“La política se hace o se padece”
Admito: el título de esta nota es un plagio a Bernard Shaw. Lo demás es responsabilidad propia.
“La suerte está echada”. Comienzan las elecciones primarias aunque pocos saben a ciencia cierta de qué tratan. El argentino promedio está ocupado en otros menesteres no tan sofisticados. Pese al deseo de poner coto a la administración fraudulenta que encabeza la Presidente, no hay en la calle un clima electoral consolidado.
Quizás esto explica los datos de un reciente sondeo, donde solo un 18% del total de entrevistados manifiesta estar interesado por la política, un 30% sostiene que “algo” le interesa, y del resto podrán imaginar la respuesta. No asombra es cierto, sino nunca hubiésemos llegado a esto.
Pero no es necesario siquiera apelar a encuestas ajenas. Cualquiera puede comprobarlo si osa preguntar, al primero que tenga a mano, de qué trata el Memorándum con Irán, o qué se negoció con los chinos, o las implicancias de pertenecer al G20, por ejemplo… Y es que estamos sumidos en una cultura del “qué me importa” que flaco favor hace a la conquista de una verdadera democracia.
Tal vez la enfática prédica que, el argentino políticamente correcto, hace de lo democrático, elevando el dedo acusador ante un mínimo atisbo de autoridad (como si no hubiera autoridades en el régimen del pueblo soberano), se trate solamente de un relato.
Así como el oficialismo decidió escribir su propia historia, es posible que también lo hayamos hecho los ciudadanos. En ese caso, el énfasis en la democracia es parte de la trama, y no un auténtico deseo o sentimiento de vivir bajo un sistema donde el gobierno ejerce la soberanía que la gente le ha confiado. Nadie se atrevería a hacer un estudio de opinión donde el interrogante sea: “¿Desea usted vivir en democracia con las implicancias lógicas que ello conlleva?”
Posiblemente, el porcentaje mayor de respuestas se hallen en la opción “No Sabe/No Contesta“. No hay cabal conciencia en la sociedad de ser ella soberana. Se lo acepta como un derecho, en lugar de entender que trae aparejado inexorablemente un deber: el deber de ser ciudadano.
Aquí y ahora somos meros habitantes de una geografía regalada a diferentes administraciones, que hicieron y hacen con ella lo que en gana les venga. Es como si fuésemos de esos inquilinos que no se preocupan por mantener la casa en orden porque no son propietarios.
Así vivimos los argentinos: en un constante y perpetuo inquilinato. Cada cuatro años nos ofrecen la escritura para adueñarnos de la propiedad, pero la desestimamos o ni importancia le damos. Si todo se viene abajo es más fácil mudarse que hacerse cargo.
Paradójicamente, esa actitud es compartida por quienes creen ser muy diferentes: las masas y los dirigentes. Se critica aquello que se imita. Por eso, hasta no comprender la esencial diferencia entre el compromiso cívico y el “estar de paso”, nada cambiará aunque cambiemos de jefe de Estado.
Pero vayamos al fondo del problema: ¿por qué la política no interesa? Lamentablemente hay razones que pesan. Nada es fortuito ni azaroso aunque Cristina haya dicho, en plena Cumbre de las Américas, que Estados Unidos llegó a ser potencia por la suerte que tuvieran.
Alguien debió haberle explicado que una potencia no se construye con suerte apenas. Hay gestión, hay conciencia, hay castigos y recompensas, hay normas, reglas, y sobretodo hay tantos derechos como deberes para todos, sin diferencias. Si no se cumple con estos últimos, los primeros se anulan. Nuestra representante no está dejándonos muy bien que digamos, pero, antes o después, “el pez por la boca muere“.
La desatención del deber ciudadano, la apatía que genera el quehacer político en general, y las PASO en particular tiene raíces profundas, algunas de las cuales son comprensibles si se observa qué ha pasado después de los comicios librados en los últimos años: nada ha cambiado.
Con victoria oficialista o con victoria opositora, la agenda ha quedado siempre en manos de la Jefe de Estado. La mefistotélica habilidad política del kirchnerismo siguió su curso sin inmutarse frente a sucesivos fracasos que ellos mismos han propiciado.
A su vez, la oposición ha estado en todo momento, atrás de la iniciativa oficialista. Los “desayunaron” un sinfín de veces, y el aparato comunicacional supo aggiornar el escenario según la coyuntura que se debía atravesar.
Así, las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias que comenzaron hoy en la provincia de Salta pueden ser consideradas desde diferentes ópticas. Lo “políticamente correcto” es decir que forman parte de “la fiesta de la democracia” aunque en estos pagos, hace tiempo que la democracia no festeja nada.
Además, hay ocasiones como la salteña en que las internas no son más que una suerte de encuesta. No hay competencia. Cada partido o fuerza política postula un candidato. Es decir que los mismos que se postularon el domingo 12 de abril, han de ser los que se presenten – si no hay bajas voluntarias -, el próximo 17 de mayo cuando se elija gobernador en la provincia. Los festejos oficialistas, en estas circunstancias, han sido desmesurados.
En Argentina contemporánea hay más simulacro que verdades, más parodias que realidades. Todo son puestas en escena, maquillaje, caretas. Basta observar el raiting que tuvo el programa de Mirtha Legrand, el sábado a la noche con motivo de la presencia de la jueza Arroyo Salgado.
En un estudio de TV se esperaba escuchar alguna pista concreta, un dato certero de cómo murió el fiscal Alberto Nisman, y de qué sucede con su denuncia contra Cristina Kirchner. Durante más de una hora, la mesa de Mirtha fue nuestro Palacio de Justicia. Es redundante decir que eso sucede porque, en los tribunales, más que administrar justicia, se están negociando causas, apretando jueces y fiscales, desapareciendo expedientes, en síntesis: pactando impunidades.
Las generalizaciones son odiosas, no todos obran de la misma forma, pero hay indicios de un acuerdo entre el Poder Ejecutivo y algunos jueces federales. Hay una única comparación válida de Argentina con Dinamarca, y no es precisamente la que hiciera la Presidente, al referirse al pago de impuestos y ganancias. La similitud está en que también acá, algo huele mal.
Si esto fuese cierto, las esperanzas de retomar el cauce de una sociedad donde no todo de igual, donde existan premios y castigos se esfuma como un castillo de naipes en la orilla del mar. Si bien es dañina para el futuro, es entendible en este contexto, la abulia de la gente. ¿Cómo no serlo, si en un par de semanas se producen incendios en 5 edificios públicos y nadie explica nada?
Para mal de males, la Corte está en la mira de la mandataria. La treta de querer sumar a Roberto Carlés en ella, esconde objetivos peligrosos y graves. Están pensando en la posibilidad de convocar a conjueces adeptos al modelo para completar vacantes. Un desliz de quien debe prestar atención a lo que allí pasa puede devenir en un máximo tribunal, garante de impunidad para el gobierno que se va.
La calle está en otra como se dice vulgarmente. La oposición contando votos e instrumentando sus campañas. Nadie parece estar atendiendo asuntos que no son nimios aunque se disfracen como tales. Después, después será tarde.
¡Qué poco espacio queda para la esperanza! Están pasando cosas raras… Y con esta conducta de desdén, nada hace ver que la normalidad esté cerca de ser recobrada.
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