SOS Venezuela
¿Qué pasa cuando los tratados internacionales son reducidos a letra muerta por un país y sus vecinos aplauden o hacen la vista gorda? En lo inmediato, lo que vemos en Venezuela: el descenso a la barbarie. En lo mediato, la erosión de los valores insertos en los tratados internacionales de escala regional que velan por la democracia, los derechos humanos y la paz. Se barbariza también, más lenta y disimuladamente, América Latina.
Nicolás Maduro no tiene que dar una sola prueba más del Neandertal que es. Las últimas -el encarcelamiento de los ejecutivos de cadenas de supermercados y farmacias, el confinamiento solitario de Leopoldo López, el apresamiento del alcalde Antonio Ledezma, la expulsión del Parlamento de Julio Borges, el asesinato de un manifestante adolescente en San Cristóbal- no nos dicen nada que no supiéramos sobre ese régimen. Porque Maduro sabe que nadie espera ni pide otra cosa de él, actúa a lo bestia. La impunidad que le han extendido los gobiernos latinoamericanos empezó cuando el Humala convocó una reunión extraordinaria de Unasur en Lima, en abril de 2013, para convalidar el fraude que lo hizo Presidente y ha sido confirmada cada vez que, al grito de “golpe de Estado”, ha provocado aplausos de foca en sus amigos y un insigne ponciopilatismo en los demás.
Es lo que acaba de ocurrir: inventándose una conspiración, Maduro ha seguido llenando sus ergástulos de cautivos, el último de ellos Ledezma, y las morgues de jóvenes que querían libertad, el más reciente Kluivert Roa, semanas después de que el Ministerio de Defensa autorizara las armas de fuego contra manifestantes. ¿Y qué han dicho los gobernantes latinoamericanos? Lo de siempre. Cuba ha expresado su “invariable solidaridad” ante el “reciente intento de golpe”, Ortega ha proclamado “¡estamos con Nicolás!”, Correa ha denunciado que se pretende una “restauración conservadora”, Morales ha vituperado a quienes quieren “irrespetar la democracia de los pueblos” y Kirchner ha devuelto al ornitólogo de Caracas el cumplido que le hizo cuando la respaldó al ser imputada por encubrir a los responsables del atentado contra la Amia.
¿Qué han hecho, mientras tanto, los demás? Salvo Juan Manuel Santos, que ha pedido con timidez la liberación de López y “garantías” para Ledezma, los pocos que se han pronunciado han pedido un “diálogo”, entre ellos Dilma Rousseff y el canciller peruano. No han tenido la cortesía de decir si ese intercambio socrático debe ocurrir en Ramo Verde, donde se pudren López, Ledezma o Daniel Ceballos, el ex alcalde de San Cristóbal, y tantos otros, y si el temario debe girar en torno a la nanotecnología.
Los cancilleres de Brasil, Colombia y Ecuador se preparan para visitar Caracas a fin de allanar el terreno para otra reunión de Unasur. No han aclarado si la visita a Caracas es para pasear, escoltados por Maduro, por la laguna de avifauna del zoológico de Caricuao, donde trinan los pajaritos.
No recuerdo, desde la recuperación de la democracia en el subcontinente en los años 80, una época en que el liderazgo de América Latina fuera más mediocre y pusilánime, y en que sus gobernantes tuvieran menos condición de estadistas en el sentido agrimensor, visionario, de esa palabra. Desde la Carta de la OEA hasta la Convención Americana sobre Derechos Humanos y la Carta Democrática Interamericana, el andamiaje jurídico regional es una entelequia en el sentido aristotélico de la palabra, es decir algo que tiene el fin en sí mismo sin remitir a elementos externos. Una entelequia desconectada de la realidad política de nuestros países y de quienes deberían hacer valer esos tratados.
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