La libertad de prensa y la prensa de la libertad
Podemos y su mediático líder, Pablo Iglesias, han sido toda una sorpresa en el inmovilista mundo político español. Este nuevo partido, que es hijo de la crisis y radical en sus propuestas, dignas de la mejor tradición castrista o chavista, se ha visto favorecido, entre otros factores, por la fama que le han proporcionado unas televisiones más centradas en el amarillismo periodístico, en la polémica como objetivo, que en un análisis político o económico sosegado y veraz. Y es que el reality show, de alguna manera, también se ha instalado en la política.
El partido que dirigen Iglesias, Errejón y Monedero se ha sabido alimentar de la aversión ciudadana a una política dominada por la imagen de la corrupción, pero sobre todo del miedo, el de perder derechos positivos y servicios públicos que durante años los políticos de todos los colores nos han vendido sin aclararnos quién y cómo iban a pagar todo ello. Frente al miedo, Podemos ha creado esperanza, ciertamente envenenada, pero esperanza al fin y al cabo y el resultado ha sido 1,2 millones de votos en las últimas elecciones europeas y unas expectativas para las municipales y autonómicas que sólo han podido soñar, y nunca alcanzar, partidos como C’s, UPyD o Vox, alternativas a priori más naturales para PP y PSOE.
Pero poco a poco, Iglesias muestra la patita de lo que es, un visionario con una concepción totalitaria de la política, lo que no sé si asustará a sus electores o los atraerá a más. Una de sus últimas perlas ha sido sobre los medios de comunicación y de cómo debería ser el marco regulatorio que rigiera el periodismo. Para Iglesias, tienen que existir mecanismos de control público que regulen la labor periodística y por ello alaba leyes como las promulgadas en Ecuador por su bolivariano presidente Rafael Correa. Se pregunta si parece razonable que garantice la libertad de expresión que el 80 % de lo que los españoles ven pertenezca a dos imperios mediáticos, Mediaset y Atresmedia, y asegura que "nosotros no estamos en contra de la iniciativa privada pero sí estamos en contra de ese modelo de burocracias que implica que en última instancia hay monopolios y oligopolios que lo controlan todo", puntualizando que los monopolios no son compatibles con la democracia.
Como buen demagogo de izquierdas sabe acercarse al trabajador (siempre explotado cuando de capitalismo hablamos), defendiendo al reportero que se ve obligado a seguir la línea editorial de la empresa y no lo que le dice su conciencia o ideología: "Estoy harto de encontrarme periodistas de El País, de El Mundo, de La Sexta, de Cuatro que me dicen, muchas veces, con cara de trabajo donde trabajo pero me marcan la línea editorial y qué le voy a hacer". Por último, dentro de la línea anticlerical de la izquierda española se pregunta que "si los obispos pueden tener radios y televisiones por qué no otros colectivos".
Más allá de que Pablo Iglesias arremeta contra aquellos que le han ayudado a llegar donde ha llegado, sobre todo Cuatro (Mediaset) y La Sexta (Atresmedia), no dejan de ser interesantes sus precisiones, porque en la descripción del sector no le falta razón en algunos aspectos.
El actual sistema de licencias español, donde las administraciones públicas permiten o no emitir a radios y televisiones y establecen en qué condiciones se hace esta emisión, nos ha llevado a la situación actual, precisamente de la que se queja Pablo Iglesias. En ningún momento ha actuado el libre mercado, así pues la lamento de Iglesias se dirige paradójicamente hacía el sistema que el mismo defiende, cayendo de nuevo en el viejo tópico de los intervencionistas de que lo que falla es que la regulación es poco intensa.
En el sector audiovisual, como en otros sectores de la economía, las empresas deben satisfacer las necesidades políticas del poder de turno del que dependen, a la vez que mantener cierta imagen de objetividad y obtener un beneficio, condición sine qua non los accionistas no invertirían su capital. Es normal, por tanto, que se genere un sistema corrupto de base, donde los favores políticos estén a la orden del día, las ayudas y subvenciones públicas formen parte de la contabilidad oficial y la prensa molesta no se vea favorecida desde el poder e incluso termine desapareciendo por una serie de presiones y malas artes. Así pues, no es cierto como dice Iglesias que el monopolio o el oligopolio no sea democrático, sino que este surge precisamente de las reglas que sustentan a esta, nuestra democracia.
Si el panorama mediático español no es más asfixiante todavía se debe a dos factores. Por una parte, la existencia de Internet, un canal aún sin regulación, o al menos con una regulación poco definida, que permite a los ciudadanos acceder a fuentes distintas, nacionales e internacionales, para mantenerse informado o entretenido sin necesidad de pasar por los cauces tradicionales. Además, la naturaleza de Internet permite a casi cualquiera crear su propio sistema para informar o dar su opinión (blogs, redes sociales, páginas personales, etc.) de forma que el periodismo está experimentando una seria revolución.
El segundo factor, ligado a lo anterior es la convergencia tecnológica. No hace muchos años, los periódicos de papel, las radios y las televisiones eran entes aislados el uno del otro, aunque una misma empresa pudiera tener en propiedad varios de estos canales. Hoy por hoy, estos canales se mezclan, podemos escuchar un programa de radio o ver uno de televisión cuando nos place y en lugares tan "exóticos" como nuestro teléfono móvil, PC o tablet. Los periódicos digitales se están comiendo a los de papel, que tienen que reconvertirse en lo que antes eran las revistas y estas a su vez, especializarse en otras cosas. Y parece que es un proceso sin retorno, en tanto las generaciones más digitales vayan sustituyendo a las analógicas.
Pero mientras este canal se hace más poderoso, la televisión es la que marca el nivel informativo y casi cultural de los españoles. Pablo Iglesias y Podemos lo vieron y lo aprovecharon y ahora están sufriendo en sus carnes algunas de las tácticas que ellos mismos han usado, y es normal que les duela. Por eso quieren regular el sector, como han hecho los bolivarianos en los países que gobiernan. Por eso no duda Pablo Iglesias, fiel a su demagogia, en convertir una trifulca televisiva entre Bertín Osborne y Beatriz Montáñez sobre el apoyo de Podemos al régimen chavista en un supuesto ataque a sus 1,2 millones de votantes. No le mueve la libertad de prensa y mucho menos la prensa de la libertad, sino la toma del poder y su control.
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