El nacionalismo económico es una filosofía de guerra
Extraído de del capítulo 24 de La acción humana
La opinión pública ve la fuente de los conflictos que generan las guerras civiles e internacionales de nuestro tiempo en la colisión de intereses “económicos” propia de la economía de mercado. La guerra civil es la rebelión de las masas “explotadas” contra las clases “explotadoras”. La guerra exterior es la revuelta de las naciones “sin nada” contra las naciones que se han apropiado de una porción injusta de los recursos naturales de la tierra y, con una avaricia insaciable, quieren tomar aún más de esta riqueza destinada al uso de todos. Quien a la vista de estos hechos hable de la armonía de intereses o es un idiota o un infame apologista de un orden social manifiestamente injusto. Ningún hombre inteligente y honrado podría dejar de apreciar que hoy prevalecen conflictos irreconciliables de intereses materiales solo pueden arreglarse con el recurso a las armas.
Indudablemente es verdad que nuestra época está llena de conflictos que generan guerras. Sin embrago, esos conflictos no brotan de la operación de una sociedad de mercado no intervenida. Puede admitirse llamarles conflictos económicos porque afectan a la esfera de la vida humana que es, en lenguaje vulgar, conocida como la esfera de las actividades económicas. Pero es un serio error inferir de esta apelación que la fuente de estos conflictos sean las condiciones que se desarrollan dentro del marco de una sociedad de mercado. No es el capitalismo el que los produce, sino precisamente las políticas anticapitalistas diseñadas para controlar el funcionamiento del capitalismo. Son una consecuencia de las distintas interferencias de los gobiernos con los negocios, de las barreras al comercio y a la emigración y la discriminación contra la mano de obra, los productos y el capital extranjeros.
Ninguno de estos conflictos podría haber aparecido en una economía de mercado no intervenida. Imaginemos un mundo en el que todos fueran libres de vivir y trabajar como emprendedores o empresarios donde y como quieran y preguntémonos cuáles de esos conflictos seguirían existiendo. Imaginemos un mundo en el que el principio de propiedad privada de los medios de producción fuera completo, en el que no hubiera instituciones dificultando la movilidad de capitales, mano de obra y materias primas, en el que las leyes, los tribunales y los funcionarios de la administración no discriminaran a ningún individuo o grupo de individuos, nacionales o extranjeros. Imaginemos un estado de cosas en el que los gobiernos se dedicaran exclusivamente a la tarea de proteger la vida, salud y propiedad de las personas contra la agresión violenta o fraudulenta. En un mundo así, las fronteras están pintadas en los mapas, pero no obstaculizan a nadie en la búsqueda de lo que piense que le hará más próspero. Ninguna persona está interesada en la expansión del tamaño del territorio de su nación y no puede obtener ninguna ganancia de dicho agrandamiento. La conquista no merece la pena y la guerra queda obsoleta.
En las épocas que precedieron al auge del liberalismo y la evolución del capitalismo moderno, la gente en su mayor parte consumía solo lo que podía producir a partir de las materias primas disponibles en su cercanía. El desarrollo de la división internacional del trabajo ha alterado radicalmente este estado de cosas. La comida y las materias primas importadas de países lejanos son artículos de consumo de masas. Las naciones europeas más avanzadas podrían arreglárselas sin estas importaciones solo al precio de una considerable rebaja de un nivel de vida. Deben pagar la muy necesaria compra de minerales, madera, aceite, cereales, manteca, café, té, cacao, fruta, lana y algodón exportando manufacturas, la mayoría fabricadas a partir de materias primas importadas. Sus intereses vitales se ven dañados por las políticas comerciales proteccionistas de los países que produzcan estos productos primarios.
Hace doscientos años preocupaba poco a suecos o suizos si un país no europeo era eficiente en utilizar sus recursos naturales. Pero hoy el subdesarrollo en un país extranjero que tenga ricos recursos naturales daña los intereses de todos cuyo nivel de vida podría aumentar si se adoptara un modo más apropiado de utilización de esta riqueza natural. El principio de la soberanía ilimitada de cada nación es en un mundo de interferencia gubernamental en los negocios un reto para todas las demás naciones. El conflicto entre los que tienen y los que no tienen es un conflicto real. Pero solo está presente en un mundo en el que cualquier gobierno soberano sea libre de dañar los intereses de todos los pueblos (incluido el suyo) privando a los consumidores de las ventajas que les daría una mejor explotación de los recursos de este país. No es la soberanía como tal la que genera guerra, sino la soberanía de gobiernos no comprometidos completamente con los principios de la economía de mercado.
