El ‘efecto’ Francisco
Desde que Bergoglio llegara al Vaticano para ocupar la silla que dejó vacante Benedicto XVI, su presencia ha sacudido los cimientos de la Santa Sede como un tsunami procedente de Buenos Aires.
En cuestión de meses el Papa Francisco se ha revelado como el Pastor de la gente común, tan cercano como cuando era sacerdote en las barriadas de la capital argentina y vivía humildemente. Alérgico al boato púrpura y proclive a saltarse los dogmas milenarios, Francisco ha hablado con compasión y ánimo tolerante de los homosexuales, de los divorciados católicos, de los inmigrantes, del papel de las mujeres en la Iglesia. Lógicamente, los católicos practicantes del mundo siguen con atención a este Papa aún más mediático de lo que fuera Juan Pablo II.
Nunca pudo imaginar el Vaticano que contaría con un sumo representante que es el sueño de cualquier agencia publicitaria a la hora de “vender” y “divulgar” un producto, en este caso la marca global del catolicismo. Bergoglio cautiva con sus abrazos a los niños y a los más desvalidos, sus mensajes conciliatorios, su querencia por lo sencillo y terrenal. El nuevo inquilino de la Casa Santa Marta es la cara y el reclamo que necesitaba con urgencia una institución debilitada por los escándalos de pederastia y unas normas rígidas que cada vez más católicos rechazan, por considerar que se ha quedado a la zaga de los tiempos que cambian. Los más optimistas aseguran que los aires renovados de Bergoglio servirían para atraer al rebaño a muchas ovejas desencantadas.
No obstante, contrario a lo que cabía esperar, una encuesta del Pew Reseach Center indica que si bien Francisco goza de mucha popularidad entre los católicos en Estados Unidos, esto no se revierte en una mayor afluencia en las iglesias o un aumento de los donativos que contribuyen a mantener las parroquias. Por ejemplo, el 40% de los católicos americanos dice que reza más que el año pasado y un 24% afirma estar más comprometido con su fe, pero dicho compromiso no se refleja en el número de feligreses que va a misa y el porcentaje de católicos no ha aumentado, manteniéndose en un 22%. Parece tratarse de un entusiasmo más epidérmico que un acercamiento profundo a la doctrina que propone Bergoglio.
Una manera de interpretar esta tibieza es que, a pesar de la simpatía que despierta el Papa, son muchos los católicos creyentes que están a la espera de ver si sus gestos se convierten en cambios palpables. Sin duda Bergoglio sabe conectar con los fieles, pero en esta época abundan los que están a favor del uso de contraceptivos, que los divorciados que se vuelven a casar puedan comulgar, o que a las mujeres en el seno de la Iglesia se les permita oficiar misa y desempeñar un rol más relevante y de menos subordinación a una jerarquía dominada por hombres. Temas espinosos que Francisco ha abordado con una mezcla de arrojo y candidez, pero que pueden quedarse en nada frente al inmovilismo que ha primado en la curia romana.
Al cabo de un año de su elección, el Papa sigue despertando admiración y generando interés en cada una de sus apariciones. A este estadista de lo divino sólo le falta hacer realidad el sí se puede que anhelan muchos de sus seguidores incondicionales.
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