Los pecados del Papa Francisco
La teoría de la infalibilidad papal ha alcanzado proporciones épicas de desvanecimiento en estos días. Esta hazaña no se le puede achacar al secularismo, el consumismo, la tecnología o el capitalismo. Se explica desde un prisma ideológico, ético e impacta la teología. Lo que es peor, es que esta colisión agrede los principios mismos de Cristo. Desnaturaliza su esencia terrenal. Tomamos por cristianismo, para estar claro, la religión que brotó de las enseñanzas, los fundamentos y los valores normativos de Jesucristo y que sistémicamente, sus diferentes denominaciones han intentado formular, organizar y ejecutar en el nombre de Dios. En esta ocasión, nos referimos a la Iglesia católica, la Iglesia cristiana más cuantiosa.
Qué el Papa Francisco es humano, es algo que el propio Jorge Mario Bergoglio, segurísimo estoy, sería el primero en reconocer. La categorización de “humano”, cómo él vívidamente nos ha dejado conocer, carga sus particulares de preferencia. Qué le guste el equipo de futbol (balompié o soccer) de San Lorenzo, para el detrimento de los fanáticos de River Plate o Boca Junior, es totalmente aceptable. El Obispo de Roma tiene derecho hasta de tener su preferencia política. Lo que no le corresponde en función de cabecilla jerárquica de la Iglesia católica, bajo ningún criterio, es tener su propio estándar de valores y principios. Mucho menos cuando la postura papal choca diametralmente con los cimientos de Cristo.
“…se hace evidente que la idea de la libertad es la marca característica de la fe cristiana en oposición a cualquier otro tipo de monismo”. Así lo relató el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, conocido después como Papa Benedicto XVI, en su obra Introduction to Christianity (Ignatius Press, 2004, p. 157). Es más, el prolífico escritor y predecesor del actual papa, siempre parece haber estado atraído, intelectualmente, al precepto de la libertad y su conexión umbilical con el cristianismo y así lo repitió bastante veces (también pudiéramos hablar aquí de los pecados del Papa Benedicto XVI). No es que Ratzinger descubrió el Mediterráneo con eso. El cristianismo partió del libre ejercicio de la conciencia y la entrega, por medio de la fe, a un camino revolucionario que exigía del individuo el paso virtuoso de creer y actuar. Al postular eso, el cristianismo colocaba a la libertad en la cima de su sendero nuevo para llegar a Dios.
El cristianismo se forjó y expandió, particularmente en la época de Jesús y la Iglesia primitiva, pronunciándose contra el infanticidio (una práctica típica en la época), exponiendo un trato sumamente igualitario en cuanto al género y ejercitando un claro distanciamiento entre el poder político y lo religioso (antes de Constantino). La magnánima revolución que Jesús emprendió, fue un reto diametral a una tiranía y a la religión organizada en el área ocupada que se plegó al poder dictatorial. Los cargos oficiales que dictaminaron jurídicamente el asesinato de Jesucristo fueron políticos. Entendiendo los creyentes que Jesús cumplía un camino predestinado en el cual hasta los malos tenían un papel divinamente seleccionado, no quita el hecho de que el Mesías fue víctima de la persecución política por un Estado tiránico en complicidad con la alta jerarquía de la religión organizada de la cual provenía el mismo Jesús. ¡Qué ironía vergonzosa, mezquina y antitética que el representante más alto de la Iglesia católica, hoy, confraternice con la tiranía más vieja del Hemisferio Occidental que practica la liberticida y traiciona a los hijos buenos de Dios!
El cristianismo reposa terrenalmente sobre la base fundacional de la Ley Natural (supeditada claro a la Ley Divina). En otras palabras y para colocar el argumento en un contexto político y ético, existen derechos preeminentes, principal entre ellos la libertad. Esto es una parte integral de los preceptos milenarios de la Iglesia. La libertad es comprendida por el cristianismo como un regalo absoluto de Dios. Y el bandido que usurpa sistémica y premeditadamente ese regalo o derecho que Dios le extendió al humano, conspira contra Dios. De ahí parten las doctrinas sagradas de la Iglesia cómo la de la Guerra Justa que elaboró San Agustín y la del tiranicidio que promovió Santo Tomás de Aquino. ¡Son herramientas humanas formuladas por doctores de la Iglesia para combatir el mal! ¡Sí luchar contra el mal!
El Papa Francisco, muchos en la élite del poder en el Vaticano y la alta jerarquía de la Iglesia en Cuba hoy, están imitando a los que confabularon con la dictadura romana contra el pueblo indefenso hace más de dos mil años. Se manchan más que sus manos. Sus almas tendrán que responder por la irresponsabilidad y la disposición pecaminosa de quienes deberían saber mejor y actuar en defensa del primer derecho que Dios le concedió al humano: su libertad. Otro Papa, Pío X (ahora San Pío X), en la encíclica Pascendi Dominici Gregis (1907) advirtió de que “Traman la ruina de la Iglesia, no desde afuera, sino desde adentro”. Giuseppe Melchiorre Sarto (el nombre original del Papa Pío X) nos alertó. Estos son tiempos difíciles pero Dios está al lado de la razón y dará la fuerza para resistir estos embates.
El autor es escritor, politólogo, conferenciante y Director de Patria de Martí (www.patriademarti.com). Su último libro es Dictaduras y sus paradigmas: ¿Por qué algunas dictaduras se caen y otras no? Nació en La Habana, Cuba y reside en los EE UU.
- 28 de diciembre, 2009
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