Argentina: Héroes…
Si acaso la Argentina sigue siendo todavía, la causa se limita a la dinámica política que no da tiempo para extinguirse siquiera. Lo que parece lento corre a velocidades extremas, y aquello que surge efímero y fugaz se perpetúa de manera indefinida.
Lo cierto es que nada se va, nada nos dice adiós aunque vivamos de despedida en despedida. Aquello vivido ayer se repite hoy, y volverá en lo sucesivo porque los cambios son meramente cronológicos. En los últimos años apenas si cambiamos calendarios. Es la épica del gatopardo.
Fútbol y política deberían ser disciplinas distintas aunque haya mucha similitud entre una y otra. Unos ganan, otros pierden. Se celebran victorias, se lamentan derrotas. Y el mundo no se acaba. Exceso de dramatismo agrega un pueblo que no tiene mucha experiencia en haber sufrido verdaderos dramas.
Seguramente ningún europeo vería una catástrofe si se pierde un evento deportivo. Ellos han visto ejércitos enteros destruir raíces y cimientos de su suelo, vieron la sangre derramarse, saben pues qué es y qué no es grave. En Argentina pareciera que la tragedia no discrimina.
Un choque de trenes por negligencia, un incendio en un boliche por ausencia de controles y reglas, los cortes de luz, el caos de tránsito, todo termina siendo igualado y titulado como trágico. En consecuencia, el verdadero significado de esa palabra se ha vaciado.
Trágica es la pérdida de una vida humana y trágica es la derrota del seleccionado. La vara con que medimos los hechos es extraña pero no inofensiva. Daña, nos va dañando.
Quizás eso explique que para la Presidente transmitir partidos de fútbol por TV es devolver los “goles secuestrados” al igual que sucedió con algunos seres humanos. Da lo mismo. De ese modo, apoyar todos a un seleccionado es recobrar patriotismo aún cuando, terminado el partido, se destroce todo por capricho. Qué 90 minutos nos nacionalice es tan triste y errado como entender que al nacionalismo como odio a lo foráneo.
Hemos perdido el lenguaje y con él todo significado. No podemos comunicarnos. Los jugadores que llegaron el país en calidad de subcampeones, no merecen respeto por llegar a una final con dignidad aunque no la hayan podido ganar, sino que llegaron como héroes porque “le taparon la boca” a muchos ciudadanos, y no perdieron 7 a 1 como los cariocas. Así lo expresó la mismísima Jefe de Estado. Es el absurdo el que nos condena al fracaso.
Nada está en su justo lugar. El país es una caja de Pandora donde todo esta revuelto y nadie sabe a ciencia cierta que puede aflorar de ahí dentro. En medio de un partido de fútbol se agita la bandera de las Malvinas que son argentinas. En esto último estamos de acuerdo, pero no hemos visto ni de casualidad una bandera española exigiendo el peñón de Gibraltar. Ni los rusos jugaron flameando consignas a favor o en contra de los ucranianos. En el mundo civilizado todo tiene su tiempo y su espacio. Acá no. Acá está todo mezclado.
Más allá del folclore al que estamos acostumbrados, la previa a la final con Alemania halló a más argentinos vapuleando a Brasil que concentrados en los teutones que estaban esperando. Somos así, irracionales, con doble faz, capaces de convertir en héroes a personajes cuyo único don es hacer lo mejor en su profesión, lo logren o no.
Héroe fue Juan Carlos Blumberg aunque nadie sepa donde ejerce su heroísmo hoy. Héroe fue Alfredo De Angeli porque cortó una ruta para intentar frenar el desguace del sector agropecuario. El saqueo sigue, su heroísmo nadie sabe. Héroe fue Del Potro cuando ganó el US Open y Maravilla Martínez hasta que lo bajaron del ring y llevó el cinturón a Cristina.
Héroes fueron los hermanos Patronelli hasta que un accidente los dejó fuera de pista. Héroe fue el juez Lijo por procesar a un acusado con pruebas en su contra, tarea característica de todo juez. Se dirá que acá no es común lo normal y es verdad, pero en todo caso en lugar de endiosar seres humanos, convendría señalar y separar a quienes no saben o no se atreven a hacer bien su trabajo.
Héroe fue Diego Maradona que ahora desparrama hijos por todos lados. Héroe es el fiscal Campagnoli por cumplir con su trabajo. Héroe fue el Malevo Ferreyra a quién nadie prácticamente recuerda. Héroe también se le llamó a Luis Patti cuando apareció como aquel que, en los 90, disminuyó el delito en Escobar y ganó una banca en el Congreso Nacional.
En plena dictadura héroe se le gritó a Leopoldo Galtieri cuando desde el balcón dijo que recuperaríamos las islas… Otro asunto es si quiere recordárselo o no. A veces la memoria duele y acusa con razón.
Héroe era Messi los dos primeros partidos del Mundial que jugó. Después el título pasó a Ángel Di María, y en horas no más al arquero Romero, que atajó dos penales decisivos. A la mañana siguiente el héroe era Javier Mascherano porque arengó y puso corazón… Héroes que cada vez duran menos, parecen hechos en Taiwán y ensamblados en Tierra del Fuego.
Es tal la confusión que, en trance de bautizar con idéntico eufemismo a cualquiera que se destaque un ápice, la Argentina se vació de próceres, de líderes, de valores y de discernimiento para distinguir el héroe efímero del real y del eterno.
Hay casilleros disponibles para quién sea nos saque una sonrisa o nos recree una esperanza. Y es que es quizás, una esperanza lo que nos hace falta como oxígeno y como agua. Argentina es un país de héroes para todos y todas pero de esperanzas para pocos y pocas. Ahí está la causa de este cambalache de heroísmo a la marchanta.
Si apareciera quién prometa abrir el cepo cambiario sería también un héroe como sucedería con un vecino del barrio que logró correr a un ladrón, y devolver el bolso que había arrebatado. No hay diferencia entre la defensa del equipo de fútbol y Alberdi, San Martín o Belgrano. Hasta se le dice héroe a Néstor Carlos Kirchner… La muerte no otorga heroísmo si no lo hubo en vida.
Se ha igualado al héroe con el ejemplo, y de allí que surjan líderes de barro que duran lo que dura la ilusión de una esperanza que nos recreen aunque sea por un rato. Estamos hambrientos de futuro atados a pasados.
Argentina está llena de ejemplos, buenos y malos. Pretender convertir a los primeros en héroes es un error que pagamos caro porque nos quedamos sin referentes y en lugar de imitar, idolatramos.
Una digresión: Mientras estoy cerrando esta nota, escuchó al Secretario de Seguridad, Sergio Berni, decir que el vandalismo de anoche fue organizado. Ese es el análisis que podría hacer cualquiera de nosotros. 120 personas fueron demoradas una noche entera y liberados.
Entonces, lo que debe decirnos Berni es quién organizó a los vándalos ya que esa es su función y, simultáneamente, explicar quienes fueron los detenidos y por qué se los liberó. Pero no. Berni se siente héroe por poner la cara y decir apenas “el responsable de la seguridad soy yo”.
Así estamos: desesperanzados pero eso sí, rodeados de héroes vacuos por todos lados. Encima el Mundial no lo ganamos (y no es una tragedia convengamos…)
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