El sostenido poder de la idea comunista
La demostración más palpable del poder del comunismo es que ni siquiera la caída del Muro de Berlín lo ha hundido totalmente en el descrédito. Esa caída, que debió representar una de las mejores noticias del siglo, fue rápidamente convertida en una novedad alarmante, y desde entonces el pensamiento único ha machacado con los males a los que estamos expuestos.
Ya no se habla tanto del capitalismo como antes, pero las nuevas palabras inventadas funcionan del mismo modo: sirven para atacar la libertad y sus instituciones, en particular la propiedad privada. Entre esas palabras destacaron globalización y, sobre todo, neoliberalismo. Del mismo modo, dada la evidente reducción de la pobreza en el mundo, gracias a la mayor libertad, se dejó de hablar relativamente de la pobreza y otra palabra la sustituyó, desigualdad, que en realidad tiene el mismo sentido: siempre se trata de consignas contrarias a la libertad, la propiedad y los contratos de los ciudadanos.
Pero ¿qué cosa es el neoliberalismo? Mi hipótesis es que el neoliberalismo es el liberalismo de toda la vida, o bien es cualquier disparate que los enemigos de la libertad quieran que sea. Un ejemplo de esta última opción la brindó Edmundo Fayanas Escuer en un artículo en La Nueva Tribuna. Esta es su precisa definición de neoliberalismo y sus recetas:
El reparto a favor del gran capital (…) Hay que disminuir la extensión del Estado, para aumentar el protagonismo de la sociedad individual.
Comete otros desatinos, como la vieja fantasía de que el comunismo era bueno porque limitó los desmanes del capitalismo:
Con la desaparición del modelo comunista y al no tener un enemigo que le modere, el capitalismo vuelve a las andadas de sus inicios y empieza a ejercer todo su poder sin ninguna cortapisa como había tenido anteriormente.
Nótese la enormidad del mensaje: el comunismo, el sistema más empobrecedor y criminal que jamás haya sido perpetrado contra los trabajadores, pasa a ser su salvador ante el malvado capitalismo, como si los comunistas no hubiesen asesinado a millones, y como si el Muro de Berlín hubiese sido construido por los capitalistas para impedir que los trabajadores oprimidos huyesen rumbo al paraíso socialista.
Incurre en gruesos errores como acusar a los sindicatos, a los partidos políticos, de haber sido cómplices del liberalismo, o alegar que la democracia está socavada y la represión animada fuera del comunismo, o que la caída de los salarios como porcentaje del PIB prueba la explotación laboral.
Pero quizá el mayor desatino es la idea de que el poder político y legislativo ha reducido su peso en la sociedad, hasta el punto de desaparecer por falta de medios:
El Estado no tiene dinero, porque tiene una política fiscal favorecedora de las elites.
Nunca los Estados han sido tan grandes, nunca han sido más elevados el gasto público, los impuestos y la deuda pública. Pero don Edmundo está muy preocupado porque el neoliberalismo hegemónico ha conseguido achicar el Estado hasta dejarlo… ¡sin dinero!
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