Abercrombie vs. Che
Sin el menor recato, como si se tratara de un país común y corriente, la más importante publicación cultural online del régimen cubano ha dedicado un dossier al modo de vestir de la población de la isla, algo parecido a la moda, para lo cual convocó a una serie de conocedores, quienes terminan por enredarse en un laberinto de eufemismos que apenas rozan los fundamentos de la debacle.
Quién no padeció, alguna vez, un espanto de imitación de jean, llamado Jiquí; la insufrible camisa Yumurí, de aburridos estampados; el abrigo “veinticuatro por segundo” (porque eran todos iguales y con esa frecuencia aparecían en la calle), o los zapatos “Kiko plásticos”, que las víctimas de su uso conocían como “ollitas de presión” por el efecto nauseabundo del calor y la humedad sobre los pies.
Por qué los especialistas no se refieren a engendros de la moda cubana como el “baja y chupa” o la consabida licra en sus más funestas variantes, como única opción para las féminas desandando las calles de La Habana. Se olvidan de mencionar la incapacidad del régimen a la hora de producir ropa interior femenina y masculina como si fuera un lujo burgués.
Recuerdo a mi madre ingeniando unos ajustadores de telas y rellenos diversos que más bien parecían armaduras medievales. Ni decir que los pocos pantalones de mi padre eran reducidos en talla para que nosotros, sus hijos, pudiéramos salir a pasear con cierta decencia.
Algún día se erigirá el monumento a la progenitora cubana que debió cubrir la retaguardia de una sociedad tan inoperante. Fueron ellas las que inventaban y cosían, cuando Miami aún no era la fuente de la felicidad, los caprichos de sus jóvenes descendientes atentos a la moda universal.
Los pantalones “tubitos” y las “campanas” se confeccionaron por tan diestras y amorosas manos, para que luego personas deleznables como la actriz Ana Lasalle persiguieran y descosieran en plena calle a quienes se atrevían a vestirse como el enemigo.
La socorrida Graziella Pogolotti explica hoy, con hipocresía, la represión: “Una lectura ideológica equivocada convirtió en problema actitudes que no expresaban conflicto alguno con los principios fundamentales de la Revolución”.
Quiere que olvidemos a su dictador desbarrando desde la tribuna contra comportamientos extranjerizantes y feminoides.
Resulta incongruente teorizar sobre el vestir del cubano cuando la criolla guayabera fue usurpada por agentes de la seguridad en su perenne cruzada de miedo y de Africa llegó y se impuso, entre la clase dirigente, el colonialista safari.
La moda, el vestir es consustancial al mercado y sus marcas, las cadenas de tiendas por departamentos y la libertad de elegir. He contado como Aida Santamaría me dijo que utilizaba los Levis porque eran fuertes para el trabajo voluntario y consumiéndolos se le hacía daño al imperialismo yanqui, empeñado en imponer su voluntad.
Hemos sido espectadores inertes del desmontaje de la industria textil cubana y de sus famosos y eficaces talleres de confección.
Ultra, La Epoca, Flogar y Fin de Siglo, entre otras tiendas, son mudos testigos de una época de gloria, hoy totalmente devastada.
Ahora, el mismo gobierno que sigue obstruccionando la iniciativa empresarial ha impuesto leyes para que los cuentapropistas no importen la ropa que es incapaz de producir y los parientes salvadores de Miami disminuyan sus ansias perennes de hacer feliz a la familia de la isla.
Al régimen y sus escribanos les preocupa la parafernalia textil capitalista y su simbología, muy reclamada por la juventud cubana, como la de cualquier otro país. Se han dado cuenta, algo tarde, que la decadente imagen del Che no compite con Abercrombie.
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