Que gane la verdadera paz
Según casi todos los analistas, como Jorge Restrepo, del Centro de Análisis del Conflicto, los resultados de la primera vuelta de las elecciones en Colombia polarizaron a quienes respaldan el proceso de paz con las guerrillas de las FARC y quienes no. Óscar Iván Zuluaga, apoyado por el popular ex presidente Álvaro Uribe frente al actual presidente, Juan Manuel Santos, que ha hecho de la negociación con los insurgentes su bandera política. Un dato menor es el que se haya registrado una abstención récord de casi el 60 % de los votantes, acorde con la creciente apatía en todo el globo frente a la política.
Zuluaga basó su campaña en su retórica de mano dura y ha dicho que está a favor de una solución negociada al conflicto pero que le daría a los guerrilleros, para continuar con las negociaciones de paz, una semana para declarar un cese al fuego unilateral y permanente. Y ha enfatizado en que quiere una paz "sin impunidad", o sea, con "castigo". Independientemente de la condena moral inexcusable que merece la guerrilla –como cualquiera que asesine- no sé qué clase de paz es esa que hace tanto hincapié en el "castigo" que, obviamente, no es pacífico sino que implica cárcel forzada, es decir, impuesta vía el monopolio estatal de la violencia.
El candidato de Uribe, también ha amenazado con asumir una postura más "dura" con Nicolás Maduro asegurando que no iba a tener un "silencio cómplice" mientras el gobierno de Venezuela reprime las protestas estudiantiles y encarcela a opositores. Santos ha sido más "precavido" y ha tratado de no provocar a Maduro dados los lazos comerciales y porque prefiere mantener buenas relaciones con otros gobiernos de izquierda para evitar que las conversaciones de paz con las FARC sufran percances.
En cualquier caso, como investigador de temas económicos y sociales, hace años que estoy esperando una explicación científica seria de qué violencia puede ser eficiente en la "defensa propia". Pero nadie me la ha dado nunca, sencillamente porque no existe. Por el contrario, la ciencia demuestra que la mejor defensa, la más eficiente, se basa en métodos contrarios a la fuerza bruta. Así resulta increíble que estemos sumidos en una cultura violenta -con la enorme destrucción que conlleva- sólo porque hay fanáticos tienen fe en la violencia y desprecian a la razón y a la ciencia.
El fin de la lucha armada, según el Gobierno colombiano, sumaría entre 1,5 y 2% al actual crecimiento del 4,5% anual de una economía que ya supera a la Argentina como tercera de América Latina. Pero la paz no debe ser sólo con las FARC. De hecho, más allá de lo que opinan los analistas, según la última encuesta de Gallup, sólo el 4,7% de los colombianos considera una prioridad que el próximo presidente intente un acuerdo con las guerrillas. Muchos inversores están más preocupados por problemas regulatorios – surgidos, precisamente, de la coacción implementada a partir de monopolio estatal de la violencia- y el rentable tráfico ilegal, también ilegalizado por la coacción estatal. "No dan oportunidades a las empresas pequeñas", se quejan algunos porque, entre otras cosas, les cobran impuestos coactivos que, en rigor, pagan los pobres ya que los ricos los trasladan hacia abajo vía aumentos de precios, bajas de salarios o recortando inversiones disminuyendo la demanda de mano de obra.
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