EEUU-Cuba, ¿una nueva era?
Es probable que el Presidente Barack Obama haya tomado la decisión correcta al anunciar la normalización de las relaciones con Cuba a la luz del fracaso del embargo de seis décadas contra la isla, pero uno de las más grandes interrogantes —y de los que menos se habla— es si el régimen cubano permitirá un restablecimiento de las relaciones entre ambos países.
Todas las dictaduras —y Cuba es una dictadura bajo la definición de cualquier diccionario— necesitan un enemigo. La confrontación forma parte de su ADN. Las dictaduras deben presentarse como víctimas de una agresión, porque necesitan una excusa para prohibir elecciones libres, medios de prensa independientes, y reprimir a cualquier grupo opositor.
Y el discurso del mandatario cubano Raúl Castro del 17 de diciembre anunciando el acuerdo de normalización con Washington no dejó muchas dudas de que Cuba seguirá jugando el papel de víctima.
El General Castro dio su discurso vestido de uniforme militar, mandando la señal de que su país aún está en guerra. A pesar de las acciones ejecutivas de Obama para aumentar dramáticamente el turismo y el comercio con Cuba, Castro denunció a Washington por las restantes sanciones económicas que aún siguen vigentes.
“Esto no quiere decir que lo principal se haya resuelto”, dijo Castro. “El bloqueo económico, comercial y financiero que provoca enormes daños humanos y económicos a nuestro país debe cesar”.
A pesar de que el embargo comercial de 1960 se ha diluido en los últimos años, y será debilitado aún más ahora, lo más probable es que el régimen de Castro siga arremetiendo contra el embargo —que solo puede ser levantado por el Congreso— o busque cualquier otra excusa para mantener el estado de hostilidad con Estados Unidos.
En el pasado, Cuba ha saboteado varios intentos estadounidenses de mejorar los lazos bilaterales. Cuando el ex presidente Jimmy Carter mejoró las relaciones con Cuba y negoció la apertura de las Secciones de Intereses en Washington y La Habana en 1977, el ex gobernante cubano Fidel Castro envió 12,000 soldados a Etiopía y desencadenó la crisis de Mariel, causando que las relaciones bilaterales colapsaran.
En 1996, cuando el entonces presidente Bill Clinton intentó normalizar las relaciones bilaterales, Cuba derribó dos aviones del grupo humanitario cubanoamericano Hermanos al Rescate. El ataque de la Fuerza Aérea de Cuba hizo que Clinton retirara su propuesta de normalización, e impusiera nuevas sanciones comerciales.
Sin embargo, otros observadores argumentan que ésta vez las cosas serán distintas: Raúl Castro es más pragmático que su hermano mayor, Fidel, y —lo que es más importante— necesita desesperadamente aumentar el turismo y las remesas de Estados Unidos ante la amenaza de un inminente corte de los subsidios de petróleo de Venezuela.
Otros sostienen que hay un nuevo jugador en la escena —el General Alejandro Castro Espín, hijo de Raúl y su principal asesor— quien es el poder detrás del trono en Cuba, y que supuestamente cree que la dinastía Castro puede mantenerse en el poder indefinidamente sin necesidad de pelearse con Washington.
Guillermo Fariñas, un conocido opositor pacífico, me dijo en una entrevista telefónica desde Cuba que Alejandro Castro Espín “quiere hacer como Vietnam, China o Rusia, que han conseguido que su enemigo —Estados Unidos— financie sus dictaduras”.
En Estados Unidos, otros críticos dicen que Obama abandonó la política bipartidista de defender la democracia y los derechos humanos en el continente americano. Ellos argumentan que Estados Unidos había hecho cosas criticables en la región en siglos pasados, cuando apoyaba dictaduras pro-estadounidenses, pero a partir de la década de 1970 Washington adoptó un acuerdo bipartidista —desde entonces incorporado a varios tratados interamericanos— de defender la democracia en la región.
Ahora, al justificar su nueva política hacia Cuba diciendo que Estados Unidos ha tenido durante mucho tiempo relaciones con China y Vietnam, Obama tiró por la borda la excepcionalidad de América Latina, señalan los críticos.
Mi opinión: Tanto los partidarios como los críticos de la decisión de Obama de abrir el comercio y el turismo a Cuba sin exigir concesiones democráticas al régimen de Castro tienen argumentos muy válidos.
Pero más allá de si el plan de normalización de Obama funcionará mejor que la fallida política de aislar a Cuba, hay que tomar con cierto escepticismo los titulares de que ha comenzado “una nueva era” entre Estados Unidos y Cuba.
Lo que ha comenzado es un proceso de conversaciones, que puede ser torpedeado tanto por el Congreso de Estados Unidos como por el régimen cubano.
Más que el comienzo de una nueva era, esto parece más bien el inicio de un nuevo capítulo en una larga historia cuyo verdadero punto de inflexión probablemente llegue el día en que Fidel y Raúl Castro se mueran.
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