Por qué los niños centroamericanos emigran a EE.UU.
The Wall Street Journal Americas
En una nación donde no es extraño escuchar referirse al otro lado del río Bravo como "Sudamérica", no deja de ser gracioso observar la reciente ola de autodenominados expertos en Estados Unidos opinando con autoridad acerca de las causas de la migración infantil proveniente de América Central.
Algunos de ellos son habituales opinólogos conservadores que parecen no conocer nada acerca de la región y muestran un interés nulo por aprender. Improvisan, presuntamente porque creen que sus espectadores y oyentes nunca conocerán la verdad y no les importa. Lo que cuenta es demostrar que el presidente Barack Obama tiene la culpa por la acumulación de un gran número de menores no acompañados en la frontera por, de alguna manera, indicar que no serían devueltos. Los orígenes del problema no son considerados importantes y a la suerte de los niños se le concede una atención incluso menor.
Entonces, cabe agradecer a los cielos por la aparición de John Kelly, un general de cuatro estrellas de la Infantería de Marina quien sabe acerca de la guerra y los estados fallidos y ahora dirige el Comando Sur de Estados Unidos, que se encarga de la región. Kelly ha dedicado tiempo a estudiar el tema y no se ha quedado callado. Los conservadores podrán estar en desacuerdo con sus conclusiones, en las que a EE.UU. le corresponde una alta cuota de responsabilidad, pero cuesta acusar a un general de cuatro estrellas de tener una actitud de "culpar primero a EE.UU.".
Para que la hipótesis de que "es culpa de Obama" funcione, es necesario invalidar el concepto de que los inmigrantes a EE.UU. escapan de una violencia intolerable. Esto ha dado paso a la idea expresada a menudo de que "esos países" siempre han sido violentos.
Tal afirmación no tiene ningún asidero en la realidad. América Central es hoy una región mucho más peligrosa que antes de que se convirtiera en un imán para los ricos y poderosos líderes de los carteles del narcotráfico. A comienzos de los años 90, en su trayecto hacia EE.UU., las drogas provenientes de Sudamérica pasaban por el Caribe.
Sin embargo, cuando la estrategia de interdicción seguida por EE.UU. en el Caribe elevó los costos, el tráfico se desvió hacia las rutas terrestres del istmo centroamericano y a través de México. Cuando el presidente mexicano Felipe Calderón declaró una guerra contra los carteles de la droga, que se inició en 2007, el submundo criminal optó por los vecinos más pobres y más débiles de México. Venezuela, durante la presidencia de Hugo Chávez, empezó a facilitar el movimiento de cocaína desde los países productores en los Andes hacia EE.UU., vía Centroamérica.
En un ensayo publicado el 8 de julio en "Military Times", bajo el título "La guerra contra las drogas en América Central, una amenaza directa a la seguridad nacional de EE.UU.", el general Kelly explica que ha pasado 19 meses "observando las redes transnacionales del crimen organizado" en la región. Su conclusión es que "los carteles del narcotráfico y la actividad asociada de pandillas en Honduras, El Salvador y Guatemala, que tienen la primera, cuarta y quinta mayores tasas de homicidios en el mundo, respectivamente, han dejado a su paso sociedades prácticamente quebradas". Resalta que, si bien trabaja en este problema en la región, estos tres países, también conocidos como el Triángulo del Norte, son "de lejos los que están en peor situación".
Con una tasa de homicidios de 90 por cada 100.000 habitantes en Honduras y de 40 por 100.000 en Guatemala, la vida en la región es considerablemente más ardua que en "zonas declaradas de combate" como Afganistán y la República Democrática del Congo, donde el general explica que estas tasas llegan a 28 por 100.000.
¿Cómo se convirtió la región en un campo de matanzas? Su diagnosis es que las abultadas ganancias del narcotráfico han sido usadas para corromper a las instituciones públicas en estas frágiles democracias y, por ende, destrozar el Estado de derecho. En una "cultura de la impunidad", el Estado pierde su legitimidad y se socava su soberanía. Los delincuentes tienen el poderío financiero para agobiar a la Justicia "debido a la demanda insaciable de drogas de EE.UU., en especial de cocaína, heroína y ahora metanfetaminas, todas producidas en América Latina e ingresadas de contrabando a EE.UU.".
Kelly concuerda en que no toda la violencia de la región está vinculada al narcotráfico hacia EE.UU., aunque "tal vez 80% sí lo esté". La razón es la insidia y los vastos recursos a disposición de los capos de la droga. Son "los efectos malignos del inmenso narcotráfico a través de estas naciones no consumidoras los responsables de acelerar la descomposición en sus instituciones nacionales (…) y a la larga toda la sociedad como hoy queda de manifiesto por el flujo de niños al norte y fuera de la zona de tránsito conflictiva".
Es muy posible que el hecho de que los niños migrantes se dirijan a EE.UU. cuando deciden escapar se deba a la creencia de que no serán devueltos a sus países debido a una ley de asilo infantil aprobada en 2008 durante la presidencia de George W. Bush. No obstante, los refugiados del Triángulo del Norte también han encaminado sus pasos hacia otros lugares en busca de protección. Mark Rosenblum, del Instituto de Política Migratoria, en Washington, señala que entre 2008 y 2013 las solicitudes de asilo de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños en los países vecinos, en particular México y Costa Rica, registraron un aumento de 712%.
Kelly escribe que los niños son "un indicador líder de impactos de segundo y tercer orden en nuestros intereses nacionales". Más allá de si la solución del problema es redoblar los esfuerzos para limitar la oferta, como sugiere el general, o exige un replanteamiento de la política de prohibición, esta crisis nació de la autoindulgencia estadounidense. El primer paso para resolverla es asumir responsabilidad por la demanda de drogas que alimenta el delito.
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