La fusta de Putin
Nadezhda Tolokonnikova (der.), integrante del grupo ruso Pussy Riot, protesta frente a un tribunal en Moscú el 24 de febrero.
Ya se apagaron las luminarias del espectáculo de Sochi y los montajes que evocaban al Cirque du Soleil, pero con un toque más solemne y por momentos sombrío. Desde el principio, el presidente ruso Vladimir Putin quiso poner el acento de estas Olimpiadas en un revival del imperio ruso. Era una manera de recordarle al mundo que su vocación es la de líder de una potencia capaz de infundir temor y lanzar otra guerra fría, tal y como estamos viendo en el conflicto de Ucrania.
Pero quién mejor que las Pussy Riot para parodiar los aires de grandeza caudillista que se gasta Putin. Desafiando el ambiente amenazador de los cinturones de seguridad desplegados en la ciudad olímpica, las integrantes del grupo punk, que tantos dolores de cabeza le provocan al ex funcionario de la KGB, llegaron a Sochi con el propósito de llamar la atención por la represión y los abusos contra los que se atreven a plantarle cara al Kremlin. Y lo hicieron venciendo el miedo después de que dos de ellas, Nadya Tolokonnikova y Maria Alyokhna, sufrieran los rigores del Gulag en campos de trabajos forzados por su irreverente performance en una iglesia ortodoxa en Moscú. Tras ser liberadas recientemente, ambas han reiterado que no descansarán hasta ver a Putin fuera de juego.
Mientras los atletas dibujaban piruetas y se deslizaban en la nieve, las Pussy Riot se marcaban su propio triple salto mortal al intentar filmar uno de sus videos contestatarios a las puertas del estadio. Sus únicas armas eran sus ropas llamativas y una cámara para grabarlo todo. Pero, como en una escena salida de una novela rusa decimonónica, un grupo de cosacos comenzó a golpearlas con fustas, como si se tratara de domesticar caballos salvajes antes de encerrarlos en la cuadra.
Afortunadamente, en esta era de redes sociales y cámaras en los teléfonos móviles, todos pudimos ver, con una mezcla de indignación y estupor, cómo estos cosacos del siglo XXI las azotaban mientras reprimían a la prensa que hacía lo posible por grabar ese instante tan surrealista. Un insólito incidente que ponía de manifiesto las tácticas represivas de un gobierno que persigue a los opositores, a los gays y a todo aquel que desafíe la pulsión autoritaria de un jefe de Estado con las malas mañas del ancien régime soviético.
Los cosacos, que en el pasado fueron responsables del exterminio de los judíos en los progromos, finalmente no pudieron impedir que las Pussy Riot lograran grabar frente a los anillos olímpicos una canción cuyo estribillo es “Putin te enseñará a amar la Madre Patria”, feroz sátira de un mandatario que se comporta como un zar trasnochado y pretende ser el guardián de los valores religiosos en la estepa y sus alrededores. Conviene recordar que mientras refulgían los fuegos artificiales en Sochi, una buena parte de los ucranianos libraba una batalla a muerte contra un gobernante, Viktor Yanukovich, que para muchos ha sido un títere al servicio de los intereses del gobierno ruso.
Las Pussy Riot y otros activistas están decididos a luchar contra los desmanes de Putin. Son muchos los jóvenes que están dispuestos a pasar por la cárcel política antes de dejarse atenazar por la mano férrea de quien desprecia la libertad de expresión y todavía cree que la nación es una comarca feudal con la gleba bajo el yugo de la hoz y el martillo.
Nunca pensamos que a estas alturas veríamos algo tan primitivo como un batallón de cosacos fustigando con saña y desprecio a un puñado de muchachas punk mientras les gritaban, “Rameras americanas, Putin las enseñará a obedecer”. Los hijos rebeldes de la Madre Patria se niegan a ser gobernados a golpe de fusta.
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