Brasil, Venezuela y la ONU
Los presidentes latinoamericanos reiteraron en la sesión inaugural de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) su exigencia de que se reforme el Consejo de Seguridad de ese organismo internacional para dar mayor representación a las potencias emergentes. Pero lo más probable es que no lo logren, en parte por su propia culpa.
En teoría, tienen razón en pedir que el Consejo de Seguridad de la ONU sea ampliado. Señalan acertadamente que desde la creación de la ONU en 1945, el número de países integrantes ha crecido desde 51 a 183, y muchos países en desarrollo se han vuelto mucho más importantes que antes.
El Consejo de Seguridad, que es el órgano más poderoso de la ONU, está constituido actualmente por cinco miembros permanentes con poder de veto —China, Rusia, EEUU, Francia y el Reino Unido— y 10 miembros no permanentes que son elegidos por dos años y no tienen poder de veto.
Es hora de que las grandes economías emergentes como Brasil, India y Sudáfrica tengan bancas permanentes en el Consejo, dicen los países en desarrollo.
En la sesión anual de la Asamblea General de la ONU, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, argumentó que el año próximo, cuando la ONU cumple 70 años, será la perfecta ocasión para reformar el Consejo. “Un Consejo de Seguridad más representativo y legítimo será un Consejo más eficiente”, afirmó.
Pero hay varias razones por las que muy pocos en círculos diplomáticos creen que podría materializarse una reforma del Consejo próximamente.
En primer lugar, las luchas internas entre los países candidatos a bancas permanentes del Consejo seguirán bloqueando la reforma.
México no está dispuesto a permitir que Brasil sea el único representante permanente de Latinoamérica en el Consejo, y viceversa. Lo mismo ocurre entre India y Pakistán. Y ni el Reino Unido ni Francia tienen mucho apuro en darle la bienvenida a Alemania al Consejo.
En segundo lugar, muchos países latinoamericanos —especialmente Brasil— no se han caracterizado por defender los principios de la ONU en materia de democracia y derechos humanos a nivel internacional. Eso crea poco entusiasmo en Washington, Londres, París y otras capitales para apoyar sus candidaturas.
El discurso inaugural de Rousseff en la Asamblea General del miércoles fue un buen ejemplo. Gran parte de su alocución fue un discurso de campaña dirigido al público brasileño para exaltar los presuntos logros de su gobierno con vistas a las elecciones del 5 de octubre, en los que se jugará su reelección, y el resto fue un pedido de mayor representación de Brasil y otros países en desarrollo en organismos internacionales, más otras pocas reflexiones sobre temas económicos y sociales.
Pero virtualmente omitió la guerra global contra el Estado Islámico y otros grupos terroristas que quieren imponer un califato anticristiano y antijudío en Medio Oriente, o la invasión rusa a Crimea este año.
En marzo, Brasil se abstuvo de votar una resolución de la ONU que condenaba la invasión rusa, que fue aprobada por 100 votos, con 11 votos en contra y 58 abstenciones. (Para su crédito, varios países latinoamericanos, incluyendo a Costa Rica, Chile, Colombia, Perú y México, apoyaron la resolución).
El ex canciller mexicano Jorge Castañeda está entre quienes argumentan que el hecho de que Brasil, India y Sudáfrica no respalden los principios de la ONU en temas tales como la democracia o los derechos humanos significa que no están listos para jugar en la primera división de la ONU.
“No asumen sus responsabilidades”, me dijo Castañeda. “Si tu quieres estar en el Consejo de Seguridad y por tu tamaño mereces estar allí, eso significa que tienes que tomar partido. Y Brasil, India y Sudáfrica suelen abstenerse en temas importantes como Libia, o Irán, o Siria, o Ucrania”.
Castañeda agregó que “se abstienen porque mantienen posturas anticuadas del Movimiento No Alineado del Tercer Mundo, en el que la prioridad es no alinearse con EEUU y Europa Occidental”.
Finalmente, tras la decisión de los gobiernos latinoamericanos de apoyar la candidatura de Venezuela a una banca no permanente en el Consejo a partir del 2015, muchos integrantes de los círculos diplomáticos occidentales se preguntan si realmente desean una banca latinoamericana permanente en el Consejo. El actual gobierno venezolano tiene una trayectoria espeluznante en materia de derechos humanos, respaldó abiertamente la invasión rusa de Crimea y apoya con entusiasmo al sanguinario dictador sirio Bashar al Assad.
Mi opinión: Sería mucho más fácil apoyar la legítima demanda de una banca permanente para Latinoamérica en el Consejo de Seguridad de la ONU si Brasil, Venezuela y sus aliados mostraran cierto compromiso con la defensa colectiva de la democracia y los derechos humanos en todo el mundo. Pero sus líderes actuales no lo están haciendo, y eso hace muy difícil apoyarlos en esta causa.
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