Argentina: El Show No Puede Continuar…
Todo se repite inexorablemente en Argentina El fiscal Alberto Nisman no es la primera víctima de esta democracia delegativa que aceptamos voluntariamente, desentendiéndonos de ella después de la algarabía de su recuperación en 1983.
Así fue: con Raúl Alfonsin se enterraron las boinas blancas y las experiencias de gestiones frustradas, con el peronismo de Herminio Iglesias, se sepultó la justicia social y los bombos ya no sonaron igual. Adiós a las doctrinas. De ahí en mas, bienvenida la ambición personal y la propia conveniencia como ideologías a explorar.
Nunca un político estuvo a la altura de las expectativas de su pueblo. ¿Cuánto tiempo se tardó en reconocer algo positivo a Arturo Frondizi? ¿Y Arturo Illia no fue bastardeado por lento acaso? Hoy uno es el estadista añorado y el otro, el paladín del político honrado. Lo que ayer se despreciaba hoy cobra relevancia.
Quizás las múltiples decepciones favorecieron el desinterés por saber de qué se trata, y más aún por corroborar si los dirigentes electos nos representan en realidad. Cumplimos un domingo en ir a votar, y parece que no se nos puede pedir más. Las entelequias no demandan, y la Patria es uno de esos vocablos que el kirchnerismo ha vaciado. Dios espera en algún lado.
Cristina no es insana, es corrupta. No compremos el cuento de la salud que usa como estrategia, nada más.
La habilidad del oficialismo en manejar “a piacere” la sociedad durante más de diez años, no encontró correlato en una oposición que le regaló tres mandatos presidenciales sin solución de continuidad. Los Kirchner supieron aprovechar la característica imperante de la época en que les tocara actuar. Hallaron al país inmerso en la cultura del ocio donde tener otorga mayor jerarquía y status que el ser.
Si la gente quería eso, ellos se lo iban a dar. Y lo hicieron sin importar el método, el fin justificaba los medios. Durante una década vivimos sumidos en la fascinación del entretenimiento. De pronto, todo debía divertir: la escuela, la Iglesia, el Estado, la política, en definitiva la vida misma. A punto tal se establecía la industria del divertirmento que aparecieron casas funerarias ofreciendo ceremonias temáticas en lugar de los clásicos entierros.
Lo ceremonioso, la solemnidad se catapultaron aburridas y consecuentemente quedaron abandonadas a un lado del camino. Hasta el Himno Nacional modificó su pentagrama. Surgieron versiones acordes a la moda musical. ¿Era necesario aggionar un símbolo nacional? Nadie se lo preguntó entonces.
El arte de lo posible se desentendió de sus compromisos para pasar a ser el arte de mantener entretenido al tejido social. Si la realidad no pintaba alegre se la disfrazaba y convertía en mercadería que, gustosa, la sociedad consumiría.
Presenciamos situaciones mefistofélicas, bizarras. En algunas tiendas, las vendedoras ofrecían una camisa o una remera y decían: “es divertida”. Siempre quise saber cómo una prenda era capaz de entretener por si misma, y cual era entonces aquella que aburría…, pero no. No estábamos para preguntar ni preguntarnos.
Los interrogantes se nos dieron con sus respectivas respuestas fuesen o no ciertas, nos ahorraron el “trabajo” de pensar. ¡Qué caro lo estamos pagando!
En ese contexto, la política dejó de ser el instrumento para solucionar los problemas de la gente, y pasó a ser una herramienta para su divertirmento. El kirchnerismo entendió el mensaje. En plena época de la imagen, lo colorido y lo banal son imperativos, y a partir de esa premisa construyeron una década de show y circo.
Los escándalos tuvieron su cuota de surrealismo, los artistas populares ganaron prominencia, se los convocó a una caterva de recitales acompañados de sándwiches y vino, de sandias, vales y micros que traían espectadores pasivos desde el interior a la urbe de cemento donde se concentrara el gen de la diversión que merecíamos.
Frente a ese escenario, Cristina Fernández entendió que no era el momento para la oratoria precisa sino para el stand up, la burla y el bufoneo. Y muchos, demasiados, gozaron y aplaudieron durante años todo eso.
A veces se reaccionó. Pero el error de la sociedad fue marchar para protestar cuando debía hacerlo para reclamar soluciones con plazos de tiempo concretos. El cambio que se demanda no puede ser mero deseo, el cambio debe ser una imposición con custodias permanente para que sea hecho.
“El ojo del amo engorda al ganado“, dice el refrán. Pues bien el amo no es el gobierno, el amo es el pueblo. No lo comprendimos a tiempo. Al olvidarnos de esa condición esencial para el postrer desarrollo institucional, nada fue por el camino correcto.
Ahora, una muerte nos sacó del “verano de emoción” al que aludía el gobierno. Nos sopapeó feo, nos mostró que hay límite para la fiesta y que, antes o después, todo se paga. Nos puso serios.
Hoy guste o no, hay que admitir que sabemos qué pasa gracias a Clarin y al Sr. Héctor Magnetto.
El kirchnerismo lo percibió pero no puede ponerse a la altura de los acontecimientos por la simple razón que es quién los provocó. Por acto o por omisión.
Del sonido ensordecedor de los discursos y cadenas oficiales, de las luces de neón, de las doce cuotas para electrodomésticos pasamos al ruido dislocado del puñado de tierra sobre un cajón, y al lado dos chiquitas mirando sin entender el significado.
El escalofrío de tamaña escena nos volvió al ser humano que habíamos canjeado por una suerte de autómatas o de robots. Hoy parecemos más personas. Si dura o no es otra cuestión. Pero al menos este show se terminó. Gran parte de los espectadores decidieron salir del teatro, exigir otro libreto, otro guión y aguardar con ansias fin de año para cambiar también al director.
Ya no se está dispuesto a ver la misma función. A fuerza de repetición, cansó. El final de la trama no incluía el “fueron felices y comieron perdices“. El cuento terminó mostrando todo su horror.
“Nos nos une el amor sino el espanto…”, el poeta no se equivocó.
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