No es la economía, estúpido
Resulta de sobra conocido que uno de los eslóganes que fueron claves para que Bill Clinton venciera a George H. W. Bush en las presidenciales de Estados Unidos de 1992 fue: "La economía, estúpido". La frase se fue popularizando cada vez más y mayoritariamente es recordada en su variante "es la economía, estúpido". Ese mismo eslogan parece haber sido adoptado, incluso desde hace años antes de que la utilizara el cuadragésimo segundo presidente de EEUU, por numerosos liberales. Por no decir por la mayoría.
Otros, que también nos metemos con frecuencia en jardines económicos, compartimos sin embargo la crítica que nos ha hecho Alejandro Chafuen, una de las grandes voces del liberalismo internacional, en una reciente entrevista: "Los liberales se han equivocado en reducir todo a la economía". Efectivamente, hay una gran cantidad de cuestiones en las que el Estado se inmiscuye en la vida de las personas, cuando no ataca de forma directa y descarada su libertad individual, y de las que no solemos hablar, o lo hacemos sólo de pasada, incluso cuando son asuntos que nos preocupan.
Se trata de temas que preocupan o interesan a una gran cantidad de personas y en las que los liberales no nos solemos poner en primera línea a la hora de enfrentar los abusos del poder político. De esta manera, dejamos la iniciativa a otros sectores ideológicos que, muchas veces por mero interés estratégico coyuntural, se apropian de esas causas y alejan de las ideas generales de la libertad a personas que están interesadas en ellas. Y esto pasa tanto con las distintas variantes de la izquierda como con conservadores y democristianos.
Los ejemplos son múltiples. Los medios de comunicación públicos son poderosos medios de propaganda en manos del Gobierno (central o autonómico de turno), y la denuncia de ello suele venir normalmente de quienes no lo controlan, mientras que debería ser siempre denunciado (así como puesta en duda la legitimidad de su existencia). La educación se utiliza para el adoctrinamiento en unos denominados "valores", da igual cuales sean, que coinciden con los del poder político o el de los lobbies del propio sistema educativo… Y ejemplos en este sentido hay de sobra.
Pero existen otros "frentes" todavía más abandonados. La reclamación de la igualdad ante la ley de las parejas con independencia de si son homosexuales o heterosexuales, se llamen matrimonio o de otra manera, fue una causa en la que los liberales estuvimos ausentes. Y lo mismo debe decirse en la reclamación de que no exista discriminación a la hora de poder adoptar. Incluso se debería defender que unos padres puedan marcar qué tipos de personas podrían adoptar a sus hijos en el caso de que ellos fallezcan.
Los liberales deberíamos reclamar que ninguna moral particular, sea religiosa o de otro tipo ("progresista", tradicional, feminista o cualquier otra), se imponga por medio de la legislación en cualquier aspecto de la vida y del comportamiento individual, ya sea en solitario o en relaciones con otras personas. Se podría decir que habría que aplicar que "es pecado pero no es delito" (aunque "pecado" sea un concepto religioso, por extensión lo aplicaremos a cualquier sistema de valores).
Así, los liberales deberíamos defender la legalidad de cualquier tipo de relación sexual consentida entre adultos, medie intercambio comercial en ella o no (cosas muy distintas son la violación o la trata de blancas). De igual manera, deberíamos oponernos a que se estigmatice desde el poder o sus terminales mediáticas o educativas a quienes optan por el celibato, sea por razones religiosas u otras. Lo mismo debería aplicarse al consumo no forzado de estupefacientes, aunque sólo sea por uso terapéutico. Además de sus efectos positivos de reducción de la delincuencia vinculada a la comercialización y el uso de drogas, es una cuestión de respetar la libre voluntad de cada persona.
La lista de cuestiones en las que los liberales podríamos implicarnos en mayor medida es todavía más larga. Deberíamos estar en primera fila contra los abusos policiales, el trato denigrante que reciben muchos extranjeros en los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes (en ocasiones verdaderas cárceles sin juicio para personas que no han cometido delito alguno); el abuso de poder, malos tratos incluidos, por parte de determinados miembros de los distintos cuerpos policiales; el control estatal del uso de internet de los ciudadanos (nuestros datos de navegación, en España, quedan almacenados durante medio año por si las fuerzas de seguridad quieren comprobarlos, teóricamente bajo orden judicial) o las escuchas ilegales de conversaciones telefónicas.
Todas esas son causas en las que dar la batalla por la libertad, que cuentan además con la ventaja de interesar a mucha gente que ahora no se acerca al liberalismo por pensar que tan sólo se preocupa de la economía. Esta última es una materia demasiado compleja como para resultar un punto de enganche efectivo para gran cantidad de personas. Sin embargo, si se les convence de que la libertad es positiva en todos los demás aspectos de la vida, llegarán incluso a aceptarla en la economía. Y, aunque no fuera así, son cuestiones en las que deberíamos ser muy activos.
Tal vez sería sano que cada uno de los liberales nos miráramos a nosotros mismos y nos dijéramos: "no es la economía, estúpido. O, al menos, no lo es todo".
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