Las venas abiertas de Eduardo Galeano
Es increíble el poder de las ideas. El recién fallecido Eduardo Galeano lo demostró con su famosísimo libro Las venas abiertas de América Latina .
Tras publicarse en 1971 se convirtió en un “best seller” que vendió millones de ejemplares y se tradujo a 18 idiomas. Afectó profundamente la forma de pensar de incontables universitarios e intelectuales, causó revoluciones, y llegó a considerarse la biblia de la izquierda latinoamericana. En el 2009 Hugo Chávez, con reverencia sacerdotal, le regaló un ejemplar a Obama.
Su muerte, naturalmente, ha producido elocuentes expresiones de dolor. Para Sergio Ramírez, Galeano “fue el que mejor logró expresar la soledad, el sentimiento y explotación en Latinoamérica, en su libro Las venas abiertas de América Latina , que es un libro irrepetible”.
Ojalá lo sea; que nadie vuelva a escribir algo semejante. Porque desde donde se mire, es uno de los ensayos más dañinos y disparatados jamás escritos. Tan es así que el mismo Galeano tuvo la honestidad intelectual de reconocer en Brasilia, el año pasado, que no volvería a leerlo; no solo porque “esa prosa de izquierda tradicional es pesadísima”, sino porque cuando lo escribió no tenía la “formación necesaria” en economía y política.
Definitivamente no la tenía. Su tesis fundamental es que Latinoamérica era pobre a consecuencia de la explotación a que la sometía el imperialismo capitalista, en particular el norteamericano. Sus empresas multinacionales, como vampiros ávidos de sangre, invertían relativamente poco en relación a las gigantescas utilidades que succionaban. No contento con eso, las metrópolis capitalistas también expoliaban al continente a través de empréstitos onerosos y del intercambio comercial injusto; compraban cada vez más baratas nuestras materias primas y nos vendían cada vez más caras sus manufacturas. El mundo desarrollado crecía pues a expensas del subdesarrollado, simbiosis perversa que solo podía romperse con la revolución antimperialista.
Lo extraño es que mientras tanto un grupo de naciones asiáticas, que unos años antes eran tan pobres como América Latina —Singapur, Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong— dieron la bienvenida a las multinacionales, abrieron de par en par sus puertas al comercio internacional, crearon condiciones institucionales favorables a los negocios o “explotadores” extranjeros y nacionales, e ingresaron al club de las naciones más ricas.
Galeano no pudo o quiso ver, como sí lo hizo Adam Smith desde el siglo dieciocho, que la causa de la riqueza no es arrebatárselas a otros, sino crearla a través de iniciativas particulares en un marco de libertad económica y seguridad jurídica. ¿Qué colonias tenía la próspera Suiza?
Sus tesis son tan trasnochadas que salvo Venezuela y Corea del Norte, dos de las sociedades más fracasadas del planeta, hoy todos los países, incluyendo la misma Cuba, buscan como atraer empresas extranjeras. La misma izquierda, al exigir que cese el embargo comercial a la isla, reconoce sin confesarlo el error de Galeano, pues si la inversión extranjera, los empréstitos y las relaciones comerciales con el imperio fuesen dañinos, el embargo, que evita todo esto, debería de ser visto como bendición.
El problema es que la izquierda no suele ser lógica. El entusiasmo con que convirtió el libro de Galeano en su libro sagrado no se debió a su rigor científico —del que carecía— sino a que apelaba a una de las propensiones más universales del hombre: la tendencia a culpar a otros y no aceptar nuestras responsabilidades. Menos mal que su autor, antes de morir, tuvo la nobleza de hacerlo. Dios le perdone. Sufriría mucho si viese desde la eternidad las consecuencias de sus ideas.
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