España: No llamen a esto capitalismo
Probablemente han visto ustedes la película El show de Truman, que narra los avatares de un hombre de treinta años que ha nacido, crecido y vivido los 10.909 días de su existencia dentro de un reality show. Su protagonista, Truman Burbank –interpretado por Jim Carrey–, ha pasado todo ese tiempo creyendo que era libre y dueño de su propio destino cuando, en realidad, todo lo que le rodeaba era pura ficción. Es decir, toda esa percepción de libertad y control de su propia vida era una farsa, estando su existencia sujeta a los designios del creador del show, Christof –Ed Harris– y las audiencias. Pues bien, algo similar ocurre en Occidente, que creemos que disfrutamos de un régimen de libre mercado cuando, en realidad, se trata de capitalismo de amiguetes –crony capitalism.
Y es que es habitual leer en columnas de opinión y escuchar en tertulias radiofónicas o debates televisivos ataques al capitalismo, tildándolo de salvaje, inhumano, egoísta, ruin o cualquier otro epíteto negativo que se les ocurra. Parece, cuando se les presta atención, que viviéramos en el paraíso liberal, en la Arcadia del libre mercado. Sin embargo, lo que describen políticos, tertulianos y otros profesionales de la opinión cuando critican al capitalismo no son sino acciones y sus consecuencias, que poco tienen que ver con el sistema genuino de libre mercado, que tanto progreso y bienestar ha aportado a la sociedad en las pocas ocasiones que se le ha dado la oportunidad.
Díganme, ¿creen que puede catalogarse de capitalismo un sistema en el que las Administraciones Públicas concedieron en 2012, según recoge el anuario de la firma de rating española Axesor, más de 3.000 millones de euros en subvenciones a sociedades mercantiles? Tan sólo 50 de las 35.000 empresas subvencionadas con el dinero de sus bolsillos, un 0,14%, acapararon el 20% de todas esas ayudas. ¿Creen que esa cantidad se empleó en apoyar a pymes? No, ese ranking lo encabezan fabricantes de automoción (133 millones de euros), empresas mineras del carbón (100 millones de euros), empresas de telecomunicaciones (80 millones euros) o energéticas (70 millones de euros). Buena parte de ellas, empresas del Ibex o multinacionales.
Todo ello sin contar el rescate a la banca, que según las normas de contabilización de las autoridades comunitarias de defensa –sic– de la competencia ascendieron –según el informe de la antigua CNC– a 84.630 millones de euros y que, en total, podrían alcanzar fácilmente los 100.000 millones de euros. Y todo ello sin contar, naturalmente, las privilegiadas condiciones de liquidez facilitadas por el Banco Central Europeo (BCE), que actúa a modo de red de seguridad de la que ningún otro ser mortal dispone para el desarrollo de su actividad, aparte, claro está, de proporcionarles pingües beneficios en forma de carry trade.
Sin embargo, los rescates estatales de empresas privadas no se circunscriben únicamente al sector financiero. Todos tenemos en mente empresas que se han visto auxiliadas con dinero de los contribuyentes cuando se han visto en dificultades. Todas comparten la característica esencial de ser grandes y tener conexiones políticas. Si ustedes tienen una pyme a punto de quebrar, una hipoteca que no pueden pagar o una deuda con Hacienda, esperen sentados, y preferiblemente a la sombra, a que vengan los políticos a rescatarles. Pero si tienen un exministro o similar sentado en un consejo de administración o de asesor, estén tranquilos. ¿De verdad puede alguien pensar que el liberalismo que defendieron Locke, Smith, Bastiat, Mises, Hayek, Hazlitt, etc. es esto?
El capitalismo se define por ser un sistema de beneficios pero también, pese a que esto se olvida con frecuencia, de pérdidas. No obstante, cuando el sistema se corrompe y las ganancias se continúan privatizando, pero las pérdidas de unos pocos escogidos se socializan, deja de ser un mercado libre y se convierte en capitalismo de amiguetes. Como Truman en la película, podemos sentir la apariencia de libertad, pero la realidad es otra. Y eso inflige un daño mayor en la sociedad, pues este sistema ha usurpado el nombre al capitalismo de libre mercado y ha puesto en bandeja la excusa a los enemigos de la libertad. Como el capitalismo es el mal, aumenta la regulación, y se crean más oportunidades para que los amiguetes puedan sacar tajada.
Y es que existen empresarios genuinos que hacen su dinero compitiendo limpiamente en el mercado y se juegan su capital tratando de acertar los deseos de sus clientes y seleccionar los proyectos que son rentables. Y existen otros, empresarios también, que medran en sus negocios gracias al favor del Gobierno, bien sea erigiendo barreras de entrada, adjudicando subvenciones y créditos blandos u otorgándoles contratos y otros privilegios.
