Una amenaza para Obama
Los hados parecen confabulados para arruinarle la Presidencia a Barack Obama y revertir el control demócrata del Senado en noviembre y de la Casa Blanca en 2016.
Una crisis migratoria -cerca de 50 mil niños sin padres han sido aprehendidos cruzando ilegalmente la frontera estadounidense- ha puesto a la defensiva a Obama, que pugna por su gran logro de política interna: la reforma migratoria. El drama humanitario -los niños, la inmensa mayoría centroamericanos, no pueden ser deportados y están internados en albergues y bases militares donde nadie sabe qué hacer con ellos- ha reabierto el virulento debate. Para los republicanos es el efecto “llamada” de la decisión de Obama de otorgar en 2012 un permiso temporal y condicionado a los ilegales que entraron antes de los 16 años. Ni cortos ni perezosos, han utilizado esta crisis para reinstalar en el imaginario la idea de que una reforma que legalice a millones de ciudadanos provocaría una estampida mexicana y centroamericana hacia el norte.
Aunque Obama y Joe Biden han realizado gestiones desesperadas en México, Guatemala, El Salvador y Honduras en estos días para atajar la salida masiva de niños, el asunto es de muy compleja solución. No se sabe si se trata de niños cuyos padres están ya como ilegales en Estados Unidos o de padres que los envían por delante desde México y Centroamérica a la espera de sumarse a ellos una vez aprobada una reforma. Además, las normas no permiten a Obama deportar a menores de edad automáticamente. Por lo tanto el Estado tiene que hacerse cargo de ellos, alimentando la campaña republicana sobre el “costo” de la tolerancia demócrata hacia los ilegales.
Lo que más importa a un atribulado Obama es ahora la consecuencia política. Hay posibilidades serias de que los republicanos tomen el control del Senado en los comicios de noviembre, lo que daría a la oposición el dominio del Congreso (ya controlan la Cámara Baja). Esto, de cara a las presidenciales de 2016, es clave. Si los republicanos logran en noviembre una mayoría determinada tendrán incluso asegurado el control del Congreso más allá de 2016 pues no habría suficientes escaños vulnerables en el partido de Lincoln como para que los demócratas pudieran revertir las cosas.
Aquí es donde entra a tallar la inmigración en plena crisis. En siete estados actualmente representados por senadores demócratas donde Mitt Romney ganó las presidenciales en 2012 las encuestas indican dos cosas: hay poco apoyo a una reforma migratoria que legalice a indocumentados y un alto rechazo a Obama. En otros cuatro estados la tendencia, sin ser tan clara, apunta crecientemente en la misma dirección. Todo lo que necesitan los republicanos son seis ganancias netas en el Senado para tomar allí el poder y nueve netas para asegurarse la primacía más allá de las próximas presidenciales.
Hay más: el gran peligro para los demócratas es que su electorado se quede en casa por desilusión (a menudo en Estados Unidos las elecciones se deciden por este factor a favor de uno u otro bando). Aunque los hispanos refrendaron en 2012 el apoyo a Obama que ya le habían dado en 2008 (obtuvo 71% contra un 27% de Romney), las encuestas dicen que en esa comunidad hay decepción por la falta de liderazgo presidencial para sacar adelante la reforma.
Obama está, pues, entre Escila y Caribdis: presionar en favor de una reforma en este contexto de crisis migratoria es jugar a favor de los republicanos por acción y no hacerlo es jugar a favor de ellos por omisión.
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