Pelo malo y pelo bueno
“¿Será que piensan que los negros no son bonitos?”. Es una pregunta que plantea mi amiga y colega Lori Montenegro en una entrevista que le hicieron recientemente en el diario La Opinión.
El artículo se centra en la reducida presencia de personalidades afrolatinas en la televisión hispana, y la conocida corresponsal en Washington de los informativos de Telemundo habla acerca de los obstáculos que ha enfrentado a lo largo de su trayectoria. Obstáculos que ha vencido a fuerza de su innegable talento y la evolución de los medios.
Pero la pregunta que hace Lori es muy válida y da que pensar. Cuando se publicó el artículo hablamos largamente sobre algo tan aparentemente sencillo como el estilismo del pelo para las presentadoras o reporteras afrolatinas y afroamericanas. Rara vez, algo que también se extiende al cine, las vemos con su melena natural y rizada, sino domesticada y en muchas ocasiones con extensiones.
El afro, que puede ser frondoso como de la cantante Roberta Flack o primorosamente recortado como el de la actriz Lupita Nyongo, no es frecuente entre la personalidades mediáticas, sobre todo en lo que concierne a las mujeres. Seguramente si Michelle Obama exhibiera un afro, habría una ola de desaprobación contra la Primera Dama. Basta con recordar las críticas de las que fue objeto un verano en el que sus hijas lucieron trencitas. El aspecto de las niñas, si quiere más étnico, no le pareció apropiado a más de un comentarista.
Una mujer, no importa su raza o procedencia, puede elegir hacer con su cabellera lo que le parezca, optando por los rizos o los alisados. Pero no es lo mismo cuando tácitamente el look natural de un grupo tiene connotaciones que aparentemente no cumplen con los cánones de belleza establecidos. No hay que olvidar que las modelos negras tardaron muchos años en ocupar las portadas de las revistas que acaparaban las bellezas rubias. No fue hasta 1974 cuando Vogue, por ejemplo, se atrevió a poner en portada a la famosa modelo afroamericana Beverly Johnson.
En el 2009 el documental Good Hair, presentado por el comediante afroamericano Chris Rock, abordó con humor agridulce los problemas de autopercepción que muchas mujeres negras tienen a la hora de enfrentarse al espejo con su cabellera. El propio Rock se animó a explorar el peliagudo asunto cuando una de sus hijas le preguntó por qué tenía ella “pelo malo”. Una expresión muy usada en sociedades del Caribe, donde el pelo liso es valorado como “pelo bueno” y en muchas ocasiones las personas hacen lo imposible por ocultar el mestizaje. En el documental salen a relucir los tratamientos con químicos potentes a los que las mujeres se someten para tener una melena que las aleje años luz de las suyas. O sea, el afro espectacular de una Diana Ross joven, del que hoy también presume la jazzista Esperanza Spalding, y que convirtió en trending topic Dante di Blasio, el hijo del actual alcalde de Nueva York.
Cuando surge la incómoda pregunta, “¿Será que piensan que los negros no son bonitos?”, nos lleva hasta esa otra pregunta tan terrible para la autoestima, “¿Acaso mi pelo no es bueno?” que desarma a Chris Rock cuando se la formula su pequeña hija. Son los viejos prejuicios pasados por el prisma blanco, que se trasmiten de una generación a otra y minan la imagen individual de quien es víctima del racismo abierto o soterrado. En 1940 los sociólogos Kenneth y Mamie Clark realizaron un experimento en el que les pedían a niños negros que eligieran entre una muñeca blanca y una negra. El 63% se inclinó por la primera y la mayoría de los encuestados dijo que la muñeca blanca era más bonita. Lo más destacado del estudio es que 44% de los niños afroamericanos encuestados dijo que se parecía a la muñeca blanca y no a la negra. Para ellos ser blanco era equivalente a ser bello. Por fortuna los tiempos han cambiado aunque todavía queda mucho por avanzar.
Oprah Winfrey, hoy día una de las voces más influyentes en la comunidad afroamericana, prefiere lucir una melena suave, mientras Whoopie Goldberg, otra figura de peso, exhibe sus indomables rastas. Cada una elige libremente el peinado que más le gusta porque se pueden permitir el lujo de que nadie les imponga pautas. Otra cosa bien distinta es que impere la percepción general (aunque no se diga en voz alta) de que es mejor evitar el afro al equipararlo al “pelo malo”. Hay que acabar con la dictadura del “pelo bueno”. Si es que existe tal cosa.
©FIRMAS PRESS
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