La marea chavista en España
“No exageres. España no es Venezuela y aquí no se va imponer el populismo”. Eso me decía una amiga en Madrid hace unos meses, muy segura de que el meteórico ascenso en España del grupo radical Podemos era sólo el reflejo de un sentimiento pasajero debido a la crisis que atraviesa el país.
Bien, su valoración, no exenta de cierto tono condescendiente en lo relativo a Latinoamérica, no pudo ser menos certera. Podemos, situada más a la izquierda de los comunistas de toda la vida y bajo la influencia del socialismo del siglo XXI que el desaparecido Hugo Chávez se encargó de evangelizar, es hoy la tercera fuerza política que domina el desolador panorama español.
Según datos que acaba de publicar el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en caso de haber elecciones generales ahora el Partido Popular (PP), que hoy gobierna, lograría el 27.5% de los votos, los socialistas (PSOE) 23.9% y Podemos el 22.5%. Hace algo más de un año pocos conocían a Pablo Iglesias, el líder de esta formación, ni llamaban la atención sus vídeos difundidos en Youtube, ensalzando la figura de Chávez o entonando alabanzas al Che y Fidel Castro.
No obstante, desde entonces, cuando todavía se sabía poco de las estadías en Venezuela de miembros de Podemos en calidad de asesores del chavismo, su ascenso ha estado directamente relacionado a la caída estrepitosa de los partidos tradicionales, PP y PSOE, por continuos escándalos de corrupción que han dinamitado sus ya debilitadas columnas vertebrales por una desesperada situación económica que ha abocado a los españoles a una sensación general de hartazgo.
En un país donde hay familias con todos sus miembros en el paro y la juventud sólo tiene como salida laboral irse al extranjero, las informaciones que afloran sobre las cloacas de la clase política no han hecho más que avivar la indignación ciudadana. Un día sí y otro también, acaban en la cárcel o en los juzgados los políticos que se han enriquecido ilícitamente y altos cargos (tanto en la derecha como en los sindicatos) que han disfrutado de tarjetas de crédito “opacas” cargando al bolsillo de los contribuyentes gastos millonarios.
El discurso de Podemos, enarbolando utopías de corte marxista, ha terminado por seducir, sobre todo, a la izquierda decepcionada con la socialdemocracia y a los más jóvenes. Con la proclama de que le ha llegado su hora a la “casta”, Iglesias y sus ideólogos pasados por la madrasa bolivariana se alimentan del rencor colectivo para aumentar sus cotas de poder. Lo que a mi amiga le parecía impensable es hoy una realidad.
De nada vale a estas alturas que dirigentes de los dos grandes partidos adviertan que Podemos representa un peligro para la democracia. Eso es anteponer el huevo a la gallina. Lo que deberían haber tenido muy presente desde la ejemplar Transición que enterró el franquismo, es que lo que hace peligrar los fundamentos del Estado de Derecho es la pérdida de valores y dejar de servir humildemente a quienes votaron por ellos.
Un partido que tiene como ejemplo a un personaje tan nefasto como Chávez y el legado que ha dejado en una Venezuela sumida en un modelo ineficaz y autoritario, sin duda podría agravar aún más el precario escenario de una nación en la que se desconfía de la gestión política y enfrenta el imparable pulso secesionista en Cataluña. Ahora bien, su arraigo entre quienes hoy repudian el establishment es la consecuencia de tanta irresponsabilidad y falta de escrúpulos por parte de los políticos que pierden la empatía con el pueblo subidos a sus coches oficiales; demasiado ocupados medrando en el laberinto del partido; alejados e insensibles a las necesidades cambiantes de quienes supuestamente representan. Basta repasar la lista de gastos de quienes usaron las famosas tarjetas Black para comprender el alcance de la desfachatez a la hora de echar mano del dinero público. Todo un bofetón a una sociedad a la que desde el púlpito se le está exigiendo que se apriete más el cinturón de sus penurias.
Cuando mi amiga tomó a broma mi preocupación por la marea de Podemos, le recordé que hace más de quince años, cuando Chávez llegó al poder, en los grandes partidos que hasta entonces habían gobernado en Venezuela estaban seguros de que se trataba de un fenómeno efímero. Y muchos venezolanos creyeron que no podía enquistarse un modelo político inspirado en el que padecen los cubanos hace más de medio siglo. El tiempo les demostró lo equivocados que estaban. Ojalá que mi amiga nunca me tenga que dar la razón.
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