La victimización no abrirá los ojos cerrados de América Latina
El pasado lunes murió en Montevideo, a los 74 años, el escritor que, como afirmé en este mismo medio, más daño intelectual ha hecho al continente entero.
En las distintas redes sociales expresé mi pésame por la muerte de un ser humano, aunque aclaré que nunca me gustó la obra de Eduardo Galeano. De más está decir que hubo más de un ofendido, y todos me hicieron llegar sus críticas, de manera más o menos respetuosa.
En primer lugar, me asusta la poca capacidad de algunos para discernir dos conceptos que son muy distantes entre sí: el “no me gusta” —lo que en efecto manifesté— del “es malo”, juicio demasiado categórico que no me compete hacer. Pero esto simplemente me asusta. El fallecimiento de Eduardo Galeano reveló una característica humana que va más lejos, que me aterra: el fanatismo.
En su opera magna, Las venas abiertas de América Latina, Galeano cometió errores que acarician la infamia, errores que él mismo reconoció. El escritor uruguayo admitió no saber ni de economía ni de política cuando escribió el mencionado libro, panfleto máximo de la izquierda latinoamericana.
Ahora bien, y espero la máxima honestidad de parte del lector ¿cómo llamaría usted a una persona que se aferra a una obra que su propio autor, de cierta manera, desdeña? Estamos en obvia presencia de un fanático, y el fanatismo no tiene lados positivos.
Las venas abiertas hizo creer a varias generaciones que nosotros somos pobres porque ellos —los del “imperio”— son ricos. De ser cierto, no se entenderían las enormes diferencias entre la España que conquistó un continente rico en metales preciosos y el Reino Unido, que colonizó de manera algo tardía “lo que le dejaron” los conquistadores previos, y que sin embargo fue, y aún es, mucho más sólida económica e institucionalmente que sus contrapartes.
Por supuesto que Deirdre McCloskey, en Bourgeois Dignity, puede explicarlo mejor que yo, de la misma manera que Daron Acemoglu y James A. Robinson lo hacen en su libro Por qué fracasan los países. No estoy enunciando postulados en absoluto novedosos.
La victimización es un mal muy común en este lado del globo, como quedó claro en la VII Cumbre de las Américas la pasada semana, donde básicamente los mandatarios de 30 países le hicieron bullying en conjunto al presidente de Estados Unidos —y quien siga mis artículos en este medio sabe que no defiendo a Barack Obama—, quien tuvo razón cuando manifestó que “usar a EE.UU. como una excusa de los problemas políticos [de América Latina] no es lo que va a resolver el problema del progreso”. Esa tesitura de eterna víctima desprotegida es sin dudas el legado maldito de Las venas abiertas de América Latina.
A raíz la muerte del uruguayo, el nobel peruano Mario Vargas Llosa declaró a la Deutsche Welle que lamenta la muerte de Galeano, pero que se encontraba en sus antípodas ideológicas y lo acusó de “caricaturizar” a América Latina, visión bastante más cercana a la realidad a la que tienen quienes no lloran al humano, sino al ideólogo perdido, al referente marxista.
A 44 años del nacimiento de aquella obra que exagerase saqueos y pusiese al desarrollo y al capitalismo como el culpable de todos los males del continente, y en un momento histórico en el que sangrientas revoluciones que nada tienen que ver con la dignidad humana —de hecho, se le oponen— están finalmente llegando a su fin, no queda más que preguntarnos hasta cuándo seguiremos cerrando los ojos ante lo evidente: el capitalismo ha sacado más gente de la pobreza que cualquier otro sistema (y a un ritmo aceleradísimo) y las culpas de América Latina son, en aplastante mayoría, latinoamericanas. ¿A quién hemos de culpar en una instancia en la que nos estamos quedando sin supuestos culpables?
Galeano, al admitir los errores de su obra más prominente, fue altamente responsable, pero sin dudas, fue un gran ideólogo de la irresponsabilidad latina.
La autora es docente, blogger y escritora. Ha vivido en Londres y Santiago de Chile, donde escribió su libro La cabeza de Dios. Una luchadora incansable por la causa de la libertad, vive en su nativa Uruguay desde 2014.
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