El liberalismo no ponía ni pone sus esperanzas en la abolición de la soberanía de los distintos gobiernos nacionales, un acontecimiento que generaría guerras interminables. Busca un reconocimiento general de la idea de libertad económica. Si todos los pueblos se vuelven liberales y entienden que la libertad económica es la que mejor sirve a sus propios intereses, la soberanía nacional no engendrará nunca más conflictos y guerras. Lo que se necesita para hacer duradera la paz no son tratados y alianzas internacionales ni tribunales y organizaciones internacionales como la difunta Liga de Naciones o su sucesora, las Naciones Unidas. Si el principio de economía de mercado es universalmente aceptado, esos mecanismos son innecesarios; si no es aceptado, son inútiles. La paz duradera solo puede brotar de un cambio en las ideologías. Mientras la gente acepte el dogma de Montaigne y piense que no puede prosperar económicamente excepto a costa de otras naciones, la paz nunca será otra cosa que un periodo de preparación para la siguiente guerra.
El nacionalismo económico es incompatible con una paz duradera. Aún así el nacionalismo económico en inevitable allí donde hay interferencia del gobierno en los negocios. El proteccionismo es indispensable allí donde no hay libre comercio. Allí donde hay interferencia del gobierno en los negocios, el libre comercio, incluso a corto plazo, frustraría los objetivos buscados por las distintas medidas intervencionistas.
Es una ilusión creer que una nación acabará tolerando las políticas de otras naciones que dañen los intereses vitales de sus propios ciudadanos. Supongamos que las Naciones Unidas se hubieran creado en 1600 y que las tribus indias de Norteamérica hubieran sido admitidas como miembros de esta organización. En ese caso la soberanía de estos indios se habría reconocido como inviolable. Se les habría dado el derecho a excluir a todos los extranjeros a entrar en su territorio y a explotar sus ricos recursos naturales que ellos mismos ignoraban cómo utilizar. ¿Alguien cree realmente que cualquier alianza o capítulo internacional habría impedido que los europeos invadieran estos países?
Muchos de los depósitos más ricos de distintos minerales están ubicados en áreas cuyos habitantes son demasiado ignorantes, demasiado apáticos o demasiado vagos como para aprovechar las riquezas que la naturaleza les ha proporcionado. Si los gobiernos de estos países impiden que los extranjeros exploten estos depósitos o si su gestión de los asuntos públicos es tan arbitraria que ninguna inversión extranjera es segura, se inflige un serio daño a todos esos pueblos extranjeros cuyo bienestar material podría mejorar con una utilización más adecuada de los depósitos referidos. No importa si la políticas de estos gobiernos son fruto de una retraso cultural generalizado o de la adopción de las ideas hoy de moda del intervencionismo y el nacionalismo económico. El resultado es el mismo en ambos casos.
No tiene sentido hacer desaparecer estos conflictos haciéndose ilusiones. Lo que se necesita para hacer duradera la paz es un cambio en las ideologías. Lo que genera la guerra es la filosofía económica adoptada hoy casi universalmente por gobiernos y partidos políticos. Tal y como lo ve esta filosofía, prevalecen dentro de la economía de mercado sin intervención conflictos irreconciliables entre los intereses de diversas naciones. El libre comercio daña a una nación; produce pobreza. Es tarea del gobierno impedir los males del libre comercio con barreras comerciales. Podríamos suponer que descartamos el hecho de que el proteccionismo también daña a los intereses de las naciones que recurren a él. Pero no puede haber dudas de que el proteccionismo apunta a dañar los intereses de los pueblos extranjeros y realmente lo hace. Es una ilusión suponer que los dañados tolerarán el proteccionismo de otras naciones si creen que son lo suficientemente fuertes como para eliminarlo por el uso de las armas. La filosofía del proteccionismo es una filosofía de guerra. Las guerras de nuestra época no chocan los las doctrinas económicas populares; por el contrario, son el resultado inevitable de una aplicación consistente de estas doctrinas.
La Liga de Naciones no fracasó porque su organización fuera deficiente. Fracasó porque le faltaba el espíritu del liberalismo genuino. Fue una convención de gobiernos imbuidos por el espíritu del nacionalismo económico y completamente comprometido con los principios de la guerra económica. Mientras los delegados se dedicaban a las discusiones académicas acerca de la buena voluntad entre naciones, los gobiernos a los que representaban infligían una buena dosis de maldad contra todas las demás naciones. Las dos décadas de funcionamiento de la Liga vinieron marcadas por la firme guerra económica de cada nación contra las demás. El proteccionismo arancelario de los años anteriores a 1914 fue suave comparado con el desarrollado en las décadas de 1920 y 1930, por ejemplo, embargos, control cuantitativo del comercio, control de cambios de divisas, devaluación monetaria, etc.
Las perspectivas para las Naciones Unidas no son mejores, sino bastante peores. Todas las naciones consideran a las importaciones, especialmente las de bienes manufacturados, como un desastre. El objetivo declarado de casi todos los países es evitar al máximo que las manufacturas extranjeras accedan a sus mercados internos.
Casi todas las naciones luchan contra el fantasma de un balance comercial desfavorable. No quieren cooperar: quieren protegerse contra los supuesto peligros de la cooperación.
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Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.
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