El “affaire” Sarkozy
Tiene que pensarse bien la atribulada derecha francesa si quiere darle el liderazgo de su partido principal al ex Presidente Nicolás Sarkozy, que esta semana estuvo detenido durante muchas horas y da señales de querer volver al ruedo del que se había despedido. Un hombre acosado por investigaciones judiciales y sobre el que van a seguir saliendo informaciones comprometedoras entraña demasiado riesgo. Puede acabar propiciando la consolidación definitiva de la extrema derecha y su hábil capitoste, Marine Le Pen.
La UMP, el gran partido “gaullista”, vive una crisis sin fin bajo acusaciones de financiación ilegal y divisiones internas. Al otro lado del espectro, el Presidente Hollande concentra la mayor impopularidad de un mandatario en lo que va de la V República y su partido, el Socialista, chapotea en la impotencia. En este escenario de partidos despreciados por el público, todo lo que refuerce el desapego a la política tradicional beneficia a Le Pen, la ganadora de los comicios europeos en Francia y aspirante seria a la presidencia para 2017. Sarkozy tiene la obligación moral de entender el riesgo antes de decidir (“a finales de agosto”) si será candidato a la jefatura de la UMP y por lo tanto gonfalonero de la derecha democrática en 2017.
No sabemos si es culpable de aquello de lo que se lo acusa y no hay duda de que existen elementos de maltrato político en lo que le sucede (no eran necesarias 15 horas de detención preventiva para alguien tan fácilmente localizable ni un interrogatorio adicional a las 2 de la madrugada por parte de jueces que pertenecen al Sindicato de la Magistratura, la rama de izquierda de la judicatura francesa). Tampoco está claro por qué fue necesario -y si fue legal- grabar sus conversaciones privadas con su abogado, y es sospechoso desde todo punto de vista que hayan sido difundidas en la prensa. Pero no hay duda de que Sarkozy tiene una montaña de problemas sobre los hombros, pues está directa o indirectamente inmerso en al menos siete casos judiciales, que abarcan desde financiación ilegal de su campaña (y de una campaña anterior de Édouard Balladur en los 90) hasta la posible creación de una red para obtener información secreta de procesos judiciales que lo concernían.
Esto es suficiente para hacer de él una figura contraria a lo que reclama la hora, que es una depuración ética y política de la derecha francesa a fin de que quien aproveche el fracaso de Hollande no sea el extremismo lepenista. De lo contrario, la erosión de la tradición republicana puede acabar sacando de la botella a una genio incontrolable. Ella, como sabemos, pugna por salir desde hace rato.
Jubilarse a tiempo -lo hemos visto con el grueso de la selección española en el Mundial- es la cosa más difícil del mundo cuando se tiene pasión por lo que uno hace y se quiere evitar el silencio mortal en vida. Pero ocurre que los intereses y la vocación personal de Sarkozy son contrarios -como en el caso de Berlusconi en Italia- al destino de las ideas que (a menudo con incoherencia) él encarna en su país. Ojalá que el estadista prevalezca sobre el aspirante.
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