Impuestos a los ricos: Nadie discute
LibreMercado, Madrid
El destacado economista Kenneth Rogoff, entrevistado por Javier Tahiri en ABC, declaró: "En lo único en lo que coincido con Piketty es en subir los impuestos a los ricos. Nadie discute eso". ¿Nadie? El líder socialista español Pedro Sánchez escribió en Expansión: "El gasto social se ha reducido hasta límites insoportables". ¿Insoportables?
La frase de Rogoff es una nueva muestra de cómo tanta gente suele pensar que no hay realidad más allá de aquella que frecuenta. Como dijo una periodista progre norteamericana: "No entiendo cómo ha ganado Reagan las elecciones: ninguna persona que yo conozco votó por él".
La tentación de la corrección política es precisamente esa, la de no concebir que pueda haber ideas diferentes. Un economista importante como Rogoff asegura sin rubor que nadie está en contra de aumentar los impuestos a "los ricos", como si los ricos (su definición se deja convenientemente nublada) no pagaran ya impuestos elevados, como si su mayor presión fiscal fuera algo bueno sin discusión alguna, y como si el número de economistas, o de gentes de cualquier profesión, que comparten una idea automáticamente convierte a esa idea en verdadera.
Esta actitud, que entronca con la metodología de los paradigmas de T. S. Kuhn, da lugar a actitudes dogmáticas y agresivas frente a quienes osen oponerse, actitudes que se multiplican dentro del mundo académico y también fuera de él. Todos los que defendemos las ideas minoritarias del liberalismo hemos padecido el arrogante desprecio de economistas convencionales que nos han despreciado porque ponemos en cuestión los dogmas neoclásicos (como los fallos del mercado como justificación evidente del intervencionismo estatal), que según ellos, igual que Rogoff, "nadie discute".
La extensión de los dogmas desde la academia a la política es muy conocida, como sucede con la fabulosa fantasía que han propagado los Stiglitz y Krugman de turno, con el resultado de que son multitudes las que creen, con Pedro Sánchez, que de verdad el Estado ha desaparecido. Esto, que es totalmente falso, es también muy peligroso. Igual que sucede con el fantasma de la desigualdad, que cuela el bulo de que todo se resuelve usurpando los bienes de una minoría de privilegiados, la mentira de que el Estado ha desaparecido se traduce en la imprescindible necesidad de subir los impuestos, primero, claro que sí, a los asquerosos "ricos", y después…
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