¡Nada más hermoso que el libre acuerdo!
El Día, Santa Cruz
Esta ciudad está llena de capitalistas salvajes, desde el más humilde de los pastilleros, hasta el más rico de los empresarios. Estos –emprendedores- capitalistas viven y conviven todos los días felizmente en el mercado, lo que en palabras más formales viene a ser nuestra ciudad de Santa Cruz.
En este gran mercado, el cual se divide en las “Siete Calles”, “Los Pozos”, “El Abasto”, las mismas calles y hasta el “Centro Empresarial de Equipetrol”. Se compite de la manera más audaz, solo y únicamente para ganar el voto del consumidor, es decir, su compra.
A pesar de ser, esta competencia, interminable y muy feroz, solamente el mercado ha logrado encontrar la forma que esta se lleve a cabo de las más apacible, espontánea y eficiente de las maneras. Y es pues nada menos que el libre acuerdo, esa famosa negociación que se escucha en cada esquina, acera, calle u oficina de esta pujante ciudad, la que nos mantiene a todos los cruceños en paz y además informados diariamente de los precios y chismes del mercado.
No obstante, el gobierno está arrebatando a nuestras espaldas –cada día más- este hermoso “libre acuerdo” con regulaciones de precios, burocracia en los contratos, impuestos, aranceles, mercantilismo y corrupción.
Bajo supuestas leyes de “protección al consumidor” como la del taxímetro por ejemplo, nos están violando la libertad de acordar un simple precio. Parece muy práctico, sin embargo, esto acarrea desastrosas consecuencias, como la escasez, los mercados negros, la incertidumbre de precios y la indeseable dependencia del estado en nuestra vida cotidiana. Muy acertada en este tema es la frase del famoso Premio Nobel de Economía Friedrich Hayek cuando dice que: “Cuanto más planifica el Estado, más difícil se vuelve la planificación para el individuo”.
¿Acaso necesitamos la protección del Estado sobre todos y cada uno de los bienes y servicios que ofrece el mercado? Quien mejor que nosotros mismos para acordar una mejor tarifa, informarnos si un producto es bueno o malo y hasta saber si nos hará bien o nos hará daño y si es así, castigarlo con nuestro rechazo. No caigamos en la fatal arrogancia de los “ingenieros sociales” del gobierno, quienes creen saberlo todo y objetan actuar por nuestro bien. La información de precios, solo la sabemos a perfección los ciudadanos, quienes vivimos diariamente en la ciudad de los anillos. Además, ¿si el gobierno protege a los consumidores y todos somos consumidores, quién nos protege del gobierno? ¿El órgano judicial; del gobierno?
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