El pueblo y lo social: Dos palabras envenenadas
En una democracia donde prevalece el mero “gobierno del pueblo”, la democracia puede degenerar en una dictadura de las mayorías en contra de las minorías; este problema de no comprensión del verdadero sentido de la democracia, provoca e instiga a la violencia y el uso del poder ilimitado de parte del pueblo; siendo la democracia, en sus orígenes, un sistema cuyo propósito principal es evitar cualquier tipo de dictadura, incluso la dictadura del pueblo.
Así el término “pueblo” ha sido y es utilizado para justificar matanzas, genocidios, violaciones por parte de demagogos y déspotas; la ambigüedad del término produce su mismo envenenamiento, Sartori nos recuerda sus distintos significados:
1.- Pueblo, significa literalmente todo el mundo.
2.- Pueblo, como una gran parte indeterminada, un gran número de personas.
3.- Pueblo, como la clase pobre.
4.- Pueblo, como una entidad individual, como una totalidad orgánica.
5.- Pueblo, entendido como la mayor parte, expresada por un principio de mayoría absoluta.
6.- Pueblo, entendido como la mayor parte, expresada mediante un principio de mayoría limitada.
El término “pueblo” puede ser instrumentalizado según el interés político, ¿cuándo uno grita: ¡El pueblo unido jamás será vencido!; dice que todo el mundo jamás será vencido, un gran número de personas no serán vencidas, la clase pobre no será vencida, la mayoría absoluta, la relativa? Los marchistas, huelguistas, trabajadores, indígenas, universitarios, etc. suelen utilizar este grito de guerra, por lo que no se define ni se precisa bien quien es el pueblo, ¿el que grita marchando o el que escucha desde su oficina?
En la clásica diferencia entre gobernados y gobernantes, los primeros suelen ser nombrados como pueblo, el que se siente afectado por el gobierno también se cree pueblo, mientras que los gobiernos populistas dicen representar y encarnar al pueblo mismo. La ambigüedad de la palabra es evidente. El término “pueblo” es una palabra vacía.
Asimismo, los demagogos recurren a la “falacia argumentum ad populum” (conocido también como falacia del mal uso de la democracia) jugando con los sentimientos populares dicen a sus oyentes lo que éstos quieren oír; ellos recurren al “vox populi, vox dei” para hacer creer ingenuamente que el pueblo siempre tiene la razón siendo este muy fácil de influir, asumen que sus órdenes son refrendadas por el pueblo y se otorgan legitimización a sus acciones por estar respaldadas por el pueblo. Además, los políticos recurren a la “falacia del uso indebido de términos emocionales”, el cual se comete cuando se emplean palabras que tienen la intención de ofuscar emocional e intencionalmente el tema tratado, no contribuyendo a una clara reflexión; por ejemplo cuando dicen: “el pobre y hambriento pueblo decidió luchar en contra de los malos e inmorales empresarios que nos explotan y no permiten que llevemos un pan a nuestros hijos” se recurre a la voz del pueblo con términos muy emotivos en contra de los opresores, todo esto con el fin de inflamar sentimientos de odio y pasión, finalmente, para generar violencia.
Lo mismo sucede con el envenenamiento del término “social”, que fue en principio utilizado para describir una realidad institucional, y la relación entre varias personas; hoy en día, es una simple etiqueta vacía para designar cualquier palabra y resulta ser una cómoda expresión que es recurrida cuando no se sabe exactamente de lo que se está hablando.
El adjetivo sirve de etiqueta a expresiones como: democracia, política, presión, organización, demanda, lucha, reforma, justicia, ley, conciencia, gobierno, fuerza, problema, filosofía, política, economía, carácter, sentimiento, bien, ética, sistema, solidaridad, teología, utilidad, tensión, y, utilizado como adjetivo de cualquier palabra, le otorga a la misma un aire angelical; para F.A. Hayek, el término “social” consigue vaciar de contenido a todos y cada uno de los sustantivos a los que se suele aplicar.
Hoy en día es imprescindible usar ese término, basta recordar los denominativos: “Estado social de derecho”, “economía social de mercado”, “democracia social”, “responsabilidad social empresarial”, para conseguir mediante la instrumentalización de la palabra “social” que ciertas instituciones sean aceptadas, presentar modelos ambiguos e improvisados, forzar la aceptación de los demás por un cierto maquillaje más popular, barnizar instituciones que sin la etiqueta generaría cierto rechazo, especialmente en lo concerniente a palabras impopulares como mercado, empresa, liberalismo, capitalismo.
El político sin “conciencia social” no tiene futuro; como las “organizaciones sociales” hoy en día deciden la suerte de las “políticas y acciones sociales” que buscan por sobretodo “justicia social” mediante “leyes sociales” dentro de un “estado y sistema social”. Como vemos el adjetivo “social” otorga éxito al discurso demagógico, ambiguo y vacío.
Por eso, para Sartori, la política necesita aclarar y precisar sus términos, esto evitará el uso indebido de los mismos para justificar rodos, confiscaciones, matanzas, genocidios, violaciones por parte de déspotas que instrumentalizan palabras, las vacían y envenenan para cubrir planes dictatoriales con máscaras de querubines.
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