Inmigración (XVIII): El sueño urbano en China
"Debido a que el estatus del "hukou" es hereditario por ley, la situación de subclase se traspasa de generación en generación. Este sistema parecido al de las castas es lo que ha hecho la historia del urbanismo en China tan compleja". Kam Wing Chan.
"Está la cuestión de cómo proteger lo que muchos consideran un derecho laboral básico del ciudadano: el de moverse y vivir donde el trabajo pueda encontrarse sin ser penalizado por el gobierno". Wang Su.
"Los trabajadores emigrantes se convertirán en residentes urbanos permanentes de una manera ordenada". Wen Jiabao.
"Si el gusto de la gente por la homogeneidad cultural justifica límites a la inmigración desde el extranjero, ¿podría ese mismo gusto por la homogeneidad cultural justificar también el bloqueo de ciertos tipos de migración interna hacia un barrio o ciudad que tenga a juicio de sus residentes actuales un nivel agradable de homogeneidad cultural?". Michael A. Clemens.
Según la ley fundamental de las migraciones, la corriente demográfica va de los territorios menos productivos a los más productivos. Por eso, las migraciones internas espontáneas casi siempre aparecen vinculadas a las ciudades (del campo a la ciudad o de la pequeña ciudad a la gran urbe). Tienen grandes semejanzas con las migraciones exteriores o interestatales.
El mundo está experimentando la mayor ola de crecimiento urbano de su historia. Hasta hace bien poco la población mundial vivía mayoritariamente en el campo o en poblaciones pequeñas. Esta tendencia empezó a cambiar a partir de la década de los 50. Desde 2012, por primera vez en su historia, más de la mitad de la humanidad está viviendo en ciudades (actualmente el porcentaje promedio es del 51%). Las ciudades generan más empleos e ingresos. Proporcionan agua y saneamiento fácilmente a sus habitantes debido a su proximidad. Pueden ofrecer educación, salud y muchos otros servicios de manera más eficiente que en zonas de menor densidad simplemente debido a sus ventajas de escala. Las urbes ofrecen un entorno más favorable que las áreas rurales para la resolución de problemas sociales, jurídicos o económicos y de hecho alivian la presión sobre los hábitats naturales.
Uno de los primeros supuestos que el economista Walter Bagehot expuso en sus Postulados de Economía política inglesa fue que el factor trabajo (junto al capital) circula, siempre que no haya trabas, de un empleo con menor retribución a otro con mayor retribución dentro de los límites de una nación. Por tanto, un indicador fiable del desarrollo de un país es el porcentaje de población que tiene viviendo en sus áreas urbanas. China tiene precisamente el mismo porcentaje que el promedio mundial (51%).
Los países bajo regímenes tiránicos en mayor o menor medida se caracterizan (hoy y ayer) por restringir tanto la emigración interna como la externa. Todo el aparato organizativo del Estado controla el movimiento de su población, en cualquiera de sus facetas. Esto es opresivo. Sólo la antigua Yugoslavia, un poco más abierta, permitía tímidamente viajes al exterior, aun así sus jerarcas achacaban al emigrante una presumible falta de sentido del socialismo.
En China el paralizante sistema hukou fue empleado desde, por lo menos, la dinastía Han como medio de control poblacional para el pago de impuestos y para impedir los libres flujos migratorios internos.
En 1958 el líder comunista Mao Zedong reintrodujo en la República Popular China de forma radical un sistema de registro familiar muy parecido al hukou tradicional por el que cada persona quedaba fijada como un clavo en su lugar de nacimiento. El movimiento de la gente trabajadora entre las zonas rurales y urbanas se sometía a férreo control administrativo. A partir de entonces, si una persona deseaba prosperar e irse a una ciudad, debía contar ineludiblemente con una muy restrictiva autorización gubernamental para poder residir en dicha urbe. Mao obligó a los campesinos a permanecer en sus lugares de residencia y le molestaba que la gente "deambulara por ahí de forma descontrolada". Si Stalin hizo lo mismo sólo con los ucranianos en los años treinta, el Gran Timonel chino lo hizo con toda su población.
Hasta 1976 la policía china blindó las ciudades y sus caminos e hizo redadas periódicas en las urbes para detectar a los "sin papeles" para ingresarlos en centros de detención y "repatriarlos" posteriormente a sus localidades de residencia permanente. Esto fue especialmente lacerante en los primeros años de aplicación del sistema hukou ya que tener el status de "rural" o "urbano" significaba ni más ni menos la diferencia entre vivir o morir durante las hambrunas masivas fruto del aberrante Gran Salto hacia Adelante en la que los campesinos fueron encajonados en granjas comunales y en las que se colectivizó incluso los utensilios privados de cocina. Se estima que más del 95% de los 36 millones de muertos por inanición durante los cuatro espantosos años que duró la gran hambruna derivada del desquiciado programa político eran portadores del hukou rural.
