Inmigración (XXII): Pasado y presente suizos
Carteles publicitarios acerca de la consulta de imponer o no cuotas a los inmigrantes con motivo del pasado referéndum en Suiza del 9 de febrero 2014:
A favor de las cuotas restrictivas
En contra de las cuotas restrictivas
Históricamente Suiza fue un país pobre, por tanto, emisor de emigrantes. Su atraso y su escasez de recursos llevaron a sus gentes a emigrar masivamente a otros lugares para buscarse el necesario sustento. Al ser una de las regiones en el interior de Europa con menor capacidad agrícola junto a su actividad ganadera, poco intensiva en mano de obra, hizo que sufriera endémicas migraciones hacia otros lugares del continente.
Mercenarios muy cotizados
Debido a su inveterada tradición en el uso de las armas, muchos suizos ofrecieron sus servicios como soldados a los nobles y monarcas europeos. Su probada eficacia durante la Guerra de los Cien Años les labró una excelente reputación de guerreros coordinados y disciplinados en los campos de batalla. Desde entonces, fueron requeridos para engrosar las filas de diversos ejércitos. Lucharon junto a soldados franceses, suecos, daneses, holandeses, húngaros, venecianos, polacos, rusos y hasta españoles, por poner unos pocos ejemplos. En cualquier batalla de las muchas que se dieron en Europa desde la Baja Edad Media hasta las guerras napoleónicas era frecuente encontrarse con tropas mercenarias suizas en cualquiera de los bandos en contienda. Se les llegó a pagar precios astronómicos por sus servicios.
Del siglo XIV al XIX se estima que pudieron ser contratados, por lo menos, dos millones de suizos en estos menesteres. La expatriada de hombres en edad de guerrear (18-40 años) luchando de forma recurrente en ejércitos extranjeros durante todo ese tiempo pasó factura a su propia población.
La cosa cambia
La progresiva extensión en Occidente de la Revolución industrial hizo que hubiera demanda de mano de obra para otros oficios, tal vez no tan rentables, pero sí más productivos y mucho menos riesgosos. Los suizos, al igual que otros muchos millones de europeos, aportaron también su buena porción de emigrados en la asombrosa e ingente migración hacia tierras americanas desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial.
A finales de la centuria del XIX las cosas empezaron a cambiar en Suiza. La industrialización del país, la concentración de activos empresariales y, en menor medida, su especialización en los servicios bancarios y financieros frenaron la emigración tradicional de sus gentes. Pronto se convirtió en un país próspero y, por ende, en receptor neto de inmigrantes.
Programas de trabajadores huéspedes
Sus gobernantes del siglo XX acertaron al adoptar amplios programas de trabajadores huéspedes que suplieron con creces sus bajos índices de natalidad y su creciente población envejecida. Fueron los campeones de esta modalidad de inmigración temporal, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial. Debido a su flexibilidad y facilidad de entrada mediante estos programas públicos, cuatro de cada cinco trabajadores temporales regresaron a su país de origen. Se estima que en los últimos 60 años las autoridades suizas otorgaron unos 6 millones de visados temporales de trabajo por más de un año y otros 7 millones por menos de 9 meses.
La inmigración nunca ha perjudicado la economía suiza, más bien al contrario. Sus tasas de desempleo siempre se han mantenido bajas pese al ingreso masivo de trabajadores durante dilatados periodos de tiempo (lo que demuestra que la inmigración no crea desempleo, ni perjudica tampoco a los trabajadores autóctonos). Sólo durante la crisis de los años 70 descendió acusadamente su número de inmigrantes de forma natural al haber menos oportunidades laborales. Tras ella, el flujo de llegada de nuevos inmigrantes volvió a aparecer.
Toda esta entrada masiva de trabajadores extranjeros en Suiza durante más de 60 años, además de afectar positivamente a su prosperidad económica, la ha convertido también en un espacio excepcional de acogida y crisol de personas de diversa procedencia a pesar de contar, al mismo tiempo, con una de las políticas más restrictivas en Europa para la concesión de la nacionalidad.
Sin embargo, los nativistas suizos dieron muestras siempre de cierta sensibilidad por lo tramontano. Antes de la Primera Guerra Mundial fueron los austríacos, alemanes y húngaros los inasimilables. Luego, con la llegada masiva de italianos, españoles, portugueses, turcos o yugoeslavos fueron los meridionales los problemáticos, aunque vinieran dentro de los programas de trabajo temporal que daban cauce legal a todos ellos.
