Los liberales y el reto de la igualdad
"Las naciones de nuestros días no podrán evitar que en su seno las condiciones no sean iguales; pero depende de ellas que la igualdad las conduzca a la servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria". Con esas palabras proféticas cerraba Alexis de Tocqueville el segundo tomo de la obra que lo inmortalizaría, La democracia en América.
Más de 170 años han transcurrido desde entonces y no se puede negar lo acertado del diagnóstico. La búsqueda de la igualdad ha sido la clave del desarrollo político moderno, y la misma nos ha llevado tanto a la creación de sociedades libres, prósperas y civilizadas como a verdaderos infiernos terrenales caracterizados por la servidumbre, la barbarie y la miseria. Todo depende de qué igualdad se busque.
Desde que Tocqueville hiciese su certera predicción se han estado enfrentando dos concepciones radicalmente diferentes de la igualdad: la socialista y la liberal. La primera ha conducido, allí donde se ha impuesto, a la limitación o incluso al arrasamiento de la libertad individual. La segunda ha buscado, no siempre con éxito, hermanar igualdad y libertad: cuando lo ha logrado, el progreso ha sido extraordinario; cuando ha fracasado, ha creado las condiciones para el florecimiento del igualitarismo socialista.
La concepción socialista se propone alcanzar la igualdad mediante la creación de seres humanos iguales, es decir, formados en el mismo molde y con condiciones similares de vida. Para lograrlo, el control de la educación es clave. Este ha sido el elemento común a todos los socialismos, ya sean de corte socialdemócrata (evolutivo) o marxista-leninista (revolucionario): el hombre nuevo del socialismo lo forma el Estado docente, que monopoliza y uniforma la educación desde la más temprana infancia hasta la adultez.
Junto con ello se debe "socializar el consumo" (como decían los ideólogos socialdemócratas suecos de los años 30), ya sea de golpe, como en las revoluciones comunistas, que para ello se apoderan de todo el aparato productivo; o paulatinamente, como en los regímenes socialdemócratas, que mediante un alza sostenida de impuestos van transfiriendo el poder sobre el consumo, y con ello sobre la conformación de formar nuestras vidas, de manos de los ciudadanos a las de los políticos y sus tecnócratas. En esta perspectiva, la igualación de los ingresos es un objetivo secundario, ya que lo decisivo para el socialismo es, más allá de lo que dice su retórica, cómo se usan los ingresos y no su igualación. Es una cuestión de poder y no de pesos más o pesos menos.
Los resultados de este afán igualador han variado. Cuando se ha aplicado plena y consecuentemente, ha conducido a la barbarie y la miseria de los totalitarismos comunistas. Aplicado paulatinamente, condujo a enormes Estados, llamados "del Bienestar", que han terminado hundiendo a Europa Occidental en el marasmo y la crisis. El problema de fondo es que en ambos casos se ha sacrificado, total o parcialmente, la libertad individual y, con ello, la diversidad y la creatividad humanas, que son la base imprescindible del progreso.
Por su parte, el pensamiento liberal contemporáneo ha tratado de enfrentar el desafío de la igualdad de forma tal que amplíe la libertad y la diversidad. Su punto de partida es el valor o dignidad igual de los individuos y sus proyectos de vida. Por ello trata, por una parte, de limitar las intervenciones políticas que nos impongan formas de vida ajenas a nuestra voluntad. Por otra parte, reconoce la necesidad de ir más allá de la igualdad ante la ley o formal buscando darles a todos un acceso justo a las premisas o condiciones del ejercicio de la libertad.
Para un liberalismo moderno, nadie debe quedar excluido de la posibilidad de realizar sus potencialidades ni del uso de su libertad por razones ajenas a su voluntad, como lo son sus condiciones de nacimiento u otras similares. En este caso existe el deber de la solidaridad, es decir, de redistribuir parte de la riqueza de una manera que cree una igualdad básica de oportunidades que haga legítimas las disparidades que naturalmente se producirán en una sociedad libre. Cuando los liberales no han advertido la importancia clave de este aspecto o no han apostado decididamente por emparejar la cancha han terminado deslegitimando su propia causa y abriéndole las puertas a la igualdad de resultados propia del socialismo, con todas sus consecuencias destructivas para la creatividad y el dinamismo sociales.
Ahora bien, desde una perspectiva liberal es muy importante la forma en que se realiza esta redistribución dirigida a crear una igualdad razonable de oportunidades. Lo que se busca es dar más poder a los individuos, empoderarlos, y no aumentar el poder que otros ejercen sobre ellos. Esta es la diferencia clave con el pensamiento socialista, que empodera al Estado y somete a los individuos para hacerlos iguales. Es en base a este ideal de igualdad, que potencia la libertad y la diversidad, que debemos y podemos enfrentar al socialismo contemporáneo. De ello dependerá si nuestros países se orientan, con las palabras de Tocqueville, hacia
la servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria.
- 23 de julio, 2015
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