Argentina: Las claves de la competitividad
La competitividad de nuestro país muestra un nivel bajo desde hace mucho tiempo, que incluso empeoró en las últimas seis décadas. Una forma de verlo es recordar que en 1950 nuestra productividad laboral por persona ocupada por hora era un 42 % de la productividad americana. Esto significa que un trabajador argentino producía menos de la mitad de lo que producía un trabajador en los Estados Unidos en el mismo tiempo. Era una posición de regular a mala, pero mucho mejor que la de Japón en aquel año, que era solo de 16 % de la americana. Nuestra productividad era tres veces superior a la japonesa en 1950, aunque hay que recordar que ellos habían perdido una guerra recientemente.
En los 63 años que median desde 1950 hasta 2013, la evolución de la productividad empeoró dramáticamente para nosotros, pues ahora apenas llegamos al 21% de la productividad por persona del país del norte y en cambio Japón subió hasta 64 %. Ahora los japoneses nos superan en tres veces. Estados Unidos está por encima nuestro en esta variable en casi cinco veces (100:21=4,8 veces). Esta diferencia de productividad es lo que explica por qué un trabajador argentino gana por mes 5 veces menos que un trabajador en EE. UU., pues produce un valor agregado cinco veces menor. Tener más competitividad significa ganar más, con el mismo nivel de precios de hoy.
Como es sabido, los salarios reales evolucionan en función de muy pocas variables, todas relacionadas, entre las que se cuentan la educación y la capacidad desarrollada por el trabajador, pero el principal factor por lejos es la productividad, que resume los efectos de todas las otras variables. Y la productividad depende básicamente de la inversión, la cual depende de la confianza en el país, que a su vez, depende de las instituciones y de la honradez o corrupción de sus dirigentes. Hemos asustado al ahorrista confiscándolo, hemos roto casi todas las instituciones y los políticos han pensado más en ellos que en el bien común ¿Cómo pudimos hacer las cosas tan mal como para perder tanta eficiencia con una caída tan marcada de la competitividad que se traduce en bajos niveles de bienestar general en comparación con otros países?
Brasil está peor que nosotros y no mejoró nada entre 1950 y el presente, aunque parecía que con Fernando Enrique Cardoso había hecho un gran cambio estratégico y moral, pero no, volvieron a su ineficiencia y muy poca ética en la dirección del país, como lo muestran las recientes denuncias de desvío de fondos en ese país.
Un caso interesante que destacamos es el de Francia, que de estar algo por debajo de la Argentina en productividad laboral en 1950, ahora llega al 88 % de EE.UU. Este nivel es similar al de Alemania unificada, pero hay que tener en cuenta que el nivel de productividad laboral alemana antes de la reunificación era 103 % de la EE. UU.
México, en cambio, ha pasado de 31 % de la productividad americana en 1950 a 25% en 2013. Es decir, México ha seguido la misma tendencia que la Argentina y Brasil, donde han predominado creencias que van en contra de la gente, pero con declaraciones altisonantes de los políticos diciendo que defienden "el bienestar económico de la población".
Retornado a nuestro caso, los políticos, quieran o no, son los responsables de esta tendencia, pues son los que han fijado la dirección estratégica del país. En cada elección le piden el voto a la población para que los designen para mandar y con ello lograr "mejorar el crecimiento, la ocupación y la felicidad del pueblo". Pero, una vez que llegan al poder, traicionan las promesas, anteponen sus intereses personales al interés general.
El político, con honrosas excepciones, prefiere su interés privado al tomar muchas decisiones que sabe que son equivocadas antes que rechazar toda tentación haciendo solo lo que es lícito y beneficioso para el interés general, aunque esa opción signifique para él seguir siendo "pobre pero honrado". Frente a esta disyuntiva el político argentino no ha tenido dudas, con pocas excepciones.
Sin embargo, "se requieren dos para bailar el tango". Tenemos también dentro de las 603.000 firmas que operan en el país, un número relativamente chico de empresarios extractivos o lobbistas -que son lo opuesto de los empresarios productivos y creadores de fuentes de trabajo- que bailan "el tango" con el funcionario público y ambos cómplices se benefician mutuamente con los recursos de la comunidad, a la que le extraen recursos para ellos. El sindicalista organizado desde arriba también ha bailado el tango con el funcionario que le corresponde, sacando recursos de la clase trabajadora. La repetición permanente de esta conducta por años y "décadas" ha conducido a la decadencia del país.
Esta clase de dirigentes políticos, indefectiblemente, no pueden predominar más. Sin este cambio, no hay forma de competir en el siglo 21 como no hemos competido en la segunda mitad del siglo 20 hasta ahora, período en el que hemos ido para atrás.
Sin valores, sin principios firmes y sin instituciones no hay economía que aguante ni aun con el más fabuloso "viento de cola" como se vivió con el extraordinario precio de los granos en la última década. Estos mayores recursos de u$s 30-35.000 millones adicionales por año no se aprovecharon para modernizar el país, sino para hacer populismo. No se hicieron las inversiones que nos hubieran permitido crecer ahora y ocupar productivamente a mucha gente y brindarnos una buena perspectiva para el futuro.
La conclusión que se puede extraer de esta realidad es que nuestro país mejoraría mucho si se pusiera primero la ética en las decisiones políticas. Sin embargo, como hemos dicho, con la ética sola no alcanza. También se requieren instituciones sólidas. Y la formación amplia del presidente, de los ministros y un conjunto importante de funcionarios, fundamental para conducir a nuestro país por el camino correcto. Debemos combinar estas tres claves de la mejora de un país: ética, instituciones y formación sólida de los dirigentes.
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