Salvar al periodista Sotloff
Cada vez se discute más el alcance invasivo de las redes sociales y las huellas que va dejando a su paso. Basta con ver el escándalo que ha suscitado la propagación en Internet de una serie de fotos comprometedoras de famosas que uno o más hackers pudieron haber sustraído de iCloud, esa nube virtual que parece guardarlo todo para la eternidad.
Pero en las vilipendiadas redes sociales también se obran milagros con fines benéficos. Ahí están los resultados de miles de personas echándose un cubo con hielo para solidarizarse con una campaña que combate la esclerosis lateral amiotrófica recaudando donativos. Sin embargo, lo que más me ha sobrecogido es la iniciativa de un grupo de amigos del periodista estadounidense Steven Sotloff, a quien la milicia terrorista Estado Islámico decapitó unas semanas después de ejecutar al también reportero James Foley.
Ahora se ha sabido que después de que secuestraran a Sotloff en Siria hace un año, sus conocidos se apresuraron a borrar todo rastro de él en Internet que revelara que era judío y tenía doble nacionalidad estadounidense-israelí. De su perfil desparecieron las referencias a su vínculo hebreo y los artículos que había escrito desde Israel, donde estudió un posgrado en el centro interdisciplinario Herzila. El antecedente del también periodista judío Daniel Pearl, secuestrado y ejecutado en Pakistán en el 2003, hacía temer lo peor.
Con la ayuda de expertos informáticos y el asesoramiento de los gobiernos de Israel y de Washington, se rastreó la red en 20 idiomas y se consiguió suprimir la verdadera identidad del reportero freelance a quien le apasionaba el Oriente Medio. Según han relatado otros secuestrados que han sido liberados, el propio Sotloff (nieto de supervivientes del Holocausto), se encargó en su cautiverio de engañar a sus captores: al parecer decía que su apellido era de origen checheno y se fijaba cuando éstos rezaban hacia la Meca para, con disimulo, orar en dirección a Jerusalén. Ya no era la Tierra Prometida, sino la de la esperanza de su salvación.
Por desgracia el final de Sotloff, como el de Foley, fue terrible. Los yihadistas del EL difundieron un vídeo para mostrarle al mundo lo que son capaces de hacer contra sus enemigos. Los dos jóvenes y arriesgados periodistas morían con el sol de frente en un paisaje tan desolador como el cruel encierro que habían padecido en manos de sus verdugos. De nada sirvieron las súplicas de sus madres porque la barbarie no atiende a razones morales ni del corazón.
Seguramente Steven Sotloff murió sin saber que mientras para él todo era oscuridad, quienes lo apreciaban lucharon desesperadamente para protegerlo y al menos aliviar su sufrimiento. Con ingenio y la ayuda de más de un hacker deshicieron cualquier impronta virtual que lo habría condenado desde el principio. Había que salvar al periodista Sotloff.
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