Venezuela y el fantasma de Ucrania
Es difícil predecir de qué modo y en qué momento se propaga el chispazo del descontento popular. En el caso de Venezuela, en los últimos quince años el chavismo se ha impuesto en las urnas. No obstante, el heredero de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, ha ido perdiendo ese control tan férreo de las calles que manejaba su predecesor con sus arengas interminables.
Los estudiantes universitarios, que sólo han conocido la revolución bolivariana bajo la cual se formaron, han tomado las calles para protestar contra la grave crisis que atraviesa el país y el panorama desolador que les espera. A su vez, uno de los líderes de la oposición, Leopoldo López, impulsó aún más la indignación de los jóvenes entregándose al gobierno que lo persigue en una marcha acompañado de miles de simpatizantes. El dirigente de Voluntad Popular fue detenido, pero su encarcelamiento no ha impedido que ahora sea un referente de quienes en estos momentos están convencidos de que la única manera de acabar con los desmanes del chavismo y propiciar el cambio es dando la lucha en las calles, incluso a riesgo de perder la vida.
Venezuela arde y los colectivos chavistas, instigados por la policía política bolivariana, salen a la caza de la oposición armados hasta los dientes y con la consigna de aplastar al enemigo. Los duros enfrentamientos ya se han cobrado seis víctimas mortales y cientos de heridos. Los muchachos que salen a protestar están cada vez más desamparados frente al matonismo de grupos que supuestamente las fuerzas del orden no controlan, y que podrían provocar una espiral de violencia aún más cruenta y similar a la pesadilla que se está viviendo en Ucrania.
Caracas y Kiev son dos capitales lejanas, pero ambas se han convertido en epicentros de batallas campales entre las fuerzas gubernamentales y los opositores. Desde que el presidente electo Viktor Yanukovich se acercara más a la órbita de Rusia antes que favorecer una línea más europeísta, una parte del país ha expresado su repudio y ha exigido reformas que Yanukovich no ha cumplido. En las últimas semanas la capital ucraniana ha sido escenario de sangrientas masacres, con el temor que la escalada de terror derive en una guerra civil.
En menos de tres días los muertos se multiplicaron a manos de francotiradores y milicias del gobierno que disparaban a matar. Sin embargo, lejos de amedrentarse frente a la brutalidad del Estado, los opositores han contraatacado con ferocidad y sin visos de rendirse. Y el propio entorno de Yanukovich, entre el horror por las matanzas y el temor de acabar arrastrados por la multitud, se ha ido desmarcando de un gobierno que parece estar tocando fondo. Sin ir más lejos, en la madrugada del viernes el presidente cedió poderes y accedió a que se adelanten las elecciones. La presión constante de los opositores y su capacidad de enfrentarse cuerpo a cuerpo con las autoridades dieron resultados.
En Twitter, donde los venezolanos ventilan y divulgan lo que ocurre en su país a falta de una televisión independiente y a salvo del control del gobierno, abundan los comentarios de quienes ven en el ejemplo de la resistencia ucraniana el camino a seguir, con el objeto de conducir a Maduro y a sus hombres a un callejón sin salida. La propia inmolación de López, y sus mensajes reiterando que no se rendirá y que hay que resistir, infunde el sentimiento de que no se puede abandonar el momentum de la cruzada emprendida por un sector del bloque opositor.
Pero al final tanto en Venezuela como en Ucrania el desenlace y el cambio en la balanza dependen en gran medida de quienes hasta ahora han arropado a Maduro y a Yanukovich. Si ambos, como parece que le está ocurriendo al gobernante ucraniano, pierden el apuntalamiento de sus propios partidos y de un ejército que muestra fisuras a la hora de reprimir salvajemente a su gente, entonces se facilita el triunfo de los que se juegan la vida en las manifestaciones y apuestan por el cambio.
Hay instantes y hechos que inesperadamente sacuden a regímenes que parecían inamovibles. Yanukovich se sostiene al filo de la cuerda floja y Maduro se tambalea por momentos. Sólo falta el empujón definitivo que ponga fin a tanto cruel despropósito.
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