Porqué perdimos la Guerra contra la Pobreza en los Estados Unidos
Eche un vistazo al siguiente gráfico. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1964, la tasa de pobreza en este país se redujo a la mitad. Más aún, el 94% de la variación de la tasa de pobreza durante este período puede ser explicada solo por los cambios en el ingreso per cápita. El crecimiento económico es claramente el arma más eficaz contra la pobreza jamás ideada por el hombre.
La línea de puntos muestra lo que hubiera pasado si esta tendencia hubiese continuado. El crecimiento económico habría reducido el número de personas en situación de pobreza a un mero 1,4 % de la población hoy en día, un número tan bajo que la caridad privada probablemente podría haberse ocupado de cualquiera de las necesidades insatisfechas.
Pero no seguimos la tendencia. En 1965 lanzamos una Guerra contra la Pobreza. Y como muestra el gráfico, en los años que siguieron la cantidad de estadounidenses viviendo en la pobreza apenas se movió. En 1965, el 18% de la población vivía en la pobreza. Hoy estamos en el 15%, es decir 50 millones de estadounidenses. Eso tras gastar 15 billones de dólares (trillones en inglés) en programas contra la pobreza y continuar gastando 1 billón al año.
Ahora, he aquí algo que puede usted no saber. Desde el principio, durante la primera década de nuestro experimento de 50 años con un Estado de Bienestar ampliado, experimentos cuidadosamente controlados financiados por el gobierno federal establecieron sin lugar a dudas que el bienestar social modifica el comportamiento. Éste conduce a los mismos cambios de comportamiento que mantienen a la gente en un estado de pobreza y dependencia. Piense en eso. ¡Cualquier debate serio en materia de ciencias sociales sobre los efectos del bienestar social en el comportamiento de los beneficiarios fue resuelto hace cuatro décadas!
Ahora sabemos mucho acerca de cómo el comportamiento afecta a la pobreza. De hecho, si usted hace estas cuatro cosas, es casi imposible que permanezca pobre:
1. Termina la escuela secundaria,
2. Consigue un trabajo,
3. Se casa, y
4. No tiene hijos hasta estar casado.
Entonces, ¿cómo el bienestar social afecta el comportamiento? A finales de la década de 1960 el gobierno federal trató de descubrir eso en lo que Charles Murray llama “el experimento de las ciencias sociales más ambicioso en la historia”.
Los experimentos fueron todos realizados por científicos sociales que creían en el Estado de Bienestar y que no tenían dudas acerca de su capacidad de alcanzar el éxito. En otras palabras, ellos estaban seguros de las respuestas aún antes que los experimentos comenzaran. Su objetivo era demostrar que la creencia popular estaba del todo errada, que el bienestar social no haría que la gente redujese su esfuerzo laboral, contrajese matrimonio con menos frecuencia, se divorciase con más premura o se involucrase en otras conductas disfuncionales.
Los experimentos estuvieron en su totalidad controlados. Personas seleccionadas al azar fueron asignadas a un “grupo de control” y a un “grupo experimental”. Los últimos recibían un ingreso garantizado, y el programa incluso utilizó el término de Milton Friedman para ello: Un impuesto negativo sobre los ingresos. El más grande, más largo y mejor evaluado de estos experimentos fue el SIME/DIME (Siglas en inglés para Experimento Seattle/Denver de Mantenimiento de Ingresos) en las ciudades de Seattle y Denver. Y los resultados no fueron agradables. Para consternación de los investigadores, en gran medida confirmaron lo que la creencia convencional había pensado desde el principio. Como informé en “Privatizing the Welfare State” (“La privatización del Estado de Bienestar”:
• El número de horas trabajadas se redujo un 9% para los esposos y un 20% para las esposas, con respecto al grupo de control. Para los adultos jóvenes varones se redujo un 43% más.
