La tribu del balón
3 de junio, 2015
3 de junio, 2015
La tribu del balón
El Espectador, Bogotá
Nuestros genes traen impresos numerosos hábitos inconvenientes. Uno de ellos consiste en echarnos al bolsillo lo que no nos pertenece, comportamiento que era corriente en las tribus primitivas, como matar al rival para quedarse con su mujer, hasta que alguien entendió que una sociedad no podía prosperar si no se prohibían esta y otras conductas malsanas. Con los siglos se inventaron adjetivos para describirlas: corrompido, desvergonzado, escandaloso, indecoroso, podrido, procaz, putrefacto, etc.
¿Que una tribu primitiva no cabe en el mundo contemporáneo? Falso, cabe, como acabamos de verlo con la FIFA, un sanedrín de machos alfa del siglo XXI. Aunque casi ninguno de estos señores —y no, en la FIFA no hay señoras— se haya destacado en las canchas, igual se apoderaron del juego más bello del mundo. La tribu fue guiada sucesivamente por dos chamanes astutos y (ver arriba otros adjetivos): João Havelange y Joseph Blatter. Entre ambos descubrieron que eran dueños de la gallina de los huevos de oro y diseñaron un sistema eficaz para ponerla a incubarlos sin que la ley los fastidiara: así, país que intentaba meter sus sucias narices en el desaguisado, país que era expulsado de la FIFA y, por ahí derecho, de las competencias internacionales en las que se anclan las ilusiones de las muchedumbres (más que todo) masculinas del mundo. El truco funcionó, y país tras país fue absteniéndose de procesar a los malandros de la tribu, que empezaron a engordar sus cuentas bancarias a la par que echaban grandes barrigas de mafiosos. Nadie se atrevió, esto es, hasta que apareció doña Loretta Lynch, una mujer norteamericana valiente y —todo hay que decirlo— impermeable a las retaliaciones de la FIFA por provenir de un país que tiene la rarísima doble condición de ser gran potencia y al mismo tiempo poco aficionado al fútbol.
La FIFA está organizada según el esquema de la ONU, en formato agravado. En ella el voto de Alemania o de Brasil, con decenas de millones de aficionados cada uno, tiene el mismo peso que el de las Islas Cook, con 25.000 habitantes. Semejante caricatura de democracia se ve exacerbada por el hecho de que no existe el equivalente al veto del Consejo de Seguridad. Blatter y sus secuaces pueden, pues, olvidarse de Alemania, Francia e Inglaterra, y ponerse a la ardua tarea de cortejar a Fiyi, Nueva Caledonia, Samoa y Vanuatu o, a este lado del mundo, a Aruba, Surinam y Trinidad y Tobago. Los resultados del adefesio están a la vista.
Se ha repetido por esos días algo que muchos ignorábamos: la sede de la Conmebol en Paraguay, ubicada en la ciudad de Luque, goza de una inmunidad parecida a la del Vaticano en Italia. Su edificio, por ley, no es susceptible de allanamientos y sus cuentas bancarias son inembargables. Solo faltan las placas diplomáticas.
Ahora la tribu anda asustada y en trance de delación, en tanto que otros caciques se alborotaron. Uno muy caracterizado, don Vladimir Putin, salió en airada defensa de su congénere de la FIFA, Joseph Blatter, y cualquiera lo entiende, pues a Rusia le debió costar un platal en sobornos lograr la sede del mundial de 2018. A Blatter todavía no le han pillado ninguno, aunque con un sueldo reportado de dos millones de dólares al mes, el soborno sale directamente de la plantilla de la FIFA.
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