Malpensados
Malpensado es uno de los calificativos para todos aquellos que desconfiamos del Estado Benefactor-Mercantilista. Malpensados por no entender que son los más nobles motivos los que impulsan a los políticos a buscar el bienestar de los ciudadanos. Malpensados por sospechar de las compras por excepción, por dudar de los estados de calamidad y cuestionar la construcción de los puentes y carreteras de cartón.
Ser malpensado parece ser cosa del pasado ya que con el paso del tiempo, los políticos han ido acabando con el sentido común de los ciudadanos o peor aún, como la leyenda del flautista de Hamelín, los han llevado con la música placentera e hipnotizadora del Estado Benefactor-Mercantilista a un lugar donde la intromisión del estado en actividades privadas no sólo es deseable sino indispensable para la vida diaria, sin importar el costo ni el resultado.
La promesa del estado benefactor es evitar que sus ciudadanos sufran pensando cómo van a obtener los recursos para satisfacer sus necesidades básicas como vivienda, salud, educación y recreación, entre otras; en pocas palabras les ofrece solucionar todas sus necesidades. Claro que para lograr este “noble” propósito, los políticos del estado benefactor deben convertir en derechos las necesidades, así tienen la excusa perfecta para disponer de mayores recursos de los tributarios.
El estado mercantilista beneficia a sus aliados, financistas, amigos y demás afines mediante compras, concesiones y licitaciones por lo general sobrevaloradas o con la ya conocida comisión de por medio mientras dure la concesión otorgada.
Es fácil detectar que el estado benefactor y el estado mercantilista son dos caras de una misma moneda, que no pueden ir separadas, que necesitan la una de la otra para existir. Es una relación donde se necesita de un tercero que mantenga el “modus vivendi”, un tercero que sea crédulo, abnegado, esforzado y sumiso, un tercero que no le importe entregar parte de su esfuerzo por poco o nada a cambio, un tercero que no sea malpensado.
Pero no se confunda, le dirán los políticos, porque todo es por el bien del pueblo. El bien del pueblo organizado en grupos de presión dirá el malpensado. Sin embargo, el político insistirá en porqué sufrir y preocuparse por decidir cómo quiere vivir su retiro, si el estado benefactor-mercantilista decidirá cuánto obtendrá de pensión, cuándo y cómo empezará a cobrarla. Mientras que el malpensado cuestionará si la pensión que recibe iguala o supera lo que recibiría si él mismo decidiera en forma privada e individual.
Los políticos le dirán que para qué sufrir por su salud si el estado benefactor-mercantilista se encargará de tener hospitales, clínicas y centros de salud que lo atiendan sin que pague por ello. Por qué preocuparse y vivir con la angustia por decidir la clase de educación que recibirán sus hijos así como los recursos para obtener esa educación si el estado benefactor-mercantilista se encarga de ella y además de forma “gratuita”.
El malpensado se pregunta ¿por qué monopolizar el ahorro para el retiro? ¿es por el bien del trabajador o es para disponer de cuantiosos fondos sin dar cuentas del uso y mucho menos del rendimiento?
El malpensado se pregunta ¿qué clase de servicio de salud puede brindar un hospital sin los insumos básicos? ¿Los millones que se gastan de mi dinero, corresponden al servicio que me ofrecen? ¿Si el servicio público es tan bueno para los demás porqué los burócratas exigen seguros médicos privados e incluso se atienden en hospitales extranjeros?
El malpensado se cuestiona por qué muchos burócratas prefieren educarse y educar a sus hijos en escuelas privadas cuando las públicas son gratuitas. Lamentablemente, el malpensado tiene muchas razones para desconfiar del Estado Benefactor-Mercantilista, ¿Y a usted aún le seduce melodía del flautista de Hamelín?
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