Pensemos al futuro hombre libre
Instituto Libertad y Desarrollo
El hombre siempre se impuso reglas. Sin ellas, la supervivencia peligraría. El hombre cada vez volvió más compleja su vida. Construyó grandes ciudades y la vida tuvo que ser normada. Las decisiones que impactan en la vida diaria de cada ser humano pasaron de ser tomadas por muchos, a unos pocos y, finalmente, por uno solo. Y en el cielo también ordenamos el poder: de muchos dioses pasamos a uno.
A simple vista diríamos que nos ordenamos. Miles y millones de personas no podrían jamás ponerse de acuerdo. Uno solo, con sus ayudantes, podrían encargarse de mantener el orden y la paz. Omnipotente. Todo el poder para que haga su trabajo ¿cuál trabajo? ¿Qué fin tendría esa labor de gobernarnos? El hombre olvidó en el camino de la historia esa respuesta. O quizá nunca se lo preguntó.
Faraones, incas, zares, reyes, príncipes y cualquiera sea el título puesto a los que convertimos en todopoderosos y omnipresentes, trabajaron para engrandecer su poder, no el poder de los hombres. Para lograr sus fines, convirtieron al individuo en objeto, restringiendo su libertad. Pero ¿qué libertad? Todas. Desde la libertad política hasta su Libertad. En nombre del Estado se destruyeron los estados del hombre.
La llegada del Estado moderno, ya sea autoritario o democrático en su forma de gobierno, continuó la historia de aplastar el espíritu humano. En nombre del progreso y del engrandecimiento de la patria la libertad del hombre fue reducida bajo aplastantes leyes y pesadas instituciones que seguían viendo al ser humano como un objeto. Simplemente el hombre cambio su dueño: de pasar a servir a uno solo, pasó a servir a todos, aunque en realidad siempre servía a unos pocos. ¿Qué hacer?
No nos engañemos. Destruir el Estado como pensaban los anarquistas del siglo XIX no es la solución. El hombre rápidamente lo cambiará por otro tipo de organización vertical, con diferente nombre. Tomarlo por asalto y desbaratarlo poco a poco como pensaban Marx y sus seguidores tampoco es la respuesta: finalmente, la sociedad comunista huérfana de Estado, encontraría la manera de construir una nueva organización política de arriba hacia abajo. Las reformas dentro de las democracias tampoco han liberado al hombre y todo su potencial sigue aletargado ¿Transformar el Estado actual? Sí, pero ¿para qué? ¿Para desarrollarnos?
No nos compliquemos. Para desarrollar un país no es necesario construir el Estado omnipresente y omnipotente; debemos diseñar la sociedad libre. Una sociedad de hombres libres. Pero ¿realmente debemos buscar la sociedad libre? Cuando pensamos en ella, nos imaginamos un conglomerado de personas organizadas que promueve y protege la libertad del individuo. Si es así, mejor hablemos del hombre libre, enfoquémonos en el fin último: liberar al hombre. ¿Cómo liberamos al hombre? ¿De qué lo vamos a liberar? ¿Una sociedad formada de hombres libres requiere de un Estado? Si es así ¿cómo debe ser ese Estado? ¿Cómo desbaratamos el actual? ¿Reformamos, transformamos o revolucionamos? ¿O empezamos políticamente a pensar desde cero? ¿Será necesario seguir concentrando el poder en uno solo o en unos pocos? ¿O lo diluimos entre todos? ¿Será social y políticamente viable esto último? Nuevamente ¿qué hacer?
Estas y cientos de preguntas más deben ser formuladas y contestadas desde afuera. Colocarnos en la cima, pensar desde una posición cósmica. Desligarnos de todo lo hasta ahora construido, pues ha hecho al hombre un siervo de otro y de todos los hombres. Necesitamos pensar al futuro hombre libre. Organicémonos y pensemos juntos.
- 23 de enero, 2009
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