• La duración del desempleo se incrementó un 27 % entre los esposos y un 42% para las esposas, con respecto al grupo de control. Para las mujeres solteras cabeza de familia aumentó un 60% más.
• El divorcio aumentó un 36% más entre los blancos y un 42% más entre los negros. (En un experimento realizado en Nueva Jersey, la tasa de divorcios fue un 84 % superior entre los hispanos).
Por cierto, estos resultados han sido estudiados y estudiados una y otra vez y existe un montón de literatura sobre ellos, casi toda escrita por investigadores que detestaban los resultados. Los buenos compendios son proporcionados por Charles Murray y Martin Anderson.
Ambos autores señalan que los resultados son aún peores de lo que parecen a primera vista. Por un lado, el “grupo de control” tenía acceso al bienestar social convencional disponible en los años 60 y 70. Así que éste, de ninguna manera, era un grupo de control puro (libre de bienestar social). Además, a las personas inscritas se les dio instrucciones diferentes sobre cuánto tiempo podían esperar que duraría su ingreso garantizado. Resulta que cuanto mayor la garantía, peores los efectos negativos.
Hasta donde puedo afirmar, no había sanción por matrimonio en estos experimentos, ciertamente nada como la que tenemos hoy, y poca o ninguna sanción por percibir un ingreso más alto. Con el paso del tiempo, todos estos incentivos se han tornado cada vez más perversos. Por ejemplo, en los últimos 50 años hemos añadido una sanción por matrimonio tras otra a los beneficios sociales. Hay una muy fuerte sanción al matrimonio en el ObamaCare, por ejemplo. E incluso Paul Krugman reconoce que la tasa impositiva marginal que enfrentan las familias de bajos ingresos es superior al 80 % en la actualidad. (En realidad, supera el 100% en muchos casos). Y el ObamaCare elevará aún más el castigo por trabajar y generar ingresos.
Así que he aquí un importante interrogante en materia de políticas públicas: Si está bien establecido que la autosuficiencia está estrechamente relacionada con el hecho de trabajar y estar casado ¿por qué estamos “luchando contra la pobreza” haciendo cosas que los científicos sociales han sabido durante décadas que conducen a que se trabaje menos y haya menos matrimonios?
Y aquí un interrogante relacionado con el discurso público: ¿por qué están los columnistas del New York Times Paul Krugman y Nicholas Kristof declarando que la Guerra contra la Pobreza es un éxito cuando es tan obviamente un fracaso? Ambos cronistas afirman que si contamos los bienes en especie (cupones de alimentos, vivienda, Medicaid, etc.), la tasa de pobreza real sería inferior en un tercio. Por supuesto, si le damos a la gente suficientes cosas y contamos eso como ingreso, podríamos declarar la victoria y afirmar que no existe más pobreza.
Dylan Matthews argumenta en gran medida lo mismo que Krugman y Kristof. Tras citar un estudio de la Universidad de Columbia sobre las diferentes formas de medir la pobreza, se concentra en el punto clave (¿cuánta diferencia hace el gobierno?) y dice esto:
Revisando algunos de los primeros estudios, se me hace muy difícil determinar a qué Lyndon Johnson habría llamado “éxito” en la Guerra contra la Pobreza. Pero no hay duda en mi mente acerca de qué piensa el ciudadano medio que es el éxito. El objetivo es que las personas ganen y ahorren lo suficiente como para mantenerse a sí mismos por encima de un nivel de ingresos de pobreza sin ninguna ayuda del gobierno.
De modo que conforme esta manera de medir, no ha habido ningún progreso en absoluto a pesar del esfuerzo de un gasto de 1 billón de dólares al año.
Traducido por Gabriel Gasave
John C. Goodman es Investigador Asociado en el Independent Institute y Presidente y miembro Kellye Wright en el Cuidado de la Salud en el National Center for Policy Analysis. El Wall Street Journal y el National Journal, entre otros medios, le han llamado el “padre de las cuentas de ahorro para la salud”.
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