Tras las reformas económicas de 1978, China mutó de un socialismo de Estado a un capitalismo de Estado a lo largo del último tercio del siglo XX. Ante las fortísimas presiones migratorias que fueron surgiendo del interior hacia las ciudades costeras del este, se introdujeron tímidos cambios en las restricciones migratorias a la movilidad laboral en el interior del país. Sin embargo, dicho sistema hukou permanece hasta el día de hoy esencialmente intacto. En la práctica, hoy dichas restricciones a la movilidad laboral son repetidamente incumplidas y muchas personas obtienen extraoficialmente un trabajo en las ciudades sin el permiso válido de residencia urbana. Aquellos que emigran con el correspondiente permiso de trabajo y residencia son considerados población flotante (you min). Sin embargo, a lo largo de los años se ha ido formando una masa imponente de trabajadores ilegales en torno a las ciudades chinas. De los 700 millones de personas que habitan las ciudades se calcula que un tercio carecen de permiso. Son considerados de manera despectiva waidi ren (gente de fuera) o liu min (vagabundos).
Estos waidi ren o gente "foránea", discriminados por el mero lugar de nacimiento, tienen limitado su acceso al trabajo y a las diversas prestaciones sociales (educación primaria, acceso a las universidades, cobertura sanitaria o vivienda). Unos 230 millones de personas se han convertido en inmigrantes ilegales dentro de su propio país. Son los parias explotados por empresarios que se aprovechan de su vulnerabilidad tal y como sucede con la inmigración ilegal en otros países. Esta inmensa fuerza laboral china clandestina sin permiso de residencia en ciudades ha suministrado a la economía global ingentes cantidades de mercancías a muy bajos precios y ha permitido el despegue económico de China en los últimos treinta años. Sin el sistema hukou no existiría la China que hoy conocemos. Algunos afirman que es el arma más potente, secreta y sucia que poseen los gobernantes de dicho país.
Los "ciudadanos urbanos" (los equivalentes a los "nativos" de otros países) suelen señalar a los trabajadores indocumentados procedentes del campo como responsables del aumento de la criminalidad, del desempleo o de la contención de los salarios, por lo que suelen estar estigmatizados. Son partidarios de que el sistema restrictivo se mantenga porque temen que haya una avalancha de campesinos y que las infraestructuras y servicios ofrecidos por las urbes sufran tensiones insoportables. Todos estos temores son los mismos que los nativistas de otros lugares y les son familiares a los liberales contrarios a las fuertes restricciones a la inmigración que vulneran el derecho básico a la movilidad laboral de las personas.
Pese al conocido crecimiento poblacional en China, el sistema de registro hukou puede acabar jugando una mala pasada a las autoridades chinas: hay que tener en cuenta que existen ya evidencias de que la sociedad china envejece muy rápidamente y su crecimiento demográfico se estancará a partir de 2020. China va camino de convertirse en una paradoja inaudita para los demógrafos: un país con población mayoritariamente anciana antes de ser un país rico.
Es perentorio rebajar con anticipación y determinación los controles migratorios en el interior del país, así como suprimir la totalitaria política de hijo único en las ciudades. Sin embargo, debido a que el aparato del partido único y su inmensa burocracia tienen sus propios tiempos e inercias es difícil prever por el momento avances significativos al respecto.
Las actuaciones de los gobiernos chinos tienden a priorizar la llegada de trabajadores cualificados a las ciudades y a potenciar el flujo de los mismos hacia las ciudades del oeste, menos industrializadas. Este modelo de desarrollo cortoplacista no está dando sus frutos ni tampoco atajando en serio los graves problemas económicos y sociales que el paralizante sistema hukou genera en la sociedad china.
Según un estudio de Chan y Buckingham (2008), pese a que dicho sistema de restricción a la emigración laboral interna ha sufrido diversas reformas acumulativas desde los años 80, no han significado ni mucho menos su supresión sino más bien el traspaso de la responsabilidad de su gestión del gobierno central del país a las autoridades locales, lo que en muchos casos ha supuesto en realidad endurecer aún más las posibilidades de la migración de los campesinos a la ciudad. Según sus dirigentes locales, la fuerte demanda de servicios públicos para hacerse cargo de los nuevos llegados que supondría la liberalización de las reglas del hukou sería demasiado costosa para sus ciudades.
El registro hukou chino actual sigue siendo un importante impedimento al desarrollo económico del país. Es necesario flexibilizar mucho más dicho sistema y que las autoridades locales vendan a aquellos que deseen acceder a ellas permisos de residencia urbana temporal (no creo que haya ningún otro método más racional para poner orden al caos) sin arbitrariedades o discriminaciones por razón del origen, la cualificación del trabajador o cualquier otro criterio que pueda parir la mente de un político.
Estas reformas liberalizadoras serían una bendición para la sociedad china en su conjunto pero traerían no pocos sobresaltos para el desarrollo "armonioso" de tipo confuciano -tan caro a los planes de los jerarcas chinos- por lo que es de suponer que el cumplimiento del sueño urbano de muchos campesinos chinos tendrá aún que esperar.
(Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI y XVII)
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