El proyecto a medio terminar de Hillary Clinton en Haití
En el quinto aniversario del terremoto de 7,0 que azotó Puerto Príncipe, Haití sigue siendo el país modelo del despilfarro, el fraude y la corrupción en la administración de la ayuda internacional. En ningún lugar la ineptitud burocrática y la codicia es más difícil de aceptar que en las 245 hectáreas del Parque Industrial Caracol, un proyecto lanzado por la ex secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, con el dinero de los contribuyentes estadounidenses, bajo la supervisión de su esposo, Bill, y la Fundación Clinton.
Entre el Departamento de Estado y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que otorga donaciones a países muy pobres gracias a la generosidad de EE.UU., cientos de millones de dólares han sido invertidos en este parque en un intento por atraer fabricantes de indumentaria. La iniciativa, sin embargo, todavía está lejos de cumplir sus promesas de suministrar a los inversionistas la infraestructura necesaria. Si las cosas no cambian, los inversionistas frustrados buscarán un mejor destino para sus fondos.
Los parques industriales exitosos son construidos por personas que conocen el negocio y que exigen rendición de cuentas. Este parque fue puesto en las manos del Departamento de Estado, el BID y Bill Clinton. Los resultados han sido previsibles.
Fuentes que están en el terreno en Haití me habían advertido sobre cómo Caracol se encaminaba a la ruina. Así que el mes pasado viajé en camión desde Cabo Haitiano a través de la parte pobre y rural del norte del país, para ver si la alarma era justificada. Lo que encontré fue un proyecto en aprietos. Puede ser salvado, pero solamente si es transferido a manos de profesionales que pongan en riesgo su propio dinero.
En el papel, Caracol tiene sentido. Gracias a una legislación comercial especial aprobada por el Congreso estadounidense en diciembre de 2006, las prendas confeccionadas en Haití ingresan a EE.UU. sin pagar aranceles y las fábricas pueden comprar tela en cualquier parte del mundo. Esto le concede a Haití una gran ventaja sobre otros exportadores de indumentaria a EE.UU. que tienen que obtener la tela en EE.UU., aunque la confección tenga lugar en otro país. Los productores basados en Haití tienen ventajas comparativas que pueden compensar la baja productividad del país, como salarios más bajos que en muchos mercados asiáticos y su proximidad a América del Norte.
El Departamento de Estado prometió inicialmente que para 2020 el parque podría generar 65.000 empleos directos. El ex presidente Clinton ha hecho declaraciones similares. Eso requiere la construcción de 40 edificios de 10.000 metros cuadrados para el ensamblaje de indumentaria. Al ritmo actual, eso no sucederá.
La capacidad de generación de empleo total desde que se pusiera la primera piedra en noviembre de 2011 es de tres edificios de ensamblaje y una planta eléctrica de 10 megavatios. Se está construyendo un cuarto taller, pero es poco probable que esté terminado antes de finales del segundo trimestre.
Esto debe ser muy difícil de digerir para el inquilino ancla del complejo, el fabricante surcoreano Sae-A Trading Ltd. La empresa ha prometido una inversión de US$78 millones en Caracol y en la actualidad emplea unos 4.500 haitianos. Sae-A dice que quiere que la cifra ascienda a 20.000. Para hacerlo, necesita otra docena de edificios.
Un comunicado de prensa del BID del 12 de diciembre dice que la entidad aprobó una nueva subvención de US$70 millones para el gobierno de Haití para construir, entre otras cosas, tres edificios de producción para 2018 con la meta de proveer espacio para 6.800 trabajadores. Directivos del BID deben saber que poner a funcionarios del gobierno haitiano a cargo de un proyecto de esta naturaleza probablemente lo condenará al fracaso. No obstante, supongamos que estoy equivocada y que los edificios son construidos. La fuerza laboral de Caracol será para entonces de 11.300 personas, muy lejos del estimado del Departamento de Estado de 65.000 empleos directos o incluso de la proyección del BID de 40.000.
Es comprensible que el BID quiera reducir las expectativas. Sin embargo, la meta debería ser más alta y no deberían tener que pasar tres años para aumentar la capacidad. Craig Miller, presidente de Waterfield Design Group, una firma de Boston, y asesor del sector de confecciones de Haití, me dijo que una vez que los materiales estén en el lugar, “una planta de producción de 10.000 metros cuadrados puede ser construida en entre seis y ocho meses”.
Las empresas textiles en Haití están hambrientas de espacio de producción, pero mis fuentes me dicen que los inversionistas no tuvieron la opción de edificar sus propias plantas en Caracol. Los planificadores Clinton (Hillary en el Departamento de Estado y Bill en la Fundación Clinton) querían mantener esa responsabilidad por razones que no están claras. Entonces ahora los fabricantes tienen que esperar.
Esto es trágico para los miles de haitianos ansiosos por conseguir un empleo en un taller textil. Los trabajadores del sector fabril ganan tres veces el ingreso promedio en el norte de Haití. Sae-A produce para una amplia gama de marcas estadounidenses, como Target y Wal-Mart, y las empresas estadounidenses despachan auditores a menudo para inspeccionar las condiciones laborales. Incluso sin el Departamento de Trabajo de EE.UU. respirando sobre su espalda, Sae-A tiene incentivos para cuidar a sus trabajadores, retenerlos e impulsar la productividad. Lograr un puesto en la línea de ensamblaje abre la puerta a la movilidad económica y eso es algo inusual en Haití.
El país tiene una oportunidad única. Los inversionistas quieren invertir, los trabajadores quieren empleos y los consumidores quieren comprar. Parece un momento propicio para que el gobierno se aparte del camino.
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