Decadencia argentina, ¿un problema de oferta o de demanda?
La larga decadencia económica argentina tiene sus raíces en la pérdida de la calidad institucional. Cuando digo instituciones me refiero a las normas, códigos, leyes, costumbres que regulan las relaciones entre los particulares y los particulares con el estado. Es la ausencia de límites al poder del estado lo que hace que tengamos inseguridad jurídica, baja tasa de inversión, mínimo crecimiento y caída en el nivel de vida de la población. En otras palabras, nuestra decadencia económica se debe a pésimas políticas económicas, pero esas políticas económicas son el fruto de la calidad de nuestras instituciones. Del proteccionismo, del estado benefactor, del estatismo, del intervencionismo estatal, en fin, de una serie de burócratas que se suponen iluminados y que en rigor son unos bárbaros que se creen intelectualmente superiores al resto de la sociedad o bien un conjunto de delincuentes que buscan el poder con el único objetivo de hacer del estado un negocio personal.
Hoy en día, salvo Kicillof y algunos pocos economistas, la mayoría no cree seriamente que el crédito se imprime en vez de generarse vía el ahorro, que el proteccionismo genera inversiones, que una empresa sea estatal es sinónimo de soberanía nacional o que el peso es un símbolo patrio en vez de una simple mercadería que sirve como medio de intercambio.
¿Qué es lo que nos hace tener instituciones que nos lleva a ser un país decadente? Francamente no tengo una respuesta categórica a este interrogante. Algunos afirmarán que es el peronismo el que destruye todo, otros que es la cultura que se ha impregnado en el argentino que nos hace ser una país de saqueadores, unos robándonos a los otros utilizando al estado como el agente de saqueo ya que tiene el monopolio de la fuerza.
Insisto, seguramente habrá varias líneas de argumentación para tratar de explicar nuestra decadencia y la que brevemente voy a ensayar a continuación no pretende ser la que finalmente termine con el interrogante. Solo será otro intento por ver si encontramos un camino de salida de este tobogán que es la economía argentina.
Veamos, 1852 Caseros, Rosas es derrotado por Urquiza y un año y meses más tarde se sanciona la Constitución de 1853 concretándose en 1860 con la unión de Buenos Aire la integración nacional.
Aproximadamente en 1880 terminan las guerras civiles internas y Argentina, de ser un país despoblado y con el 75% de analfabetos, 40 años más tarde pasó a ser uno de los 5 países más prósperos del mundo y lideraba ampliamente su poderío económico en América Latina.
Hacia 1923 el 50% del comercio exterior (exportaciones + importaciones) de toda LATAM, era realizado por Argentina. Hoy día no supera el 17%.
De los 88.000 kms. de líneas férreas que había en LATAM, el 43% estaba en Argentina. El 60% del transporte de carga estaba en Argentina y el 57% del total de pasajeros que viajaban en tren lo hacían en Argentina.
De las 349.000 líneas telefónicas que había en LATAM, 157.000 estaban en nuestro país. Además, el 58% del total de los automóviles que circulaban en LATAM estaban en Argentina y podría seguir con otros ejemplos como la cantidad de periódicos y libros que se imprimían y vendían, etc.
Si hoy argumentamos que es la mayoría de la gente la que demanda populismo y que es ignorante, el país que se encontró la generación del 80 era mucho peor. Además de los malones que asolaban los campos, el 75% de la población era analfabeta como mencionaba antes. Puesto de otra manera, si la generación del 80 logró transformar un desierto con analfabetos en un país próspero, la respuesta no parece venir por el lado de la población.
Puede argumentarse que en ese momento esa generación del 80 manejaba el país a su antojo porque el voto no era obligatorio ni secreto. Es decir, unos pocos controlaban el país, lo cual es cierto, pero, ¿acaso no ocurre lo mismo hoy día? ¿Acaso los que manejan la caja no controlan buena parte del poder político y hacen lo que se les canta sin respetar las instituciones? Francamente la única diferencia que encuentro entre la forma en que se manejaba el país en su época de crecimiento y esplendor y ahora, es que en aquellos años había una dirigencia política ilustrada que peleaba por el poder pero todos tenían el mismo objetivo de país y mismas políticas públicas. Hoy, en líneas generales y salvo honrosas excepciones, la dirigencia política carece de formación, es bastante poco ilustrada y su objetivo no es construir un país sino, más bien, construir su fortuna personal.
En este sentido, obsérvese que durante la generación del 80, salvo Roca, ninguno intentó perpetuarse en el poder buscando la reelección. Y Roca buscó la reelección luego de 2 períodos persidenciales.
De lo anterior se desprende que, tal vez podríamos afirmar que la construcción de un país parece responder más que a una demanda de calidad institucional de la población, a la aparición de una dirigencia ilustrada que guíe al conjunto de la sociedad. No estoy hablando de líderes en el sentido de tiranos, sino de líderes que en su acción política actúen como guías y educadores de ciertos valores básicos.
Dicho de otra manera, dudo que en los países más prósperos la gente relacione crecimiento económico con calidad institucional y demande buena calidad institucional. Me inclino a pensar que más que un problema de demanda de calidad institucional carecemos de una dirigencia política que ofrezca calidad institucional.
No tengo dudas que competir electoralmente contra el populismo no es sencillo para aquél político que pretende basar su campaña política en la calidad institucional. Pero, y con esto voy cerrando, posiblemente ese problema de oferta de un país con calidad institucional sea consecuencia de la falta de una buena comunicación de las ideas que deben imperar en un país.
En los últimos 40 años, en cada crisis económica y política que tuvimos, creíamos que era nuestra oportunidad para salir adelante. Lamentablemente con cada crisis, en vez de ser una oportunidad para crecer y recuperar los valores de nuestra constitución de 1853, hicimos el camino inverso. En vez de surgir, cavamos en el pozo que habíamos caído y nos hundimos más. Pregunto, ¿nos hundimos más porque la gente demando peor calidad institucional o porque la dirigencia política no ofreció volver a nuestros valores de 1853?
Sin pretender ser esta una respuesta definitiva a nuestra larga decadencia, sin duda que hubo y hay una demanda de mala calidad institucional por parte de la mayoría del electorado, pero también es cierto que no hay, en general, una dirigencia política que haya querido ofrecer una mejor calidad institucional ante cada crisis.
En síntesis, me parece que una posible respuesta sea que no apareció esa dirigencia política que ofrezca y sepa comunicar los beneficios de la libertad. O sea, nuestra larga decadencia sería más el fruto de falta de oferta que de demanda de calidad institucional.
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