Impuestos y el camino a la tiranía
La forma de generar ingresos que tienen el sector privado y el sector público son totalmente diferentes. En el primer caso, el sector privado, si está bajo una economía de mercado en la cual tiene que competir, no puede obtener sus ingresos en forma compulsiva porque cometería un delito. En el caso del sector público la forma de obtener sus ingresos es en forma compulsiva. Utiliza el monopolio de la fuerza para extraer parte de los ingresos de la gente para financiar el gasto.
El sector privado, cuando compite, solo puede obtener sus ingresos ganándose el favor del consumidor. Tiene que producir algo de utilidad para el consumidor, pero además, en la combinación de precio y calidad que éste demande. Por el contrario, el sector público puede obtener compulsivamente sus ingresos aún sin ofrecer nada a cambio al que paga los impuestos.
Si el estado, le cobra impuestos a un sector de la sociedad para transferírselo a otro, al que paga impuestos no le da nada a cambio como en el caso del mercado. Por el contrario, lo explota impositivamente para obtener su beneficio político.
En general, los gobiernos populistas, buscan explotar impositivamente a algún sector de la sociedad que no tenga gran peso en el momento de las elecciones, para transferirle esos ingresos a amplios sectores de la sociedad de manera tal de beneficiarse con su voto.
Ya lo había advertido Bastiat en La Ley. El estado no puede hacer nada que si lo hiciese un particular constituiría un delito. Es decir, si voy con un grupo armado a quitarle parte de sus ingresos a determinado grupo de personas, eso es un robo y, en un estado de derecho, me meterían preso. Ahora, si yo logro convencer a los legisladores para que sancionen una ley por la cual el estado puede utilizar el monopolio de la fuerza para quitarle parte de su ingreso a otro grupo de personas para que me lo den a mí, eso, para los progres, es un acto de solidaridad social, cuando en realidad es solo un robo legalizado. El estado se convierte en delincuente.
El problema es que, como decía Bastiat, del delincuente común puedo defenderme, pero del estado delincuente ya es más complicado porque tiene todo el aparto de coerción y compulsión a su disposición, que debería ser utilizado para defender el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de las personas pero se lo usa para violar los derechos que debería custodiar. Así, los gobernantes se transforman en simples delincuentes que saquean a la población en beneficio propio.
No es casualidad que los gobiernos populistas que luego devienen en tiranías, argumenten siempre que sus actos están legitimados por el voto popular. Para el populista tener la mayoría de los votos significa que no hay orden jurídico al que deban someterse. Ellos solo se someten a la “soberanía” popular. Si el pueblo los votó, entonces nadie puede oponerse. Y si se opone es un golpista. Típica deformación del sentido de las palabras del populismo y del socialismo. Tal es el grado de deliberada distorsión del sentido de las palabras que, por ejemplo, cuando existía la cortina de hierro, la Alemania Oriental, dominada por la bota comunista, se llamaba República Democrática Alemana.
En mi opinión, gente sinceramente democrática y republicana ha caído en el error de endiosar el voto. Si la gente vota a un tirano, está bien porque es la mayoría popular. Sin embargo, el voto es solo un mecanismo pacífico de elección de las personas que, transitoriamente, tendrán a su cargo la administración de la cosa pública. Pero el que es elegido para administrar, tiene que someterse al estado de derecho prestablecido. Es decir, tiene la mayoría de los votos pero no para hacer lo que quiere, sino para lo que puede y le manda el orden constitucional.
La trampa del populismo que luego deviene en tiranía, es llegar al poder por el voto, saquear impositivamente a determinados sectores de la sociedad para repartir entre amplios sectores y de esta forma asegurarse el voto de la mayoría. Una vez que tienen una mayoría importante en la legislatura y retienen el monopolio de la fuerza, entonces comienzan a cambiar el orden institucional por el que fueron elegidos e intentan darle un aspecto de legalidad a la tiranía que pretenden instalar redactando nuevas normas jurídicas que les otorgue el poder absoluto. Es decir, cambian el orden institucional al cual deben someterse, por otro por el cual someten a la población a sus caprichos y se reservan para ellos todo el poder.
Ese camino de una democracia republicana hacia la tiranía se consigue utilizando, entre otros mecanismos, el sistema impositivo. El estado comienza cobrándole a unos pocos para repartir entre muchos. Como la economía se resiente, no solo por la carga impositiva sino también por las regulaciones que suelen imponer estos gobiernos populistas y por las violaciones a los derechos de propiedad que imponen, cada vez hay menos recursos genuinos para apropiarse y eso los obliga a ampliar la base de imposición a la cual expoliar. Es decir, los obliga a cobrarles impuestos a más sectores de la sociedad, lo cual exige más controles y represión.
A medida que la economía se va achicando y cada vez hay menos recursos para confiscar con los impuestos, más sectores caen bajo el yugo estatal. Pero al mismo tiempo, mayor represión hay que aplicar para contener el descontento popular. Se hacen leyes más duras para sancionar a quienes se oponen y la represión contra el pueblo es cada vez más feroz. En ese punto la tiranía ya está instalada y normalmente es muy difícil quitársela de encima si no es con sangre derramada. Debe haber muy pocos casos en la historia del mundo en que un tirano no haya generado, primero una gran represión de los opositores y luego una amplia represión cuando la mayoría del pueblo muestra su descontento.
Todo comienza, entonces, con el aumento de impuestos en nombre de la “solidaridad social” como si los políticos tuviesen el monopolio de la solidaridad y el común de la gente fuera cretina que no le importa el prójimo. La mayor carga tributaria más la “santificación” del voto que todo lo convalidad y justifica, son la combinación perfecta que han elegido los tiranos para apropiarse del poder. A esto hay que agregarle la estupidez de la mayoría de la población que también santifica el voto, cuando en realidad lo que hay que santificar son los derechos individuales y luego vemos cómo elegimos a quienes, transitoriamente, tendrán el monopolio de la fuerza para defender los derechos individuales.
La picardía de los tiranos de “santificar” el voto y la estupidez de amplios sectores políticos y de la sociedad de hacer lo mismo, es lo que transforma la democracia republicana en gobiernos populistas que finalmente terminan en tiranías.
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