Caudillismo y propaganda
Uno de los requisitos indispensables para crear un caudillo es generar un mito alrededor suyo. Hay que convencer a las masas que el caudillo es honesto, trabajador, humilde, bondadoso, caritativo, humano, etc., es decir hay que convertirlo en el paradigma de la virtud. Y por supuesto que para ello hay que gastar mucho dinero en propaganda. La contemporánea marea de caudillos sudamericanos juegan muy bien ese papel, desde el fallecido Hugo Chávez hasta Cristina Fernández.
El objetivo de fabricar un culto a la personalidad, aunque deleznable, no es ilegítimo. Cualquiera tiene el derecho de hacer con su propio dinero lo que le plazca, y si alguien desea tener canales de televisión, radios y carteleras dedicados a difundir lo maravilloso que es, pues está en todo su derecho. El problema radica en que estos caudillos no gastan su dinero, sino el de los contribuyentes. Usan medios de prensa estatales como instrumentos de exaltación del líder, llenan las ciudades de anuncios y panfletos con el mejor perfil de sus rostros y gastan inmensas cantidades de dinero en propaganda en televisión, radio y prensa escrita ¡Todo sin poner un peso de su bolsillo!
Aunque los socialistas modernos, estos del siglo XXI, han llevado el uso de recursos públicos para propagandas personales al cénit del abuso (el nazismo, el fascismo y el comunismo del siglo XX fueron peores, pero esos “ismos” no pretendían ser democracias), no es justo endilgarles el exclusivo uso de esta práctica. De hecho todos o casi todos los políticos sin importar el espectro ideológico han aprovechado las ventajas de disponer de recursos ajenos (recursos de todos los ciudadanos) para gastar en propaganda que les ayude a ser reelegidos. Por ejemplo donde vivo, el presidente del país, el gobernador del departamento y el alcalde de la ciudad – todos de partidos políticos diferentes – utilizan los recursos de los ciudadanos, para recordarles a los ciudadanos que no hay mejor políticos que ellos y que el país, el departamento y la ciudad estarían en las ruinas sin su sublime presencia. Y tenemos que verlos con una frecuencia desagradable en propagandas radiales y televisivas, en carteles gigantes alrededor de la ciudad. Encomiable sería que sigan el ejemplo del presidente de Costa Rica que ha lanzado un decreto para prohibir el uso de su foto en oficinas públicas y de su nombre en las plaquetas de inauguraciones. Y que si quieren llenar el país con fotos suyas, que lo hagan con su dinero. Sería un buen comienzo.
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