Es esencial distinguir entre ambos tipos de empresarios, dado que los primeros, aun buscando el propio interés, contribuyen al crecimiento económico y a la creación de empleo, mientras que los segundos se limitan a redistribuir la riqueza para beneficio suyo y de sus contactos en la Administración. Beneficio que, por definición, obtienen siempre a costa de otros. Estos capitalistas simplemente no podrían sobrevivir en un mercado libre, ya que necesitan para vivir de sus amiguetes.
Al principio de El Show de Truman, si lo recuerdan, aparecen una serie de entrevistas a los actores del programa, entre ellas al supuesto mejor amigo de Truman, Marlon –Louis Coltrane–, que dice: “Es auténtico, todo es real, aquí nada es falso, nada de lo que ven en este programa es falso… sólo está controlado”. Piensen ahora en todas las regulaciones, trámites y restricciones que nos imponen todos y cada uno de los niveles de la Administración Pública. ¿Creen que viven en la selva del libre mercado? Intenten montar una simple cafetería y adéntrense en la jungla burocrática para dar de alta su negocio, algo que, según el informe Doing Business 2014 del Banco Mundial, lleva en España 23 días en promedio, con unos 10 trámites y un coste medio de 1.000 euros.
Y, si aún no han visto el foco caer, como le ocurre al principio de la película al protagonista y que hace que empiece a albergar sospechas, valoren si es un mercado libre aquel en el que el 60% de la tarifa eléctrica se va en cargas fiscales y subvenciones que fija el Gobierno, aquel en el que el 50% del precio de la gasolina corresponde a impuestos, aquel en el que el Estado atosiga al ciudadano con más de cien figuras impositivas distintas y en el que este debe trabajar 130 días sólo para pagar sus tributos. Aquel, en definitiva, en el que el sector público pesa en la economía más del 40% del producto interior bruto (PIB). ¿Es esto capitalismo salvaje o estatismo desbocado?
Una de las principales críticas que se realizan a las sociedades capitalistas es la desigualdad. No se tolera que en una sociedad haya ricos y pobres, que algunos acumulen riqueza y otros deuda y que permitan la existencia de diferencias salariales de varios órdenes de magnitud entre los directivos de las empresas y sus trabajadores menos cualificados. Sin embargo, la realidad es que todas las sociedades son desiguales, incluso las supuestamente comunistas. Miren si no dónde viven y a qué lujos tienen acceso los Raúl Castro, Nicolás Maduro o Kim Jong-un de este planeta y compárenlo con el nivel de vida de sus oprimidos súbditos.
La cuestión no es tanto la existencia o no de desigualdades, que a nadie en su sano juicio le pueden parecer deseables, sino su origen. ¿Son ricos los ricos gracias al botín obtenido en el ejercicio de la fuerza, como ocurre en las sociedades feudales, o gracias a los monopolios concedidos por el Estado, como ocurre en los sistemas mercantilistas? ¿O han alcanzado su posición económica porque han sabido anticipar y satisfacer las necesidades de otras personas y han obtenido su recompensa?
¿Ofrece el entorno institucional oportunidades e incentivos para mejorar la propia condición o, por el contrario, fomenta la existencia de grupos reducidos que concentran el poder político y económico y que bloquean sistemáticamente la movilidad social, creando techos artificiales de cristal? Por ejemplo, les invito a reflexionar sobre lo siguiente: ¿a quién beneficia realmente la progresividad fiscal? Piénsenlo por un momento y díganme si aplicando un impuesto confiscatorio del 56% a las nóminas más altas no impide la acumulación de ahorro de aquellos profesionales de mayor cualificación y que han empezado desde cero, a fuerza de esfuerzo y sacrificio.
Díganme si esta progresividad agresiva no dificulta que puedan invertir en proyectos empresariales y competir con quienes ya están instalados en la aristocracia político-económica, con mayor facilidad para eludir el pago de impuestos y con un acceso infinitamente mayor a los circuitos de poder político. ¿Aún piensan que la progresividad fiscal beneficia a los pobres? Recuerden la isla en la que vivía el Truman de la película y las dificultades que le ponían cada vez que intentaba abandonarla.
En definitiva, ¿prefieren ustedes (1) un sistema capitalista corrompido como el actual, que permite que unos cuantos amiguetes se lucren a costa del resto, o (2) un mercado auténticamente libre, que promueva la sana competencia, elimine barreras de entrada, multiplique las opciones de los consumidores, suprima las subvenciones y créditos blandos y que asegure que la única forma de hacerse rico sea sirviendo a los demás, creando productos que hagan la vida más fácil, utilizando los recursos de forma eficiente e innovando continuamente a favor de la sociedad? No les quepa la menor duda de que quienes defendemos el capitalismo abogamos por un mercado genuinamente libre y rechazamos el capitalismo de amiguetes, incompatible con el primero.
- 23 de enero, 2009
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