La presión de estos grupos anti-inmigración llevaría desde finales de los años 60 del pasado siglo XX al patrocinio de una decena de referéndums para frenar la entrada de trabajadores extranjeros. Ninguno de ellos consiguió su propósito. Pese a ello y pese a contar Suiza con una larga tradición de acogida de inmigrantes y asilados, tras cada consulta los suizos fueron injustamente tachados de xenófobos por la prensa y los medios de los países vecinos. Los programas de trabajadores huéspedes dejaron de existir empero mucho más tarde, en 2002. No importa, siempre se juzgó al país alpino severamente desde el exterior.
Los nativistas por fin han logrado ganar su referéndum
El referéndum del 9 de febrero del pasado año ha supuesto un punto de inflexión en la tradición suiza de acogida al foráneo: al final se han aprobado cuotas a los inmigrantes (incluidos los europeos y asilados) y esto ha hecho saltar las alarmas en Europa porque hoy Suiza, pese a no ser miembro de la UE, pertenece al espacio Schengen (desde 2007 quedó liberalizado por completo el tránsito de europeos en su territorio) y está, por tanto, obligada a cumplir con sus compromisos internacionales. Las asociaciones empresariales, todos los sindicatos principales y el propio gobierno (el Consejo federal) se posicionaron en contra del nuevo sistema de cuotas que se sometió a consulta. De nada sirvió. Ahora el Consejo tiene una patata caliente entre sus manos que tendrá que digerir de la mejor manera posible.
A pesar de que un tercio de su actual población tiene alguno de sus progenitores proveniente de la inmigración y casi un cuarto de la misma ha nacido fuera del país, políticos conservadores como Christoph Blocher o la parlamentaria Natalie Rickli del Partido Popular Suizo (SVP) -conocido también como Unión Democrática de Centro (UDC)- han amplificado los temores nativistas y su preocupación acerca de que hay ya, entre otros, demasiados alemanes en Suiza. Esto es especialmente chocante para un país que ha basado buena parte de su prosperidad en la llegada de inmigrantes, mayormente europeos.
Hasta ahora entraban anualmente en Suiza un número de inmigrantes equivalente al 1% de su población (incluyendo la irrestricta migración desde la UE). Un porcentaje no excesivamente alto si se compara con otros países occidentales.
Es reseñable que en el mencionado referéndum de febrero de 2014 ganase el sí a la imposición de cuotas por un estrecho margen (50,03%). Los que critican acerbamente a los suizos por dicho resultado son injustos. Para mí lo relevante es que un 49,97% de sus votantes se mostrara contrario a establecer límites a la inmigración. Me gustaría ver qué sucedería si se diera una consulta similar en otras naciones. Intuyo que los nativistas autóctonos ganarían ampliamente, y no por la mínima como ha sucedido en la con(federación) helvética.
Los cantones con mayor concentración de población en ciudades, en los que más se convive con inmigrantes, fueron significativamente los que de forma mayoritaria votaron en contra de dichas limitaciones. Las zonas rurales, menos industrializadas y, por tanto, con menor población de inmigrantes votaron en su mayoría a favor de restringir la inmigración. Esto muestra una vez más que los temores acerca de los inmigrantes son imaginarios.
En cualquier caso, se abre una nueva etapa en el país alpino en la que sus dirigentes tendrán que establecer y renegociar con la UE de aquí a los próximos tres años cuotas máximas a la entrada de extranjeros a su territorio. Sin embargo, nada impide que éstas puedan ser bastante altas o flexibles si es menester. El mayor riesgo es que se impulsen futuros referéndums como los ya anunciados por ecologistas, conservacionistas y contrarios al crecimiento poblacional y logren que se apruebe el tope de entrada anual al 0,2% de su población. Entonces, sí, los suizos estarían auto-limitando severamente su futura prosperidad.
El desarrollo suizo ha contado desde siempre con trabajadores extranjeros; a partir de ahora va a empezar a contarlos. Tras este referéndum Suiza es más democrática pero, por desgracia, también es un poco menos libre. Pero no tan iliberal como muchos sabiondos paneuropeístas que se creen moralmente superiores a los helvéticos y se jactan de estar a favor de la libertad (en este caso, de circulación de ciudadanos europeos) cuando, al mismo tiempo, apoyan multitud de medidas intervencionistas para reprimir de mil maneras diversas la libertad de sus propios conciudadanos.
Son como el canto chillón del pajarillo alcaraván: consejos vendo, que para mi no tengo.
(Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX y XI)
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