una autocracia legitimada por el voto y con capacidad de sobornar a la población manipulando sus necesidades más básicas, no pueden ser las mismas que las que plantea una campaña electoral en la que los derechos de los contendientes son respetados.
Saben que el control de las instituciones asfixia a la oposición y que la disputa electoral está contaminada por el control que el ejecutivo ejerce sobre la rama del estado encargada de esta actividad.
En una palabra, están a favor de las elecciones pero sin confiar en la imparcialidad de los jueces electorales, por lo que se preparan para demandar ante los tribunales las revisiones de los resultados.
Saben que los medios de prensa serán asfixiados y en consecuencia buscan alternativas para informar y ser informados, cultivan las más modernas redes sociales y por ellas divulgan hacia el interior y el exterior los crímenes de los gobernantes.
Hacen conocer ante los organismos internacionales lo que acontece en su país pero no esperan que desde el exterior se solucione el problema.
Preservan su identidad política. Defienden sus valores y principios sin hacer concesiones a las propuestas populistas del gobierno, a la vez que proponen soluciones viables a las dificultades que padece el país.
Estos hombres y mujeres tienen un temple especial. No son violentos, dejan la violencia para el gobierno, pero aun así lo retan con el sano temor de quien sabe qué está cumpliendo con el deber.
No temen salir a las calles para reclamar sus derechos. No temen tampoco las consecuencias de sus demandas. Saben que son responsables por lo que les suceda a ellos y lo que le pueda ocurrir a quienes les sigan, pero asumen esa responsabilidad.
Luchan porque el gobierno respete a los gobernados y en caso de que no lo haga, los reclamos sean tan fuertes que la ingobernabilidad les impida continuar en el poder.
No claman venganza sino respeto e igualdad ante la ley. Saben que su ejemplo de protesta no violenta, pero firme, y dispuesta a enfrentar cualquier peligro puede ser contagiosa y que un pueblo decidido es capaz de apagar el despotismo y repetir el ejemplo que Caracas dio.
El autor es periodista de Radio Martí.
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